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Olor de muerte



Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan. (2 Corintios 2:15)


Al leer lo dicho por el apóstol en el versículo del encabezado, nos podemos preguntar: ¿Quién huele como Cristo hoy en día? ¿Son acaso los religiosos que huelen como el Salvador Jesús? No, en la religión no está el verdadero Dios, porque los religiosos amoldan a Dios de acuerdo lo que piensan y creen, no a lo que Dios dice de sí mismo. No tienen idea quién es Dios, pues ellos lo humanizan y Dios no es como nosotros, bien lo dice Él mismo en su Palabra: 


Dios no es hombre [énfasis añadido], para que mienta, ni hijo de hombre, para que se arrepienta.  (Números 23:19) 


Una herida causada por el cáncer, ciertamente no es atractiva a la vista, mucho menos lo es el olor que emite, ya que exuda un aroma a enfermedad y muerte. Aunque la lesión sea pequeña, de todas formas es desagradable de ver y oler. Lo peor de todo, es que esta herida no sana, sino que corroe la carne sana de manera constante, haciendo estragos dentro del cuerpo humano. Si esto le parece repulsivo, bueno, no es ni la sombra de cómo luce nuestro pecado delante de Dios, delante de sus ojos santos, nuestro pecado es algo nauseabundo y repulsivo en extremo. 


Esta herida de pecado, comienza cuando somos niños, se genera cuando pecamos por primera vez. Lo peor es que crece a medida que vamos avanzando en edad y en la cantidad de pecados que cometemos mientras envejecemos. Desde ese primer día, nuestro pecado empezó a corroer e infectar todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo. Y es desde aquel día, en que cometimos nuestro primer pecado, que empezamos a producir aquel aroma nauseabundo que llega hasta la presencia de Dios. 


Así como el cáncer necesita de un tratamiento, el pecado que mora dentro nuestro también. Y del mismo modo como el cáncer puede acabar con nuestras vidas, de igual manera lo hace el pecado. Por esta razón, es necesario que busquemos a Dios y a su Hijo Jesucristo. Porque únicamente la sangre de Él nos puede lavar y limpiar de la mancha del pecado, el cual produce un fétido olor a muerte al eterno Dios. Bien dice su Palabra: «Y la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado» (1 Juan 1:9). Si no creemos en el Señor Jesús como nuestro salvador personal, no existe esperanza de cura para nuestro pecado:


Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis. (Juan 8:24)

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