Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. (Juan 4:23–24)
Cuentan de un creyente que cuando abría la boca para decir cualquier cosa intercalaba siempre la frase: —¡Gloria a Dios! ¡Alabado sea el Señor!
Una noche llegó a la reunión con la mano vendada. Se había cortado, y tenía una herida bastante profunda en el dedo. El pastor, cuando lo vio llegar de ese modo, no pudo evitar el pensar con cierta malicia:
—Bueno, veremos si hoy también alaba a Dios por eso. Pero cuando le preguntó por el accidente, el hombre le dijo:
—¡Alabado sea el Señor! Me he cortado un dedo, pero podía haber sido peor, podía haber perdido la mano. ¡Gloria a Dios que no fue así!
¿Cuántos de nosotros actuamos de esta forma en nuestro día a día? Creo que somos más del tipo de quejarnos por las cosas que nos pasan o que no pasan conforme a nuestros deseos. Alguien podría decirme: ¿Cómo se supone que adore a Dios cuando todo parece estar en mi contra? ¿Cómo podría hacer eso si estoy lleno de problemas? Bueno, para nuestra carne es imposible, sin embargo, los creyentes «no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu» (Romanos 8:4). Pero a veces nos olvidamos de esta realidad. Con esto no estoy diciendo que sea algo fácil, por lo menos no lo es para nuestra carne, no obstante, es la realidad que debemos vivir si es que somos hijos de Dios.
Aunque lo más hermoso de todo es que no estamos solos en esto, ya que tenemos a Dios de nuestro lado que nos ayuda, pues bien dice su Palabra: «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad» (Romanos 8:26). Así que si no sabemos cómo adorar o nos cuesta hacerlo, es cosa de pedirle a Dios por su ayuda, el cual nos la dará gustoso. Pero no frenemos nuestros labios ni corazones de volvernos verdaderos adoradores, porque eso es lo que nuestro Dios desea de nosotros.
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