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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Tendón de Aquiles




Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. (Mateo 26:41)


Los antiguos griegos tenían un mito acerca de un guerrero llamado Aquiles, quien era hijo del rey Peleo y de Tetis, diosa griega del mar. A su madre le había advertido que su hijo moriría de una herida, por lo que decidió sumergirlo en el río Estigia cuando era un bebé, para que de esta forma fuese inmune a cualquier herida. No obstante, cuando sumergió a su hijo en aquel río, lo sostuvo por uno de uno de sus talones, el cual no quedó protegido, haciéndolo vulnerable. Y fue precisamente en ese talón que recibió la herida mortal.


Así como Aquiles, ningún ser humano es inmune a las tentaciones (salvo el Señor Jesús). En algún momento, todos cedemos ante las tentaciones de nuestra carne; incluso los cristianos maduros tienen debilidades en sus armaduras espirituales, las que los hacen vulnerables a las heridas de un ataque por parte del enemigo de las almas, es decir, Satanás. Por ejemplo, nuestro orgullo puede proporcionar la apertura necesaria para que entre un afilado dardo de fuego del maligno (Efesios 6:16). Lo mismo pueden hacer: el amor al dinero, el mal genio, una lengua crítica o la falta de paciencia.


Después de todo, ¿qué es la tentación? Es toda seducción a pensar, decir o hacer algo contrario a la voluntad de Dios. Puede ser un débil impulso o fuerte deseo. Como dije, es cualquier cosa que vaya contra lo que Dios aprueba y desea para nosotros. Y la fuente de la tentación yace en nuestra carne pecaminosa, pues las tentaciones nada tienen que ver con Dios. Bien dicen las escrituras:


Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte. (Santiago 1:13–15)


Entonces, cada uno de nosotros debe preguntarse: ¿Cuál es mi «talón de Aquiles»? Lo debemos hacer porque necesitamos conocer nuestras debilidades carnales, en las cuales el maligno nos puede hacer caer fácilmente. ¿Cómo evitamos esto? Primeramente, pidiendo a Dios que nos muestre cuál o cuáles son; y en segundo lugar pedirle que nos quite tal debilidad en la carne. Ya que es la única forma de que nuestras armaduras espirituales no tengan cuarteaduras por donde entren los dardos del enemigo.


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