Nota: Esta es la transcripción de un episodio del podcast Edificados en Cristo. Para escuchar el episodio del podcast hacer click aquí.
¡Sean muy bienvenidos al episodio número 77 del podcast y al último de la serie de las bienaventuranzas! En el episodio de hoy hablaré acerca de «padecer por el reino de Dios».
Dijo el Señor Jesús: Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros (Mateo 5.10–12 RVR60).
Si bien podríamos considerar que estas son dos bienaventuranzas, ya que en el versículo 10 y 11 usa esta palabra el Señor Jesús; no obstante, las analizaré en conjunto, porque a decir verdad hablan de lo mismo.
Lo interesante de esta bienaventuranza es que termina de la misma manera en cómo comienza el mensaje. Ya que en el versículo 3 el Señor dijo: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». Y acá nos dice: «Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos». Por así decirlo, el Señor Jesús hizo un mensaje redondo, que comienza con el reino de los cielos y termina de la misma forma. Básicamente nos está diciendo que estas son las condiciones para pertenecer a su reino; es como si nos dijera: «esto implica mi reino y este es el costo de imitarme. ¿Me quieres seguir? Bueno, estas son las condiciones, esto espero de ti y esto es lo que te pasará, te las aviso de antemano para que no te lleves sorpresas». Eso nos dice el Señor en esta porción.
Si miramos en perspectiva estos versículos, podemos asegurar que no son para cobardes, pues habla de ser perseguidos, se nos haga burla y se mienta acerca de nosotros. Y decía que este reino no es para los cobardes, debido a las palabras que encontramos en Apocalipsis, donde dice:
Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda. (Apocalipsis 21.8 RVR60)
Mis hermanos, esta bienaventuranza final no dice: «Bienaventurados los perseguidos porque son censurables, o porque deliran como fanáticos con los ojos enloquecidos, o porque persiguen alguna causa político-religiosa» ¡para nada! El Señor nos dice que la bendición está restringida a aquellos que sufren persecución debido a la justicia, pero no a cualquier justicia, no a la del mundo o a la que está tan de moda, la «justicia social»; no, se refiere a la justicia del reino de los cielos. Y como mencioné al final del episodio pasado, esta persecución y sufrimiento vienen como consecuencia de ser pacificadores; que como vimos en aquel episodio, está relacionado con predicar el evangelio de paz. Y si enlazamos esta bienaventuranza de padecer por causa de la justicia con la de la semana pasada, el Señor nos está advirtiendo que si somos pacificadores, y si vivimos bajo las reglas de su reino, sufriremos de alguna forma, debido a la justicia divina. Pues bien dijo el apóstol Pedro en su primera carta:
Queridos amigos, no se sorprendan de las pruebas de fuego por las que están atravesando, como si algo extraño les sucediera. En cambio, alégrense mucho, porque estas pruebas los hacen ser partícipes con Cristo de su sufrimiento, para que tengan la inmensa alegría de ver su gloria cuando sea revelada a todo el mundo. Así que alégrense cuando los insulten por ser cristianos, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre ustedes. Sin embargo, si sufren, que no sea por matar, robar, causar problemas o entrometerse en asuntos ajenos. En cambio, no es nada vergonzoso sufrir por ser cristianos. ¡Alaben a Dios por el privilegio de que los llamen por el nombre de Cristo! (1 Pedro 4.12–16 NTV)
Los creyentes descritos en este pasaje son aquellos que están decididos a vivir como Jesús vivió, no menos. Y si el Señor fue despreciado, es lo que también nos toca, pues bien lo dijo Él en aquel discurso en el aposento alto:
Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. (Juan 15.18, 20 RVR60)
Quizás alguien se esté imaginando una persecución como la de los cristianos de los primeros siglos lanzados al circo romano, viviendo en catacumbas, o como los mártires en medio oriente. No necesariamente es así, porque la persecución puede tomar muchas formas; no tiene porqué limitarse a la que experimentan nuestros hermanos en la fe en ciertos países donde los persiguen, los encarcelan, torturan y asesinan. Claro, un cristiano de occidente que practica lo que Dios nos manda en las bienaventuranzas puede ser ridiculizado por su familia, condenado al ostracismo por sus parientes; e incluso el cristiano que proviene de un hogar seguro y comprensivo enfrentará críticas en algún punto de su vida. Quizás en el trabajo, descubra que algunos de sus colegas están diciendo de él: «Bueno, ya sabes, es cristiano; pero es muy extremista».
Mis hermanos, la persecución de los hijos de Dios es tan antigua como la historia de la humanidad. Es cosa de que miremos en el Antiguo Testamento para confirmar esto. Y a decir verdad, toda aquella persecución quedó muy bien resumida en la carta a los Hebreos donde dice:
Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados. (Hebreos 11.36–37 RVR60)
Sabemos que la persecución continuó en la era del Nuevo Testamento con Esteban, el primer mártir de la iglesia, relato que encontramos en Hechos 7. Pero en cada siglo los cristianos han sido perseguidos por causa del Señor Jesús y de su evangelio santo. Por ejemplo, hoy en día, vemos la persecución de nuestros hermanos en lugares como India, China, los países musulmanes del norte de África, medio oriente y gran parte del sudeste asiático; pero sin ir más lejos tenemos hermanos siendo perseguidos en Colombia y en Cuba o en el sur de México por los carteles de drogas. Amados, tenemos que tener presente a estos hermanos en nuestras oraciones, tal como se nos manda en la Palabra de Dios. Escuche:
Acordaos de los presos, como si estuvierais presos juntamente con ellos; y de los maltratados, como que también vosotros mismos estáis en el cuerpo.
(Hebreos 13.3 RVR60)
Entiendo que para la mayoría de nosotros es difícil entender esta situación, ya que muchos de nosotros jamás hemos sido perseguidos, quizás insultados o a lo mucho que nos cerraron una puerta en la cara. Pero a la gran mayoría de nosotros nadie nos quiso matar por lo que creemos. Aunque, debo decir que eso está comenzando a cambiar debido a lo de lo «políticamente correcto». Y nosotros no podemos vivir en la ingenuidad de que eso nunca nos pasará, porque el Señor Jesús hablando sobre los tiempos finales que estamos viviendo, dijo: Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán (Mateo 24.9–10 RVR60). Sé que muchos hermanos relacionan o dicen que este capítulo de Mateo es exclusivamente para los judíos del tiempo de la tribulación; pero las palabras dichas por nuestro Señor son básicamente las mismas que le dijo a sus apóstoles cuando los envío de dos en dos: «Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo» (Mateo 10.22 RVR60). Lo cual, básicamente es lo que ha vivido la iglesia a lo largo de la historia; y que es de lo que he estado hablando. La pregunta es, ¿por qué nosotros deberíamos ser la excepción a la regla?
Volviendo a lo que decía sobre ser ingenuos frente a lo que se nos viene, es por esa razón que el Señor le advirtió lo siguiente a los apóstoles: He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas. Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán (Mateo 10.16–17 RVR60).
Mis hermanos, no queramos tapar o cubrir el sol con un dedo, porque todos podemos ver que el mal a nuestro alrededor crece de una manera desmedida. Y solo por citarles un ejemplo local de acá de Chile, durante las revueltas sociales de finales de 2019, los delincuentes y antisociales quemaron no solo iglesias católicas, sino también quemaron iglesias evangélicas; y varios pastores fueron agredidos por turbas enardecidas. Pensar que esto no pasará es ser muy ingenuos, mis hermanos. Porque, por ejemplo, hoy se nos tilda de ser intolerantes y se nos desprecia frente a temas tales como el aborto o el matrimonio «igualitario». Cuando hemos levantado la voz, la tratan de silenciarla insultándonos y tratando de bloquearnos en las RRSS. Por eso les digo, hermanos, que esto irá en aumento.
Tengo que decirlo, nuestra cultura occidental se está alejando cada vez más de los valores bíblicos; porque cada día se desprecian más. Básicamente lo que ellos están haciendo es esto: Los reyes de la tierra se preparan para la batalla, los gobernantes conspiran juntos en contra del Señor y en contra de su ungido. «¡Rompamos las cadenas! —gritan—, ¡y liberémonos de ser esclavos de Dios!». Pero el que gobierna en el cielo se ríe; el Señor se burla de ellos (Salmos 2.2–4 NTV).
Sin ir más lejos, este domingo 11 de abril, un amigo inconverso y católico, me decía lo siguiente: «Con todo lo que la gente se ha separado de la iglesia, los niños de hoy tienen el convencimiento de que la iglesia es mala, que el cristianismo es malo». En otras palabras, nuestras sociedades se están convirtiendo ya no en sociedades sin Dios, sino en anti Dios. Y vemos que la academia, los medios de comunicación, la industria del entretenimiento, etc. son abiertamente hostiles a la idea de Dios y a los valores bíblicos.
Por eso decía que querer ignorar este tipo de, llamémosles señales, es tratar de tapar el sol con un dedo; es ser demasiado ingenuos de que los cristianos no seremos perseguidos en un futuro no muy lejano. Pero acá viene lo hermoso de esto, porque por más sombrío que pudiera verse aquel futuro, el Señor nos dijo que existe una recompensa por ser perseguido a causa de la justicia del reino de los cielos.
Vuelvo a repetir lo que nuestro Señor Jesús mismo nos enseñó: «Si el mundo los odia, recuerden que a mí me odió primero. Si pertenecieran al mundo, el mundo los amaría como a uno de los suyos, pero ustedes ya no forman parte del mundo. Yo los elegí para que salieran del mundo, por eso el mundo los odia. ¿Recuerdan lo que les dije? “El esclavo no es superior a su amo”. Ya que me persiguieron a mí, también a ustedes los perseguirán. Y, si me hubieran escuchado a mí, también los escucharían a ustedes» (Juan 15.18–20 NTV). Y el Espíritu Santo a través del apóstol Pablo nos dice: «Porque a vosotros se os ha concedido por amor de Cristo, no solo creer en Él, sino también sufrir por Él» (Filipenses 1.29 LBLA). Y también dice: «También todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución» (2 Timoteo 3.12 RVC)
Esta octava bienaventuranza es tan importante que el Señor Jesús la expandió, haciéndola más precisa al cambiar la forma de dirigirse a nosotros, ya que venía de hablar en tercera persona, para pasar a hablar en segunda persona, pues dice: «Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros».
Hace unos años descubrí que la palabra traducida como «gozaos» en estos versículos, en el idioma original, expresa la idea de saltar de alegría. No es simplemente una felicidad interna, sino una que brota y nos hace saltar de gozo. Por lo tanto, ser víctima de este tipo de situaciones nos pone en una posición realmente ventajosa, porque el solo hecho de darle un vaso de agua a un hermano en la fe, tiene su recompensa (Mateo 10.42); pero acá el Señor mismo nos está diciendo que quien padece persecución por causa de Él tiene una gran recompensa. Claro, no sabemos en qué consistirá, pero si Dios mismo nos dijo que sería grande, es porque lo será.
Además, esta octava expansión de la bienaventuranza ofrece tres importantes perspectivas. Primero, la persecución incluye insultos, burlas y malicia hablada. Ya que esta no se limitar solo a la oposición física o la tortura. En segundo lugar, la frase «por causa de la justicia» (V.10), tiene que ver directamente con él, ya que en el versículo once dice: «por mi causa». Esto confirma que la justicia de vida que está a la vista de todos, es una imitación directa de Él, quien al ser Dios es fuente de toda justicia; y, por lo tanto, al imitarlo a Él, estamos siendo justos. En tercer lugar, hay un mandato abierto a regocijarse y a alegrarse cuando se sufre bajo una persecución de este tipo.
Y si miramos en las escrituras, podemos ver buenos ejemplos de gozo en estas situaciones, por ejemplo, se nos dice de los apóstoles que «salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre» (Hechos 5.41 RVR60). Y si miramos en el Antiguo Testamento, incluso en un horno de fuego calentado siete veces se convirtió en un lugar donde tres jóvenes se encontraron en la presencia de un ser celestial (Daniel 3.24-25).
Mis hermanos, todos estos posibles padecimientos a los que nos podemos ver expuestos por causa del Señor, el apóstol Pedro, nos explica que estos son necesarios para que seamos probados a causa de nuestra fe, pues dice: «para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo» (1 Pedro 1.7 RVR60). En otras palabras, todas estas situaciones son para pulirnos, por así decirlo, para manifestar a Cristo en nuestras vidas. Ya que es a través de estos padecimientos somos capaces de imitar a nuestro Salvador y aprendemos a mortificar nuestra carne con su pecado. Es a través de todos estos sufrimientos que aprendemos a confiar solamente en Él, a gozarnos en la adversidad y a entender que no pertenecemos a este mundo.
Hay un sentido en el cual esta octava bienaventuranza es el clímax de las que le precedieron, las cuales tratan sobre nuestras respuestas frente a la manera cómo otros nos tratan. Por ejemplo, en la tercera bienaventuranza el Señor Jesús nos enseña a practicar la misericordia hacia aquellos que nos tratan mal de alguna forma. En la quinta, fuimos enseñados a que debemos ser misericordiosos perdonando incluso a otros que han pecado contra nosotros, especialmente a aquellos que no se lo merecen. En la séptima bienaventuranza se nos enseña a luchar por mantener la paz con todas las personas, independientemente de quién haya comenzado un conflicto. Sin embargo, en esta octava bienaventuranza, el Señor Jesús tiene en mente la persecución enraizada en la hostilidad que el mundo siente hacia nosotros, y a la cultura anti-Dios que vemos en los tiempos que estamos viviendo.
Un detalle muy relevante de esta bienaventuranza, es que el Señor en esta bienaventuranza, no dirige la atención a quienes nos persiguen; eso lo hará más adelante en el versículo 44 de este mismo capítulo 5 de Mateo, en donde se nos dice: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen». Mientras que en Lucas nos dice: «A los que están dispuestos a escuchar, les digo: ¡amen a sus enemigos! Hagan bien a quienes los odian. Bendigan a quienes los maldicen. Oren por aquellos que los lastiman» (Lucas 6.27–28 NTV). Lo que el Señor nos dice en estos versículos son mandamientos de Dios que debemos cumplir sin excusa, si es que queremos ser verdaderos imitadores de Él; porque eso fue lo que Él hizo en la cruz del Calvario, tal como nos dice el apóstol Pedro en su primera carta: «quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente» (1 Pedro 2.23 RVR60). Y como decía, estos mandamientos son pasos a seguir, porque nosotros debemos amar a nuestros enemigos, hacerles el bien, bendecirlos y orar por ellos. Específicamente, qué debemos hacer en cada situación, variará según las diferentes situaciones en las que nos encontremos, pero cada acción que hagamos debe regirse por estas palabras del Señor Jesús, y sobre todo, entendiendo de que estas personas tienen almas eternas y pasarán la eternidad ya sea en el cielo o en el infierno; razón por la cual no podemos aborrecerlos, odiarlos o desearles el mal. Pues recordemos que nuestras acciones y testimonio pueden impactar profundamente en sus vidas; y nosotros debemos evitar ser un tropiezo para su conversión.
Y ya para concluir, todos los que somos discípulos del Señor Jesús, tenemos que determinar nuestros valores, actitudes y acciones desde la perspectiva de la eternidad; convencidos de que esta «leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Corintios 4.17–18 RVR60). Y por ende, cualquier persecución o padecimiento por el nombre de Cristo estará no solo en consonancia con los profetas del AT, sino además con los del Señor Jesús mismo y con los de nuestros hermanos mártires a lo largo de la historia. No obstante, lejos de ser una perspectiva deprimente, nuestro sufrimiento bajo la persecución, que ha sido impulsada por nuestra obediencia a Dios, se convierte en una señal triunfal de que el reino de los cielos es nuestro.
Que el amante y tierno Salvador les bendiga ricamente.
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