La palabra de Cristo, more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. (Colosenses 3:16).
Dwight L. Moody, dijo una vez: Cuando un hombre se ha fracturado el brazo, el médico tiene que descubrir el sitio exacto en que se encuentra la fractura. Empieza a tocar y a apretar suavemente con los dedos.
—¿Es aquí?
—No, doctor.
—¿Aquí? —No.
Pero después de un rato, el médico toca una parte.
—¡Ay! —dice el enfermo.
Es que ha sido descubierto el lugar afectado, y duele. Una cosa es escuchar a un predicador que ataca los pecados de los demás. Los hombres escuchan con grandes aplausos, e invitan a otros a escuchar la predicación. Pero tan pronto como el predicador empieza a hablar de los pecados de ellos, diciéndoles como Natán a David: «Tú eres aquel hombre» (2 Samuel 12:7), ya no les agrada más el sermón. Es que el predicador ha puesto el dedo en la llaga.
El versículo del encabezado, dice: «enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría». Todos entendemos lo que es enseñar. Pero con respecto a la palabra exhortar, se nos presentan dos problemas:
No estamos dispuestos a exhortar a nadie, ya sea porque nos sentimos inadecuados para ello, o porque vamos a recibir una mala respuesta de parte del hermano.
No queremos ser exhortados o amonestados por nuestros hermanos, puesto que no lo necesitamos, según nosotros. Y nos molestamos cuando alguien nos hace ver algo.
Sea lo uno o lo otro, mis hermanos, esto es un mandamiento que debe ser obedecido por toda la iglesia. Y cada uno de nosotros debe estar dispuesto a ser exhortado, con humildad, reconociendo a los demás como superiores a uno mismo (Flp 2:3), y siendo como el sabio que tiene oído dócil (Proverbios 25:12) para oír lo que se nos dice. La pregunta es: ¿Estamos dispuestos a decir como el Señor: «Pon aquí tu dedo», para que otro nos meta el dedo en la llaga?