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Un hombre de verdad

  • hace 13 minutos
  • 2 Min. de lectura


Versión en video: https://youtu.be/dg1V2bSIKD0


Muchos hombres proclaman cada uno su propia bondad, pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará? El justo camina en su integridad; sus hijos son dichosos después de él. (Proverbios 20:6–7)


En un mundo lleno de apariencias, discursos y fachadas, las palabras de Salomón resuenan con fuerza: “Muchos proclaman su propia bondad, pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará?” La verdadera fidelidad, la integridad sin adornos ni pretensiones, es escasa. Vivimos rodeados de promesas rotas, compromisos superficiales y moralidades cambiantes. Pero Dios busca algo más profundo: un corazón firme, una vida entera alineada con la verdad.


El hombre de verdad no es aquel que presume de su virtud, sino aquel que la vive en silencio, en lo oculto, en lo cotidiano. Su integridad no depende de la opinión pública, sino del temor de Dios. Su fidelidad no cambia con las estaciones, porque está arraigada en la Roca, que es Cristo.


El versículo 7 nos da una clave vital: “El justo camina en su integridad; sus hijos son dichosos después de él”. La integridad no solo impacta al hombre mismo, sino que bendice a los que vienen después. La fidelidad de un padre se convierte en herencia para sus hijos. El hombre de verdad no solo piensa en sí mismo, sino en el legado que deja. Vive como testimonio de la gracia de Dios.


Aunque muchos se presentan como buenos ante los demás, solo Dios ve con claridad lo que hay en el corazón. Él no se deja impresionar por palabras bonitas ni apariencias religiosas. Él examina la verdad interior. Y ante su mirada, no sirven máscaras. Solamente permanece lo que es real.

Entonces, ¿somos verdaderos en nuestro andar? ¿Nuestro caminar delante de Dios es recto, aun cuando nadie nos observa? Ser un hombre (o una mujer) de verdad es vivir con una integridad que no necesita publicidad. Es temer a Dios, honrar su Palabra y reflejar a Cristo en cada decisión.

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