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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Porqué los cristianos no deberíamos interesarnos en la política, ser nacionalistas, ni tampoco votar



Cuando el Señor Jesús fue llevado a comparecer delante de Pilato, este le dijo: Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? (Juan 18.35 RVR60) A lo que el Señor le respondió:


Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. (Juan 18.36 RVR60).

Entonces, el Señor Jesús declara (como dice la versión NTV) “mi reino no es un reino terrenal”, es decir, el reino de Dios no forma parte de los reinos de este mundo; porque los reinos de este mundo le fueron dados a Satanás:


Llevándole a una altura, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo. Y el diablo le dijo: Todo este dominio y su gloria te daré; pues a mí me ha sido entregado, y a quien quiero se lo doy. Por tanto, si te postras delante de mí, todo será tuyo. (Lucas 4.5–7 LBLA)

Por esta causa no debería interesarnos la política de este mundo, porque no tiene que ver con “la política celestial”; por lo tanto, lo que pase o deje de pasar (políticamente hablando), como creyentes, no nos compete, pues nuestro mandato es: Id y predicad el evangelio a toda criatura (Marcos 16.15). Además, es Dios quien pone o quita a los gobernantes (Daniel 2.21) y también a las autoridades (Romanos 13.1). Por esto, no existe una verdadera necesidad de votar, porque con o sin nuestra participación, Dios pondrá a quién ha determinado poner en la presidencia, así como en cualquier otro puesto de autoridad humana.


Tampoco debemos ser nacionalistas, porque la palabra de Dios nos enseña que los creyentes no somos de este mundo, estamos en el mundo, pero ya dejamos de formar parte de este, tal como dijo el Señor Jesús en Juan 17:15-21. Además, ya que hemos recibido una nueva ciudadanía:


Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo. (Filipenses 3.20 LBLA)

Puede que alguien diga que esto se cumplirá cuando el Señor Jesús vuelva por segunda vez, no obstante, las escrituras dicen que esto ya aconteció:


Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo. (Colosenses 1.12–13 RVR60)

Al momento de convertirnos al Señor, desde ese preciso instante en que recibimos la Salvación otorgada por Dios, fuimos trasladados al reino del Hijo de Dios, es decir, ya estamos allá, no es una cosa futura, sino que es algo del presente. Y a decir verdad, los creyentes debemos seguir el ejemplo de Abraham, tal como se nos dice en Hebreos:


Por la fe Abraham, al ser llamado, obedeció, saliendo para un lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber adónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra de la promesa como en tierra extraña, viviendo en tiendas como Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa, porque esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Pero en realidad, anhelan una patria mejor, es decir, celestial. Por lo cual, Dios no se avergüenza de ser llamado Dios de ellos, pues les ha preparado una ciudad. (Hebreos 11.8–10 y 16 LBLA)

Estas son las razones bíblicas por las cuales no deberíamos considerarnos parte de ninguna nación, ni sentir apego o arraigo por el país que nos vio nacer, tampoco interesarnos en la política de este mundo, ni mucho menos votar, porque ya no pertenecemos a este reino y todo lo que este mundo nos pudiese ofrecer, es perecedero, pues su destino ya está sellado, ya que el cielo y la tierra están guardados para ser destruidos por fuego (2 Pedro 3.10). Además, si miramos la historia de la humanidad, lo único que verdaderamente cambió al mundo fue el evangelio, no la política.


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