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Episodio #73: Ser misericordiosos (Bienaventuranza #5)



 

Nota: Esta es la transcripción de un episodio del podcast Edificados en Cristo. Para escuchar el episodio del podcast hacer click aquí.

 

¡Sean todos muy bienvenidos a un nuevo episodio más en su podcast, Edificados en Cristo! Mi nombre es Alexis. Y el día de hoy, les traigo un episodio titulado: Ser misericordiosos. Pero antes, demos paso a la intro y los veo enseguida.


Antes de comenzar, quisiera disculparme con ustedes, hermanos, por no haber publicado un nuevo episodio estas dos últimas semanas. Pero hace dos semanas tuve visitas de familiares en casa y la semana pasada tuve que atender un compromiso personal que me consumió gran parte de mi tiempo. No es justificativo, pero deseo explicarles que hacer este podcast me conlleva bastante tiempo, pues además del estudio de las escrituras, la meditación del tema en sí y los momentos de oración; además, invierto tiempo leyendo libros acerca del tema, redacto todo lo que voy a decir para que el contenido quede lo más claro posible. Y una vez que grabo, debo editar lo grabado, lo cual me conlleva varias horas de trabajo. Básicamente, lo que quiero decir, es que hacer un episodio me toma casi una semana de trabajo; trabajo que por cierto, hago gustoso en el Señor por amor a ustedes. Pero que tomo con mucha seriedad, porque es de la Palabra de Dios de lo que estoy hablando, por lo tanto, no puedo llegar y grabar un tema mal desarrollado o con poca profundidad de estudio. Y fue por eso que no grabé un nuevo episodio durante estas dos semanas, por lo que acabo de comentar. Entonces, habiendo dicho esto, comencemos.


En este episodio toca hablar sobre el ser misericordiosos. Dice la Palabra del Señor:


Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. (Mateo 5.7 RVR60)



Comencemos revisando las palabras en el idioma original. La palabra misericordia en el griego es: eleéō (ἐλεέω); y el significado general de esta palabra es tener compasión o misericordia de una persona en circunstancias infelices. Ser compasivo, tener misericordia. Esta misericordia no es meramente un sentimiento superficial por las desgracias ajenas, en la cual sentimos simpatía, sino que implica un deseo activo de eliminar dichas miserias.


Ahora veamos la palabra misericordioso. En el original, la palabra aquí es eleḗmōn (ἐλεήμων) y significa: Compasivo, benevolentemente, misericordioso; que involucra pensamiento y acción. Al referirse a los creyentes, solo ocurre en Mat. 5:7 donde dice, «Bienaventurados los misericordiosos». No es simplemente aquellos que expresan actos de misericordia, sino que tienen este atributo como resultado de morar con Dios y siendo makárioi (makarios), es decir, bendecidos por causa de Cristo.


Quizás, no tengamos del todo claro qué es la misericordia. Pero para clarificar esta palabra, les quiero compartir una historia sobre el emperador Napoleón que la ilustra bastante bien. Se dice que la madre de un soldado del ejército de Napoleón le pidió al emperador que su hijo fuera perdonado por lo que había hecho. Esta era la segunda ofensa del hombre y por ser la segunda ofensa al cometer el mismo crimen merecía la muerte. Cuando la mujer habló con el emperador, este le dijo: —«la justicia demanda la muerte de su hijo». —Yo no quiero justicia, estoy pidiendo misericordia, —dijo la mujer. A lo que Napoleón contestó: —Él no merece misericordia. Entonces la mujer respondió: —No sería misericordia si la mereciera. En ese punto, Napoleón, decidió mostrar misericordia y dejó ir al soldado.


Como acabamos de ver, la misericordia no es algo merecido, no tiene que ver con nosotros y lo que hayamos hecho o hayamos dejado de hacer. La misericordia es total y absolutamente inmerecida.

Ahora, algo muy interesante que encontré mientras estudiaba sobre este tema, fueron dos cosas. La primera, es que la Biblia habla muchísimo acerca de la misericordia. Por ejemplo, la palabra misericordia es mencionada alrededor de 270 veces, mientras que la palabra gracia se menciona unas 170. No estoy diciendo que la gracia no sea importante, pero la misericordia se menciona cien veces más y no se le da el lugar que merece. Digo esto, porque es interesante ver que los creyentes hemos sido bien instruidos en lo que a la gracia se refiere; además, existe un sin fin de libros, canciones e incluso convenciones y seminarios bíblicos que hablan sobre la gracia. No obstante, no vemos el mismo tipo de atención con la misericordia.


Es que la misericordia a menudo es ignorada, se da por sentada, se pasa por alto y se descarta por parte de la gran mayoría de los cristianos. No la tomamos en cuenta como cuando ignoramos una moneda de escaso valor que vemos tirada en la calle mientras caminamos. Del mismo modo la misericordia, se pasa por alto hasta que la necesitamos. Porque cuando necesitamos misericordia de parte de Dios, es cuando comenzamos a prestarle atención. Vuelvo a insistir que no estoy menospreciando la gracia de Dios, sino que estoy tratando de incrementar nuestra atención a la misericordia.


Lo segundo que llamó mi atención –muy relacionado con lo que dije recién–, es que cuando busqué libros acerca de este tema, literalmente encontré solo dos que eran protestantes, todos los demás eran católicos. Lo cual me hizo dar cuenta que, por lo menos en latinoamérica, estos últimos son los que tienen, por así decirlo, «la hegemonía de la misericordia». Me refiero a los orfanatos, hogares de ancianos, refugios para indigentes, etc. La gran mayoría está en manos de los católicos; mientras que los cristianos protestantes estamos muy contentos con nuestros lindos edificios donde nos reunimos, encantados con la doctrina tan pura que tenemos, o con la vida tan santa que llevamos. Pero estamos obviando que el Señor no solo nos dice que somos bendecidos por Dios al ser misericordiosos, sino que como creyentes tenemos la obligación de ser misericordiosos, puesto que es un mandamiento. Escuche:


Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso. (Lucas 6.36 RVR60)


Mis hermanos, tenemos que entender dos cosas. La primera, es que si hoy tenemos vida; si hoy nuestros corazones laten; el hecho de que el sol haya salido por el este; que haya oxígeno en el aire; es por la sola misericordia de Dios. De no ser por su misericordia, habríamos sido destruidos hace muchísimo tiempo. Si Dios no fuera misericordioso, Él habría destruido a Adán y Eva inmediatamente después de que pecaron, pero no es el caso. Lo segundo, es que debido a la misericordia que hemos recibido, nosotros debemos ser misericordiosos con quienes nos rodean.


Entonces, veamos el primer punto, esto es, la misericordia de Dios. Por ejemplo, si leemos en los salmos, en el capítulo 136, un salmo dedicado 100% a exaltar la misericordia de Dios, podremos darnos cuenta cuán misericordioso es nuestro Dios. Es que este salmo comienza diciendo: Alabad a Jehová, porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia (Salmos 136.1 RVR60). Y, por ejemplo, cuando el Señor se manifestó a Moisés en el monte Sinaí, este dijo: El Señor, el Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad; el que guarda misericordia a millares, el que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado, y que no tendrá por inocente al culpable (Éxodo 34.6–7 LBLA).


Mis hermanos, nuestro Dios es un Dios lleno de misericordia. Su naturaleza, su carácter, su disposición para con sus criaturas, su temperamento, su personalidad, etc.; todo en Él revela misericordia. A diferencia de lo que le encanta decir a los impíos y a los cristianos liberales, Dios no se inclina por la condena, el juicio, la ira, la crueldad, la intolerancia, la mezquindad o el castigo; sino que nos muestra día tras día su abundante misericordia.


Por ejemplo, en 2 Corintios 1.3 encontramos que Dios es Padre de misericordia. Y en Salmos, capítulo 145, versos 8 y 9 se nos dice: Clemente y misericordioso es Jehová, lento para la ira, y grande en misericordia. Bueno es Jehová para con todos, y sus misericordias sobre todas sus obras (Salmos 145.8–9 RVR60). Primero, notamos que dice en el versículo de Corintios, que Dios es Padre de misericordia. Esto implica que, como Padre para con sus hijos, Dios se relaciona con nosotros desde una expresión misericordiosa. Y ciertamente como Padre, Él tiene infinitamente más misericordia de la que podría tener cualquier padre humano. Y como nuestro Padre, Él produce, provee, inicia y fabrica la misericordia que luego derrama sobre nosotros.


Ahora, en los versos que leí de Salmos, notamos la palabra grande, esta implica que Dios es el supremo, superior, el más grande en misericordia. Por lo tanto, grande indica suficiente, una plenitud de abundancia sin fin. En otras palabras, su Palabra nos dice que Dios es la suprema fuente de una abundante misericordia, la cual es inagotable.


Aunque la misericordia no solo forma parte de Dios, sino que a Él le agrada mostrar misericordia a sus criaturas. Escuche:


¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. (Miqueas 7.18 RVR60)


Hay siete cosas que necesitamos conocer acerca de la misericordia:


1. La misericordia se renueva cada día. En su Palabra podemos leer que las misericordias de Dios son nuevas cada mañana (Lamentaciones 3.23). Por lo tanto, podemos decir que sus misericordias nos despiertan cada mañana; no, no es el sol quien hace esto; tampoco es la alarma del celular; un perro que ladra a la distancia o el ronquido de su esposo o esposa; un dolor agudo; o la pesadilla que estábamos soñando. Tampoco son sus vecinos ruidosos; el aroma del desayuno; o las ganas de ir al baño. No, nada de eso nos despierta, sino que son las misericordias de Dios.


2. La misericordia es un regalo de Dios. Leemos en el libro de Salmos que: Bueno es Jehová para con todos, y sus misericordias sobre todas sus obras (Salmos 145.9 RVR60). Entonces, por ejemplo, cuando respiramos, no es más que la expresión de su misericordia. Cuando abrimos nuestros ojos; cuando sentimos algo; cuando saboreamos algo; o cuando lo olemos o cuando oímos algún ruido. Sí, todas estas cosas son la parte de la misericordia de Dios; sí, todo eso es la expresión de su misericordia. No, no es porque somos hábiles, fuertes, inteligentes o estamos sanos; ¡para nada! Sino que es Dios siendo bueno y mostrándonos su misericordia.


3. La misericordia nos mantiene con vida. Dice su Palabra: Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias (Lamentaciones 3.22 RVR60). La misericordia de Dios nos preserva, nos protege. Quizás alguna vez usted condujo borracho a casa y llegó sin que nada le pasara y sin herir a nadie. O quizás se drogó, pero nunca sufrió una sobredosis. Quizás tuvo una relación sexual fuera del matrimonio y aún así no hubo un embarazo de por medio, ni tampoco una enfermedad de transmisión sexual. O si quizás caminó de noche por zonas peligrosas de la ciudad y llegó con bien a su casa sin que nada le pasase. Bueno, todas esas veces que hemos hecho cosas peligrosas y actuado irresponsablemente, cuando fuimos imprudentes, temerarios, nos expusimos a peligros innecesarios, incluso cuando fuimos tontos y estúpidos, pero no nos ocurrió nada, esa fue la misericordia de Dios. Sí, es cierto que Dios permite que nos pasen cosas malas, pero no son más que para atraer nuestra atención hacia Él y hacia lo que hemos estado haciendo mal. Por eso es que podemos decir: Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días (Salmos 23.6 RVR60).


4. La misericordia nos permite acercarnos a Dios y a su trono. En su Palabra leemos: Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos. (Hebreos 4.16 NTV)


La misericordia es la que nos permite ir al Señor Jesús cuando hemos pecado, cuando hemos sido rebeldes y desobedientes a sus mandatos. La misericordia divina siempre está dispuesta y disponible en todo momento para nosotros. Es como si nos llamara diciendo: —No tienes que alejarte de Cristo. No tienes que ser distante. No tienes que tener miedo. No tienes que esconderte. Dios no se aleja de ti porque eres pecador, estás equivocado o has fallado. ¡Ven sin temor!


5. La misericordia nos permite ser salvados. El acto más grande de misericordia que Dios ha hecho por nosotros, es darnos la salvación gratuita de nuestras almas. Eso es la gracia, la manifestación de la misericordia inmerecida de Dios. Y bien leemos en su Palabra que nuestra salvación es debida a su misericordia. Escuche:


Él nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo. (Tito 3.5 LBLA)


Básicamente, la misericordia de Dios nos permitió cambiar el infierno por el cielo. A través de su misericordia pudimos cambiar a nuestro padre el diablo, por nuestro Padre celestial. El juicio, la condenación, el castigo y la ira de Dios, su misericordia las cambió, por su gracia, amor y perdón eterno. Pasamos de ser hijos de las tinieblas a ser hijos de la luz. De estar eternamente separados de Dios, perdidos en nuestros delitos y pecados, a ser salvados por su gran misericordia. Fue por misericordia que el Hijo de Dios pagó por los pecados, la iniquidad y las transgresiones que usted y yo habíamos cometido. Fue su misericordia la que actuó cuando el Padre nos llevó a Cristo, cuando su Espíritu nos convenció de pecado, y sin duda fue la misericordia, cuando el Señor Jesús nos dio la salvación inmerecida cuando le pedimos que nos salvara.


6. La misericordia nos da una segunda oportunidad. Vuelvo a repetir un versículo que mencioné antes: ¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. (Miqueas 7.18 RVR60)


Nuestro Dios no retiene su ira por siempre, sino que se deleita en extendernos su misericordia. Pero pareciera que a veces olvidamos que no fue por nuestras obras o por nuestro talento o nuestra inteligencia que Dios nos dio de su perdón. Digo esto, porque algunas veces nos sentimos superiores a los inconversos o mucho mejores que otros hermanos, pero recordemos que nada de lo que tenemos es nuestro. Aunque pareciera que inconscientemente nos sentimos merecedores de la salvación, como si fuéramos especiales por haber recibido la salvación de parte de Dios. No, mis hermanos, fue por la sola misericordia de Dios por la que fuimos salvados, tal como leemos en el versículo clásico de Efesios:


Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados), y con Él nos resucitó, y con Él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús. (Efesios 2.4–6 LBLA)


7. La misericordia es inmerecida. Aunque lo dije al principio, vuelvo a repetir esto; porque quizás sea el rasgo más importante de la misericordia. Que es inmerecida, que se da por gracia; esto quiere decir que se le da a quien no lo merece. Y eso es lo que Dios hizo con nosotros, quienes a pesar de ser sus enemigos, Él nos reconcilió consigo mismo (Romanos 5.10), a través de su misericordia manifestada en la forma de su Hijo Jesús.


Sin la misericordia de Dios, estaríamos eternamente separados, perdidos, olvidados, alienados, castigados, juzgados y condenados. En cambio, la misericordia de Dios nos ha dado perdón, justificación, justicia, gloria, gracia, santificación, aceptación, adopción, salvación, compasión, bondad, amor y la promesa de entrar al cielo. Siendo que lo que merecíamos era la condenación eterna, la vergüenza, el castigo, el remordimiento, la desaprobación y la ira de Dios. Mis hermanos, fue la misericordia de Dios la que canceló el castigo que debíamos sufrir. Su misericordia silenció nuestra culpa. Por su misericordia fue pagada la deuda de nuestros pecados. Y fue su misericordia la que nos libró del juicio.


Mis hermanos, debemos dar gracias a Dios por su misericordia todos los días. Y no sé ustedes, pero yo no quiero dar por sentada la misericordia de Dios, ni tampoco quiero un suministro limitado; deseo más y más de su misericordia ¡quiero más y necesito más de ella cada día! Debido a mi maldad.


Bueno, ahora veremos lo segundo, lo de que cada uno de nosotros debe ser misericordioso con quienes nos rodean. Dice su Palabra: De gracia recibisteis, dad de gracia. (Mateo 10.8 LBLA)


Una de las cosas que tenemos que entender, es que la misericordia no es un sentimiento lejano, que nos hace mirar a los demás y sentir pena o tristeza por las circunstancias de sus vidas y ya. No, la misericordia, tal como nos ejemplificó el Señor, implica acción y muchas veces sacrificio. La misericordia no es un acto intelectual, sino que debe ser traducida en acciones. Permítanme que les comparta una ilustración que tomé del libro Más de 1001 ilustraciones y citas de Charles Swindoll. La cual dice así:


A una clase de griego se le dio la tarea de estudiar el relato del buen samaritano en Lucas 10.25-37. Estos jóvenes teólogos hicieron un análisis profundo del texto bíblico, observando y comentando todos los términos principales y factores de sintaxis que valía la pena mencionar. Cada alumno tenía que hacer por escrito su propia traducción después de haber hecho el trabajo en su comentario.


Como sucede en la mayoría de clases de idiomas, dos o tres estudiantes se preocuparon más por las implicaciones prácticas de la tarea que por su estímulo intelectual. La mañana en que debían presentar el trabajo, los tres se reunieron y llevaron a cabo un plan para demostrar su punto. Uno de ellos se ofreció como voluntario para hacer de una supuesta víctima. Se puso una camisa y unos pantalones destrozados, lo embarraron de lodo, salsa de tomate, y otros ingredientes para simular unas «heridas»; le maquillaron los ojos y la cara, la cual casi ni se reconocía. Una vez listo, lo pusieron sobre la hierba junto a una vereda que llevaba desde los dormitorios a la sala de clases de griego. Mientras los otros dos se escondían y observaban lo que pasaba; el «herido» gemía y se retorcía, fingiendo un gran dolor.


Ni un solo estudiante se detuvo. Lo esquivaron, pasaron por encima, y le dijeron diversas cosas; pero ninguno de ellos se detuvo a ayudarle. ¿Quisiera usted apostar que su trabajo académico fue impecable, penetrante y entregado a tiempo?


Este incidente siempre siempre me hace recordar un pasaje bíblico que penetra por debajo de la superficie de nuestras preocupaciones intelectuales: En esto conocemos el amor: en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él? Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. (1 Juan 3.16–18 LBLA)


Si nos damos cuenta, las primeras cuatro bienaventuranzas –los pobres en espíritu, los humildes, los que lloran y los que tienen hambre y sed de justicia– nos hablan de nuestro carácter interno y de nuestra relación con Dios. Sin embargo, esta bienaventuranza que pronunció el Señor: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia». Se refiere a nuestra relación con otras personas, con los que nos rodean. Y al igual que en el griego, en español tenemos tres palabras muy parecidas en significado: misericordia, piedad y compasión; las cuales, son usadas como sinónimos intercambiables. No obstante, la misericordia es más que tener piedad o sentir compasión por alguien, porque la misericordia denota no solo sentimientos, sino acciones; como mencionaba hace un rato.


La misericordia se expresa en dos áreas: En un sentido temporal, la misericordia busca satisfacer las necesidades físicas de otros; así como en la parábola del buen samaritano. Y la segunda área es garantizando perdón a quien haya pecado contra nosotros o nos haya ofendido.


Veamos la primera área. En su Palabra leemos:


Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día del mal el Señor lo librará. El Señor lo protegerá y lo mantendrá con vida, y será bienaventurado sobre la tierra; y no lo entregarás a la voluntad de sus enemigos. El Señor lo sostendrá en su lecho de enfermo; en su enfermedad, restaurarás su salud. (Salmos 41.1–3 LBLA)


Cuando el Señor Jesús dijo «Bienaventurados los misericordiosos», seguramente tenía en mente a aquellos que están en necesidad física. Pero ¿y qué pasa con los que están en necesidad espiritual? Imaginemos que fuéramos capaces de proveer a una multitud de hombres, mujeres y niños para sus necesidades físicas y económicas, sacando a la gente de la pobreza y dándoles un estándar promedio de vida; pero no proveyéramos para sus necesidades espirituales. ¡Eso sería un despropósito terrible! Porque bien dice su Palabra: Pues, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? (Marcos 8.36 LBLA). Quizás alguien se pregunte porqué estoy diciendo tamaña barbaridad. Pues porque lamentablemente, muchas congregaciones, especialmente en USA, comenzaron a preocuparse solo de las necesidades físicas y económicas de las personas, pero dejaron de lado las espirituales. Y en respuesta a esto, muchas otras denominaciones tomaron el rumbo opuesto, el de no proveer para las necesidades físicas de los necesitados, sino que procuran proveer únicamente para las necesidades espirituales de las personas.


Claramente la Biblia no nos enseña esto, porque en primer lugar, el Señor nos dijo que siempre habrían pobres (Marcos 14.7). Pero si bien el Señor dijo estas palabras refiriéndose a los pobres físicamente, también es una realidad en lo espiritual. En las escrituras no encontramos una diferencia entre ayudar y proveer para una olvidando la otra, me refiero a las necesidades físicas y a las espirituales respectivamente. Lo que quiero decir es que debemos proveer tanto para las necesidades físicas de las personas necesitadas, como para lo espiritual.


Ahora veamos la segunda área, que es acerca de perdonar a quienes hayan pecado contra nosotros o nos hayan ofendido. Creo que la expresión más clara de esto es lo que el Señor ilustró cuando Pedro le preguntó cuántas veces debemos perdonar a nuestros hermanos que pecan contra nosotros. Lo voy a leer. Escuche:


Luego Pedro se le acercó y preguntó: —Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a alguien que peca contra mí? ¿Siete veces? —No siete veces —respondió Jesús—, sino setenta veces siete. (Mateo 18.21–22 NTV)


Básicamente lo que el Señor le dijo, fue: Cada vez que pequen contra ti, debes perdonar, sin importar el número de veces. Luego de esto, el Señor Jesús relató una parábola sobre un rey y dos deudores que encontramos entre los versículos 23 al 35 de este capítulo 18 de Mateo. En aquella ilustración vemos a uno de los siervos que le debía diez mil talentos a su señor; y según algunos dicen que esta cantidad equivaldría a unos 6.000 millones de dólares de hoy en día. Este siervo no tenía para pagar, por lo que su señor lo iba a vender a él, a su mujer, a sus hijos y todo cuanto poseía para cubrir la deuda. El siervo se postró y rogó por misericordia; y su señor le perdonó toda la deuda. Cuando este siervo salió libre, se encontró con un consiervo suyo que le debía cien denarios, es decir, cien días del trabajo de un jornalero (unos 12.000 dólares, aproximadamente) y en vez de hacer lo que hicieron con él, es decir, perdonarle la deuda, fue y lo echó en la cárcel. Ahora, 12.000 dólares es bastante dinero, pero si lo comparamos con los 6.000 millones de dólares que debía el otro, literalmente es una nimiedad. Y el punto de lo que el Señor quiso ilustrar, es que nosotros debemos perdonar a quienes nos ofenden, porque ese uno, dos o diez pecados que han cometido contra nosotros, no se comparan con los miles de millones de pecados que Dios nos ha perdonado. La cual, es básicamente, la misericordia que Dios quiere que nosotros mostremos a nuestros semejantes, debido a la misericordia que Él mostró con nosotros. Por eso es tan serio a los ojos de Dios que no perdonemos a nuestros hermanos y semejantes.


Este tema ya lo he explicado en otros podcasts, especialmente en el episodio 32; por lo que no me voy a extender, sino que solo diré que el no perdonar a nuestros hermanos nos hace acreedores de un pasaje directo a la condenación eterna; porque como bien dijo el Señor: Si perdonas a los que pecan contra ti, tu Padre celestial te perdonará a ti; pero si te niegas a perdonar a los demás, tu Padre no perdonará tus pecados. (Mateo 6.14–15 NTV). Si alguien quiere saber porqué digo tal cosa, por favor escuche el episodio 32.


Retomando el hilo de lo dicho anteriormente, vuelvo a decir que lo que Dios espera de nosotros, es que mostremos misericordia como Él lo hizo con nosotros. Y el perdón que Él nos exige es uno que incluya el olvidar todo lo ocurrido, como si jamás hubiera pasado, pues de esa forma nos perdona Dios. Escuche:


Yo, yo soy el que borro tus transgresiones por amor a mí mismo, y no recordaré tus pecados. (Isaías 43.25 LBLA)


En otras palabras, cuando Dios nos perdona, se olvida de lo que hemos hecho, por lo tanto, es con ese mismo estándar que Él espera que nosotros perdonemos a nuestros semejantes, tal como le dijo Pablo a los colosenses en el capítulo 3, versículo 13.


Ahora, el perdón usualmente no es un evento sencillo que ocurre una vez que uno dijo: «te perdono»; no, habitualmente nos cuesta mucho perdonar conforme al estándar de Dios. Habitualmente nos duele y la rabia no se va tan rápido, y lo mismo pasa con el recuerdo de lo acontecido. Es ahí donde debemos echar mano de la oración para pedirle a Dios que quite eso de nuestras mentes y corazones, para que no se desarrolle una raíz de amargura, tal como leemos en Hebreos 12.15.


¿Saben por qué el perdón es tan difícil de llevar a cabo? Porque nos cuesta, me refiero que perdonar conlleva un costo de por medio, tal como Dios tuvo que dar a su Hijo para poder perdonarnos; del mismo modo, nosotros debemos crucificar a nuestro orgullo y rencor para poder perdonar a quienes nos hayan ofendido o pecado contra nosotros.


Ahora, si a quien debemos perdonar es un creyente, debemos orar por él o ella, recordando lo dicho por el Señor: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen (Mateo 5.44 RVR60). Asimismo, debemos recordar lo que dijo el apóstol Pablo a los hermanos de Colosas: Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. (Colosenses 3.12–13 RVR60).


Y si el que nos ofendió es un inconverso, además de lo anterior, debemos recordar lo dicho por el Señor Jesús: Pero yo digo: no resistas a la persona mala. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, ofrécele también la otra mejilla (Mateo 5.39 NTV). Pues debemos seguir el ejemplo del Señor, tal como nos dice el apóstol Pedro: quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente (1 Pedro 2.23 RVR60). Por lo tanto, además de perdonarle, hay que rogar por su alma inmortal, para que pueda alcanzar la salvación.


Mis hermanos, si nos damos cuenta, la misericordia está fuertemente ligada con la pobreza en espíritu, la humildad, el llorar y el tener hambre y sed de justicia. Porque las personas misericordiosas son pobres en espíritu, porque reconocen que ellos no son mejores. Son humildes, porque aceptan la bofetada en la mejilla y ponen la otra. Lloran porque han sido ofendidos, pero no buscan venganza, sino encomiendan la causa al Señor y buscan el consuelo de Dios Padre; y por último, tienen hambre y sed de justicia, porque desean el bien de esa persona, no su mal, puesto que desean que Dios les bendiga, a pesar del mal que les han hecho.


Así que, para terminar me gustaría leer unos versículos de las escrituras que dicen:


¡Cuán preciosa es, oh Dios, tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se refugian a la sombra de tus alas. Se sacian de la abundancia de tu casa, y les das a beber del río de tus delicias. (Salmos 36.7–8 LBLA)


Que el Señor les bendiga.



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