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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Un último testimonio




Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén. (Mateo 28.19–20 RVR60)


Si usted estuviera en medio de un desastre en el cual su vida corriera peligro, ¿pensaría predicarle a las personas que le rodean? Esto fue lo que John Harper hizo.


El señor Harper era un ministro escocés que viajaba por barco para ir a predicar durante 3 meses en la iglesia Moody de Chicago. En un punto del viaje por el océano Atlántico, el barco chocó contra un iceberg y empezó a hundirse. Sí, John Harper viajaba en el fatídico Titanic.


Muy pocos pudieron abordar los botes salvavidas, mientras que la mayoría quedó a la merced de aquel desastre. Y como nos cuenta la historia de aquellos que sobrevivieron, muchos cayeron a las gélidas aguas del Atlántico, incluido el señor Harper. Pero en vez de hacer como la mayoría que desesperadamente trataba de mantenerse a flote, Harper nadaba alrededor de ellos preguntándoles si conocían a Cristo. Hubo un momento en que Harper se acercó a un pasajero que flotaba sobre unos escombros y le suplicó que confiara en Cristo.


Justo antes de que el señor Harper se hundiera en las heladas aguas por última vez dijo: «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo». Cuatro años más tarde, en una reunión de sobrevivientes de aquel barco, aquel hombre testificó que aquella noche había sido salvado dos veces; la primera por Cristo y la segunda cuando le rescataron de aquellas aguas.


El último deseo de nuestro hermano John Harper fue llevar almas a los pies del Señor Jesús, llevándoles esperanza donde no había ninguna. Y les pregunto hermanos, ¿es ese nuestro deseo también? ¿Tenemos el mismo deseo que había en el corazón de nuestro hermano? Con o sin crisis, ¿hablamos a la gente de aquel que les puede salvar de una eternidad de condenación?


Sigamos el excelente ejemplo de nuestro hermano y prediquemos a cuantas personas podamos, porque el tiempo del fin se acerca a pasos agigantados.


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