¡Qué sorpresa me llevé esta mañana! Ayer había una lúgubre niebla y esta mañana un sol resplandeciente ilumina los árboles recubiertos de escarcha. ¡Es maravilloso! ¡Y pensar que la escarcha es tan solo el rocío de la noche congelado! En el invierno, esos árboles sin hojas no son muy bonitos, pero bajo la luz del sol nos ofrecen un espectáculo de ensueño.
Amigos cristianos, ¿qué es lo que produce frío en nuestras vidas? ¿La soledad, la enfermedad, el fracaso, la incomprensión o el sufrimiento? ¿Qué hacer en esos momentos difíciles? Si mediante la fe buscamos al Señor, Él iluminará nuestra vida con su radiante presencia. Sin duda, todos hemos visto a creyentes que, en medio de la prueba, mostraron una actitud serena, llena de valentía, iluminada por la esperanza y confianza. Sus vidas reflejaban como un espejo la belleza de Cristo.
«Esta leve tribulación momentánea», escribió el apóstol, «produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Corintios 4.17); la tribulación es la prueba física o moral que Dios usa para moldearnos. Conforme a su Palabra, es calificada de leve o pasajera, comparada con sus consecuencias, que son inmensas y eternas. La prueba y el sufrimiento no tienen valor en sí, sino lo que Dios produce en nuestras vidas a través de ellas. Pronto veremos que, a lo largo de nuestra existencia, Dios nos sostuvo, consoló y formó, «para alabanza de la gloria de su gracia» (Efesios 1.6); y para que desde ya gocemos de la inefable felicidad que trae su presencia y aprobación.
(La Buena Semilla)
Es hermoso pensar que durante «el otoño o invierno» que podamos estar pasando en nuestras vidas, la luz de Dios siempre producirá un hermoso espectáculo que podremos disfrutar. Además, conforme a las palabras del apóstol Pablo:
Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. (2 Corintios 4.17–18 RVR60)
Todo lo que podamos padecer aquí en la tierra es pasajero, tal como lo son las estaciones del año. Pues, por más crudo que parezca el invierno, siempre vendrá tras él la hermosa primavera, que hará renacer toda la vida que parecía muerta.
Confiemos en el Señor y miremos con ojos de fe lo que está más adelante, lo eterno, pues aunque derramemos lágrimas en este mundo, nuestro Salvador se encargará de enjugarlas al final.
Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. (Apocalipsis 21.4 RVR60)
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