Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos. (Proverbios 15:3)
Según se cree, el avestruz tiene un comportamiento estúpido; en presencia de un peligro, esconde su cabeza en la arena, como si al no ver a nadie se alejara toma amenaza. Pues bien, muchos humanos actúan de la misma manera con Dios. Se imaginan que pueden escapar de la mirada de Dios porque no lo ven. Estas personas también tapan sus oídos para ignorar que Dios, por medio de la Biblia, habla seriamente a sus conciencias.
Tratar de huir de Dios, o lo mismo, pretender que no existe, es imitar al avestruz. Hacer cualquiera de estas dos cosas es carecer de sabiduría, ya que por más que yo pretenda, por ejemplo, que el cielo es rojo, no por eso será rojo. Así que, no por el hecho de pretender que Dios no existe o que no nos ve, eso no lo convierte en una realidad.
Además, debemos recordar que Dios le pedirá cuentas de todo lo que hicimos mientras había aliento de vida en nuestros cuerpos. Su Palabra nos dice: «Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras» (Apocalipsis 20:12). ¡No pensemos que el juicio divino nunca se ejecutará! No porque aún no se lleve a cabo, no significa que nunca lo hará. Si Dios todavía no ejecuta sus juicios, es debido a su paciencia: «El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Pedro 3:9).
Dios nos invita a ser valientes y honestos ante Él. Así que, saquemos la cabeza de la arena, tomemos conciencia de que Dios nos ve y que es inútil esconderse.
¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz. (Salmos 139:7–12)
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