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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Prohibido para menores de 12 años



Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. (Filipenses 4:8)


Esta advertencia con relación a la edad aparece al principio de ciertas películas y programas de televisión. La edad límite está adaptada: 10, 12, 16 y 18 años. Cuántas más imágenes violentas o escenas escabrosas tenga la película, más elevada será la edad límite para que los jóvenes tengan el «permiso» de verla.


La existencia misma de esta «prohibición» es impresionante y revela muy bien la mentalidad de nuestra sociedad. ¿Qué imagen del mundo de los adultos le damos a los jóvenes? ¿Ser adultos significa haber llegado por fin a la edad en la que podemos ver o hacer todo sin prohibiciones y limitaciones?


Hermanos, no podemos cambiar al mundo donde Dios nos ha puesto, porque solo Dios puede cambiar los corazones de los hombres. No obstante, nosotros, como hijos de Dios, debemos velar para no dejarnos impregnar de la mundanalidad. El deseo de Dios no es que nos aislemos del mundo, bien dijo el Señor: «No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal» (Juan 17:15). Dios nos exhorta a apartarnos del mal, no solo en cuanto a los actos, sino también con relaciones a los pensamientos (versículo del encabezado). Su mandamiento es claro:


Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. (Colosenses 3:5–7)


¿Existe una edad en la que podamos ver cosas inmorales sin marcharnos espiritualmente hablando? La verdad es que no. Más bien debemos decir como el rey David: «No pondré delante de mis ojos cosa injusta» (Salmos 101:3). Si ponemos delante de nuestros ojos cosas que sean injustas, quedaremos más expuestos luego a ser tentados por nuestras propias concupiscencias (Santiago 1:14–15).


Así que, hermanos, velemos por alimentar nuestra alma con lo que es bueno; no frenemos nuestro crecimiento espiritual entorpeciéndolo a través de películas, series, juegos de video, libros, internet, etc. cuyo contenido es malsano y es alimento para el mundo y no para el creyente.


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