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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Episodio #76 Ser pacificadores (Bienaventuranza #7)



 

Nota: Esta es la transcripción de un episodio del podcast Edificados en Cristo. Para escuchar el episodio del podcast hacer click aquí.

 

¡Sean muy bienvenidos al episodio número 76 del podcast y al séptimo de la serie de las bienaventuranzas! En el episodio de hoy hablaré acerca de «ser pacificadores».


Están escuchando Edificados en Cristo y mi nombre es Alexis. Este podcast tiene como objetivo que profundicemos en la Palabra de Dios, que conozcamos más del Señor y que descubramos cómo podemos edificar nuestras vidas sobre la Roca que es Cristo, el Señor.


Dijo el Señor Jesús: Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. (Mateo 5.9 RVR60)


En esta serie de episodios, hemos estado mirando las bienaventuranzas. Pero quiero dejar algo bien en claro y es que las bienaventuranzas no se refieren a ocho tipos diferentes de personas. No, acá no estamos hablando de los que son mansos versus los pacificadores, de los misericordiosos, de los humildes, etc. No, estamos viendo ocho características diferentes de un tipo de persona. Al tipo de personas a las que me refiero son las que han entrado en el Reino de los cielos; que como dice el Señor Jesús, han nacido de nuevo, ya que debemos nacer de nuevo para poder ver el reino de los cielos (Juan 3.3). Entonces, las ocho características de las bienaventuranzas son en realidad características del cristiano verdadero.


Una tras otra, las bienaventuranzas nos dicen que las bendiciones de la eternidad se darán solo a aquellos que se han convertido en nuevas criaturas. Por ejemplo, se nos dice bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Por lo tanto, si no obtenemos misericordia, recibimos juicio. Si no vemos a Dios, no estamos en su reino. Y si no somos llamados hijos de Dios, estamos fuera de su familia. En otras palabras, todas estas son descripciones de la salvación final. Y se promete solo a los misericordiosos, los puros de corazón y los pacificadores.


John Piper dice acerca de esto:


«Por lo tanto, las bienaventuranzas son como largas púas que sujetan la tapa del ataúd sobre la falsa enseñanza que dice que si simplemente crees en Jesús, irás al cielo, seas o no misericordioso o puro de corazón o un pacificador. De hecho, de principio a fin, el Sermón del monte clama: ¡Consíguete un nuevo corazón! ¡Conviértete en una nueva persona! ¡El juicio está a las puertas! El mismo Señor dijo en el versículo 20 del capítulo 5 de Mateo: «Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos». Y al final del sermón en el capítulo 7, dice el Señor: «Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina» (Mateo 7:26–27). En otras palabras, una vida de desobediencia a las bienaventuranzas y al Sermón del monte, significa que no podrá estar en pie en el día del juicio final, no importa lo que creamos; porque el Señor lo dijo así».


Entonces, para entender esta bienaventuranza, comencemos con la pregunta obvia, ¿qué es la paz? La RAE define a la paz como: Situación en la que no existe lucha armada en un país o entre países. Y también como: Relación de armonía entre las personas, sin enfrentamientos ni conflictos.


En el NT la palabra paz es eirḗnē (εἰρήνη). Y dice el Diccionario expositivo completo de palabras del Antiguo y Nuevo Testamento de Mounce, que en griego clásico eirḗnē describe una situación que resulta del cese de hostilidades o guerra, y también puede referirse al estado de ley y orden que hace posible los frutos de la prosperidad. eirḗnē también puede caracterizar la conducta pacífica hacia los demás.


La paz a veces puede ser irónica, porque puede prevalecer internamente incluso cuando la violencia de una guerra está en su apogeo alrededor de nosotros. Mientras que por el contrario, la confusión espiritual interior puede estar fuera de control cuando prevalecen las condiciones pacíficas en la tierra. En otras palabras, la paz es un estado del ser que no carece de nada y que no tiene miedo de ser perturbado en su tranquilidad.


En la Biblia, la paz de la que habla Dios no es tanto la paz que se opone a la ansiedad; sino que es la paz que se opone a la hostilidad. Es la paz en contraposición a la guerra. Cuando la Biblia habla de la paz con Dios, no está hablando (al principio, por lo general) de una tranquilidad interior. En cambio habla del fin de la hostilidad.


Romanos 5.1 nos dice que ahora que somos salvos por medio de Cristo, tenemos paz para con Dios. Por lo tanto, la paz significa que el antagonismo que había se ha ido. En otras palabras, la guerra se acabó, se fue; porque la hostilidad desapareció. Y en Romanos 8.7 leemos lo siguiente: «ya que la mente [en su estado natural] puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo». Por cierto, leí la versión de LBLA. En otras palabras, nuestra mente natural está en enemistad continua contra Dios; y nunca se someterá a la ley de Dios, porque, de hecho, tampoco puede, ya que le es imposible.


Lo que Dios nos dice en este pasaje es que todos los seres humanos que están en su condición natural, están en un estado de guerra contra Él. Y básicamente todos los seres humanos cuando pecamos estamos siendo hostiles contra Dios. Por lo tanto, podríamos aseverar que todos estamos luchando contra Dios, porque todos pecamos a diario. Alguien podrá decir: «ok, lo que dices suena convincente, pero ¿y dónde es la prueba de eso?». Creo que la prueba más fehaciente de todas es esta: Cuando el Hijo de Dios, es decir, Dios mismo, se humanó, nosotros lo matamos. Por eso Pablo le dice a los efesios en el capítulo dos, versículo tres: y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.


Esta es la razón de que todo creyente justificado tiene paz para con Dios (Ro. 5.1). La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, puede desde entonces guardar nuestro corazón y mentes en Cristo Jesús (Fil. 4.7). Esto es porque el creyente conoce el gozo y la ventura; porque como dice en los Salmos, en paz se acuesta y duerme (Sal. 4.8). Esta paz no es el producto artificial y pasajero de un esfuerzo humano, sino que es el fruto del Espíritu Santo (Gá. 5.22), la cual es dada por el mismo Dios (2 Ts. 3.16).


Ahora, veamos una segunda pregunta, ¿qué significa ser un pacificador? Necesitamos entender de manera clara este concepto, ya que algunas personas piensan que ser pacificador significa ser el tipo de persona a la que no le gusta «crear olas». ¿Conoce a alguna persona así? Me refiero al tipo de personas que sin importar lo que les pase, dicen: «No hagas un escándalo, por favor. Sí, esa persona hizo algo mal, pero por favor, no hagas un escándalo. No hagas olas». Estas personas son la que se autodenominan pacifistas. Aquellos que se oponen a todo tipo de violencia y confrontación.


Pero, mis hermanos, ese no puede ser el establecimiento de la paz de la que estamos hablando aquí, porque los pacificadores son como Jesucristo. Y en los evangelios vemos que el Señor no actuó de una manera tan pusilánime. Porque le vemos, por ejemplo, confrontando a los religiosos, diciendo la verdad a la cara, sin rodeos ni tapujos, pero al mismo tiempo poniendo su rostro como un pedernal hasta la muerte. Esto es porque la verdadera paz «siempre hace olas».


Mis hermanos, el ser pacificador no implica ir por la vida con actitudes pasivas. Porque la pasividad puede no ser más que una manifestación de comodidad o de una personalidad apocada. Es cierto que muchos de los frutos del Espíritu Santo tienen que ver con la mansedumbre, la humildad, la amabilidad, el amor sacrificado o la benignidad; los cuales son, por así decirlo, dulces y tiernos, y exigirán, en determinadas circunstancias, que mantengamos la calma y nos abstengamos de reacciones violentas. Pero muchas personas autodenominadas «pacíficas» lo son porque sufren una especie de indiferencia moral, es decir, que no se preocupan por los demás, por lo cual no se «encienden» ante situaciones de injusticia. Efectivamente, nunca se ven involucradas en conflictos, pero esto se debe a que rehuyen toda confrontación, porque lo hacen por intereses meramente personales; porque en realidad ellos no quieren molestarse, ya sea por pereza, cobardía o inhibición. Esta clase de personas prefieren huir, esconderse o fingir que no pasa nada. Confunden la pasividad con la paz y el conformarse con el ser pacificadores.


Según William Barclay: la paz que en la Biblia se califica de «bienaventurada», no resulta de la evasión de los problemas; más bien es consecuencia de la actitud decidida de quien los enfrenta, lucha y vence. Lo que exige esta bienaventuranza no es la aceptación pasiva de cualquier circunstancia porque temamos hacer algo que provoque reacciones o conflictos; a lo que nos invita es a enfrentar el mal, a hacer la paz, aunque ello signifique luchar.


Estas interpretaciones de la paz que mencioné antes, son el concepto que tiene el mundo, y que no corresponden a lo que Cristo quiso decir con esta bienaventuranza. Porque son interpretaciones que reflejan las obsesiones y preocupaciones personales y egoístas, y no las del Señor Jesús.


Entonces, para entender cuál es el sentido que el Señor Jesús le quiso dar a esta frase de bienaventurados los pacificadores, necesitamos entender a lo menos, cuatro cosas:

  1. La naturaleza de Dios.

  2. El significado original de la palabra traducida como «los pacificadores».

  3. El ejemplo del propio Señor Jesucristo.

  4. Lo que significa ser llamados hijos de Dios.


Entonces, comencemos con lo primero:


1. La naturaleza de Dios


Las Escrituras nos dicen que Dios es un Dios de paz. Por ejemplo, en Romanos 15.33 se nos dice: Y el Dios de paz sea con todos vosotros. Amén. Esto mismo lo encontramos en (Ro. 16.20; 2 Co. 13.11; 1 Ts. 5.23 o He. 13.20). También sabemos que el reino de los Cielos, donde habita este Dios de paz, es un reino de paz. Escuche:


Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14.17 LBLA). Por eso la exclamación de la entrada triunfal del Señor Jesús en Jerusalén fue: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas! (Lucas 19.38 RVR60). Además, por su Palabra sabemos que Dios es un pacificador, pues dice:


Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (2 Corintios 5.19 RVR60)


Es decir, que Dios hizo la paz con la sangre de su propio Hijo en la cruz del Calvario (Colosenses 1.20). En otras palabras, aunque por naturaleza somos rebeldes contra Dios y estamos cometiendo alta traición contra Él, y más encima somos dignos de ser condenados eternamente; Dios ha sacrificado a su propio Hijo y ahora declara libre y clara la amnistía para cualquiera que «deponga las armas de la independencia» y se vuelva Dios.


Mis hermanos, Dios es un Dios que ama la paz, y un Dios que hace la paz. Ya que toda la historia de la redención, la cual culmina con la muerte y resurrección del Señor Jesús, es la estrategia de Dios para lograr una paz justa y duradera entre el hombre rebelde y Él mismo; así como entre los seres humanos. Porque por la obra soberana de la gracia de Dios, los seres humanos rebeldes nacen de nuevo, y son llevados de la rebelión a la fe; y se convierten en hijos de Dios.


2. Lo que significa ser «pacificadores»


La palabra en el griego para pacificadores es eirēnopoiós (εἰρηνοποιός). Y en relación con esta palabra, El diccionario completo de estudio de palabras: Nuevo Testamento de Zodhiates, dice que: El que habiendo recibido la paz de Dios en su propio corazón, trae paz a los demás. No es simplemente el que hace la paz entre dos partes, sino el que difunde las buenas nuevas de la paz de Dios que ha experimentado.


Los pacificadores, mis hermanos, son aquellos que procuran la paz. Están dispuestos siempre a ceder, a soportar y a perdonar en nombre de la paz; también a obrar para conciliar la paz y allanar las diferencias entre los hombres. Ser pacificador no es ir por la vida con actitudes pasivas, como ya mencioné, sino que es algo activo que requiere esfuerzo y sacrificio. Y la paz en cuestión no es la mera ausencia de guerras, conflictos y tensiones, como también ya dije; sino que es un concepto mucho más positivo. Es todo aquello que contribuye al bienestar supremo del hombre.


Hacer la paz, por lo tanto, no es solo una cuestión de mediar en situaciones de conflicto, sino de procurar el sumo bien de nuestros prójimos. Los pacificadores no son simplemente personas que se niegan a ir a la guerra, sino personas que contribuyen activamente al bienestar de sus prójimos y a la armonía en las relaciones sociales.


Básicamente, ser pacificadores es ser imitadores de Dios. En otras palabras, «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios», significa que debemos ser como nuestro Padre; y también debemos ser como nuestros hermanos, pues debemos tener un parecido familiar. Si somos pacificadores, tenemos que ser como el Príncipe de Paz, y si somos como el Príncipe de Paz, tendremos clavos, espinas y lanzas dirigiéndose hacia nosotros. Entonces, tenemos que preguntarnos de inmediato, ¿soy verdaderamente un pacificador? ¿Reflejo a mi Padre celestial? ¿Me parezco al Príncipe de Paz? ¿Busco la paz con mis hermanos y con mi prójimo? Es así es como sabemos si somos pacificadores. Porque los hijos de Dios tienen el carácter de su Padre o deberían tenerlo. Por lo tanto, si somos pacificadores, significa que lo que Él ama, yo amo; y lo que Él busca, yo busco; y lo que Él aborrece, yo también lo aborrezco.


Podemos conocer quién es verdaderamente un hijo de Dios si está dispuesto a hacer sacrificios por la paz como lo hizo su Dios. Por eso es que su Palabra nos dice que se nos dio una nueva naturaleza, una a imagen de nuestro Padre celestial (1 Juan 3.9). Así que, si Él es un pacificador, entonces sus hijos, que tienen su naturaleza, también son pacificadores.


3. El ejemplo del Señor Jesucristo


Es cierto que en el Señor Jesús tenemos un claro ejemplo de una persona que rehusó emplear la violencia —o cualquier otro método mundano— para establecer su reino. Porque, por ejemplo, Él podría haber llamado a doce legiones de ángeles para aplastar a sus enemigos (Mateo 26.53), pero no quiso hacerlo. Sino que más bien, sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas; quien cuando le ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a aquel que juzga con justicia (1 Pedro 2.21–23 LBLA). Cristo nos dio un vivo ejemplo de lo que significa ponerle al enemigo la otra mejilla. Sin embargo, la razón principal por la que el Señor es llamado Príncipe de paz (Isaías 9.6) no es por su ejemplo de no violencia, sino por el hecho de que el aumento de su soberanía y de la paz no tendrán fin (Isaías 9.7). Y la paz de su reino existe solo porque Él logró efectuar la reconciliación entre Dios y los hombres, como ya mencioné anteriormente. Esta es la mayor obra pacificadora de todas, la reconciliación de Dios con sus criaturas a través de su Hijo Jesucristo.


Pero su obra pacificadora no solo se remite a los pecados, sino que va incluso más allá, pues leemos en Efesios lo siguiente:


Porque Él mismo es nuestra paz, quien de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne la enemistad, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un nuevo hombre, estableciendo así la paz, y para reconciliar con Dios a los dos en un cuerpo por medio de la cruz, habiendo dado muerte en ella a la enemistad. Y vino y anunció paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca. (Efesios 2.14–17 LBLA)


El Señor Jesús no solo quitó la enemistad entre Dios y los hombres, sino que también removió la que había entre los mismos seres humanos. Y a la luz de su Palabra, entendemos que si queremos ser pacificadores, imitando al Señor Jesús, dos cosas deberán ser notoriamente ciertas en nosotros. Por un lado, debemos seguir su ejemplo buscando a los perdidos (Lucas 19.10), anunciándoles el evangelio de la paz y de la reconciliación. Y por otro lado, puesto que la nueva relación fraternal que gozamos fue creada bajo el precio de la sangre de Cristo, debemos asegurar que nuestras vidas contribuyan a la paz del reino del Señor Jesús y no a suscitar conflictos. De ahí que su Palabra nos diga: Buscad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (Hebreos 12.14 LBLA). Y también dice: Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres (Romanos 12.18 RVR60).


4. Lo que significa ser llamados hijos de Dios


Ahora bien, una cosa que no se puede decir de Dios es que haya renunciado al uso de la violencia. Precisamente, una de las dificultades que algunos dicen tener para creer en el Dios revelado en la Biblia, es su carácter «vengativo y sanguinario»; el cual siempre sacan a relucir citando la destrucción de las siete naciones de Canaán. Pero no cabe duda de que es a este Dios, y no a otro, a quien Jesucristo mismo señala como el modelo de paz.


Hermanos, tenemos que entender que Dios ejerce la violencia, expresa su ira y conduce sus ejércitos en una guerra sin cuartel que resultará en la destrucción de sus enemigos, no por capricho o por ser un ser antojadizo como las deidades greco-romanas; no, si Él hace todo esto, es porque su justicia santa y perfecta lo demanda. Puesto que el pecado no puede quedar sin un castigo. Vuelvo a repetir que la «violencia de Dios» siempre está subordinada a su justicia y a sus juicios justos. Nunca es arbitraria, sino que siempre expresa la perfecta equidad de su ira, porque bien leemos en su Palabra: Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días. Si no se arrepiente, él afilará su espada; armado tiene ya su arco, y lo ha preparado. Asimismo ha preparado armas de muerte, y ha labrado saetas ardientes (Salmos 7.11–13 RVR60).


Y como decía antes, el mundo confunde la paz con la indiferencia. Pero Dios no es indiferente al pecado. Y al ser justo, no puede dejarlo sin castigo. Pero claro, esta realidad afrenta a las personas del mundo, porque para ellos la paz y la aplicación de la justicia no van juntas, sino que cada una va por un carril independiente. De ahí que podemos ver cuán corrompido está este sistema mundano.


Mis hermanos, nuestro Dios es un Dios de paz –como ya hemos visto–, porque el profundo anhelo de su corazón y la máxima expresión de su actitud hacia nosotros es buscar nuestro bienestar. Dios desea nuestro bien y hace lo necesario para que podamos disfrutarlo. Él es un Dios de reconciliación que extiende sus brazos hacia los hombres rebeldes en señal de su buena voluntad. Él desea firmar un tratado de paz con nosotros. A diferencia de las mentiras que cuenta el diablo, Dios no desea nuestra muerte, ni siquiera la muerte del impío (Ezequiel 33.11), sino que Él desea que todos procedamos al arrepentimiento (2 Pedro 3.9); pero, si nos obstinamos en nuestra rebeldía y rehusamos su oferta de paz, no vacilará en destruirnos. Y esto es lo que el mundo no puede entender, porque el mensaje de la cruz es locura a los que se pierden (1 Corintios 1.18).


Entonces, no porque seamos llamados a ser pacificadores, no debemos aplicar la justicia, ni debemos movilizarnos ante la injusticia y levantar la voz ante ella. Porque como hemos visto Dios no se queda impávido frente al mal, sino que actúa para castigarlo.


William Hendriksen, en su comentario de Mateo, dice con relación a esta bienaventuranza: «Aquí se pronuncia una bendición sobre todos aquellos que, habiendo recibido la reconciliación con Dios por medio de la cruz, ahora procuran, por su mensaje y por su conducta, ser instrumentos para impartir este mismo don a los demás. Por medio de la palabra y el ejemplo estos pacificadores, que aman a Dios, se aman unos a otros y aun a sus enemigos, y promueven la paz entre los hombres».


Por lo tanto, mis hermanos, la manera principal en la que «procuramos la paz», es a través de la proclamación fiel del evangelio, como embajadores de Jesucristo. Así, primeramente, buscamos reconciliar a los hombres con Dios. Porque somos llamados a anunciar el evangelio de la paz por medio de Jesucristo (Hechos 10.36). Al menos, así fue como los apóstoles entendieron su cometido de ser pacificadores. Porque mientras el hombre no se arrepienta de su pecado y se convierta a Dios, no puede conocer la paz del Señor Jesús. Porque bien dice su Palabra: No hay paz para los malvados—dice el Señor (Isaías 48.22).


Ahora, quien es reconciliado con Dios entra a formar parte de la familia de la fe. Comienza una nueva relación de comunión con todos los demás hijos de Dios. Por lo tanto, cualquier actitud o acción que lesiona la armonía del pueblo de Dios es una clara desobediencia de esta bienaventuranza. Pues, como bien le dijo Pablo a los corintios:


Así que, por cierto es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos entre vosotros mismos. ¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados? Pero vosotros cometéis el agravio, y defraudáis, y esto a los hermanos. (1 Corintios 6.7–8 RVR60)


Además, con la finalidad de crear un ambiente propicio para nuestro testimonio, el Señor nos pide que procuremos mantener relaciones constructivas y pacíficas con nuestro prójimo: Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres (Romanos 12.18). Y si nos fijamos bien, el Espíritu Santo, a través del apóstol Pablo, pone esta, digamos condición sobre la paz, porque sabe muy bien que la paz entre los hombres es un asunto de dos partes. Especialmente en lo que se relaciona con la predicación del evangelio, el cual, a menudo provoca división, persecución y violencia. Tal como lo dijo el Señor: No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra (Mateo 10.34–35 RVR60).


Precisamente, la predicación del evangelio produce que el mundo nos aborrezca, tal como nos advirtió el Señor: Si el mundo los odia, recuerden que a mí me odió primero. Si pertenecieran al mundo, el mundo los amaría como a uno de los suyos, pero ustedes ya no forman parte del mundo (Juan 15.18–19 NTV).


Y precisamente, esto de ser pacificadores, nos conecta con la siguiente bienaventuranza que tiene que ver con padecer por el nombre de Cristo. Pero eso es tema del siguiente podcast. Aunque, como ocurrió en el caso del Señor Jesús, el resultado inmediato de las iniciativas pacificadoras del reino de Dios fueron el desprecio y el rechazo; no obstante, siempre habrá una selecta minoría que reconocerá en nosotros las hermosas facciones de nuestro Padre; y, en el día final, escucharemos este mismo reconocimiento en labios de Dios mismo cuando nos diga: Buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor (Mateo 25.23 RVR60). Porque la promesa de Dios es cierta, ya que nos dice: El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo (Apocalipsis 21.7 RVR60).


Ya para ir terminando, quizás alguno de los oyentes estará pensando, ok, entiendo que ser pacificador significa que debo evangelizar cuanto pueda, pero ¿y cómo desarrollo el resto de características del Señor Jesús? Una buena porción desde donde podemos obtener directrices para ello se encuentra en Romanos 12.9-21. Acá podemos ver que los pacificadores deben:


  • Tener amor sin fingimiento (V9).

  • Aborrecer lo malo y seguir lo bueno (V9).

  • Amar a los hermanos con amor fraternal (V10).

  • En cuanto a la honra, preferir a los hermanos (V10).

  • Si algo merece diligencia, no ser perezosos (V11).

  • Tener fervor espiritual para el servicio al Señor (V11).

  • Gozarnos en la esperanza que nos prometió el Señor (V12).

  • Sufrir la tribulación sin reclamar (V12).

  • Orar constantemente (V12).

  • Compartir nuestros bienes con los hermanos más necesitados (V13).

  • Ser hospitalarios (V13).

  • Bendecir a quien nos está persiguiendo y haciendo el mal (V14).

  • Bendecir en general y nunca maldecir (V14).

  • Gozarse con los que se gozan y llorar con los que lloran (V15).

  • Ser unánimes con los hermanos, buscando la unidad fraternal (V16).

  • No ser soberbios y juntarnos con los humildes (V16).

  • No creernos sabios (V16).

  • A nadie pagar mal por mal (V17).

  • Buscar hacer el bien delante de todos (V17).

  • En cuanto dependa de nosotros, estar en paz con todos (V18).

  • Nunca tomar venganza, sino dejar lugar a la ira de Dios (V19).

  • Si tenemos un enemigo y este tiene hambre o sed, darle de comer y de beber (V20).

  • Y no ser vencido de lo malo, sino vencer con el bien el mal (V21).


Mis amados hermanos, procuremos asemejarnos a nuestro Padre celestial y a nuestro Señor Jesús, siendo verdaderos pacificadores en este mundo. Que el Señor Jesús les bendiga hoy y siempre.




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Episodio #76 Ser pacificadores (Bienaven
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