Nota: Esta es la transcripción de un episodio del podcast Edificados en Cristo. Para escuchar el episodio del podcast hacer click aquí.
¡Sean todos muy bienvenidos a un nuevo episodio más en su podcast, Edificados en Cristo! Mi nombre es Alexis. Y el día de hoy, les traigo un episodio titulado: Tener hambre y sed. Pero antes, demos paso a la intro y los veo enseguida.
Siguiendo con la serie de las bienaventuranzas, este es el cuarto episodio; y si no han escuchado los anteriores, podrán ver que en los últimos que he publicado aparece un paréntesis que indica que son parte de las bienaventuranzas. Así que, sin más demoras, comencemos. Dice así la Palabra de Dios:
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. (Mateo 5.6 RVR60)
En las dos primeras bienaventuranzas, el Señor usó palabras «fuertes». Porque como vimos en aquellos episodios, la palabra pobre en el griego original hace referencia a uno que está en una pobreza extrema, tal como un indigente; mientras que la palabra llorar expresa un intenso dolor, tal como cuando perdemos a un ser amado.
Y en esta oportunidad, el Señor Jesús, nuevamente usa dos palabras «fuertes», hambre y sed. Ambas expresan un intenso deseo. Para que nos demos una idea de qué habla el Señor, leeré dos versículos. Escuche:
Oh Dios, tú eres mi Dios; de todo corazón te busco. Mi alma tiene sed de ti;
todo mi cuerpo te anhela en esta tierra reseca y agotada donde no hay agua. (Salmos 63.1 NTV)
Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte; porque luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia. (Isaías 26.9 RVR60)
Esa es la idea de esta hambre y sed de justicia expresada por el Señor. En otras palabras, podríamos decir que es un fuertísimo deseo de justicia. Lo cual nos lleva a preguntarnos ¿qué es la justicia?
La palabra usada en griego es dikaiosúnē (δικαιοσύνη). Esta es una palabra compuesta por díkaios, que significa justo, recto; justicia y rectitud. Y de súnē, que según el diccionario, dice que esta terminación hace que esta palabra sea una abstracción. La justicia o dikaiosúnē, es por tanto, la conformidad con los estándares de una autoridad superior; que en este caso es Dios. Y tanto en el AT como en el NT, la justicia es el estado ordenado por Dios y que resiste la prueba de su juicio (ver 2 Cor. 3.9; 6.14; Efesios 4.24).
Un detalle importante a destacar, es que el Señor Jesús no dijo: —«Bienaventurados los hambrientos y los sedientos de justicia»; lo que Él dijo fue: los que tienen hambre y sed de justicia. Porqué es esto, por la sencilla razón de que el que está sediento una vez que toma una buena cantidad de agua se le pasa la sed; y lo mismo pasa con el hambriento, si come lo suficiente puede alcanzar la saciedad. Pero el Señor no está hablando de un mero deseo temporal, sino de algo que debe ser constante en nuestras vidas como creyentes. Porque la saciedad tiende a volvernos ociosos. Escuche este ejemplo:
He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso. (Ezequiel 16.49 RVR60)
Así como nos pasa a diario, que sentimos hambre y sed, lo mismo pasa con el hambre y la sed de justicia, son algo constante en la vida de los creyentes. Algo que está (o debe estar) presente todos los días. Por ejemplo, un deseo ferviente de orar, de leer y meditar en las escrituras; el anhelo de seguir en humildad el ejemplo del Señor Jesús, siendo imitadores de Dios (Efesios 5.1), así como siendo hacedores de su Palabra y no meros oidores de ella (Santiago 1.22).
Entendamos algo, cuando el mundo habla de hambre y sed de justicia, habla de algo muy diferente a lo expresado por el Señor, pues para ellos la justicia no es más que castigar al que ha cometido un delito. Por otra parte, el hambre y la sed del mundo no tiene nada que ver con lo que Dios nos habla en esta bienaventuranza. Porque desde los primeros asentamientos hasta las modernas ciudades, el ser humano sin Cristo, se rige por el principio de depredación de los recursos ajenos en pro del enriquecimiento personal, dejando de lado al prójimo que está en necesidad; pues la naturaleza pecadora del hombre nos hace ser extremadamente egoístas. Esta es una constante en el mundo, ya que por esta razón el Señor Jesús dijo: Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis (Mateo 26.11 RVR60).
Todos tenemos hambre y sed a diario y durante toda nuestras vidas; pero ninguno de los sustitutos satánicos del mundo pueden acallar nuestra necesidad de una verdadera justicia, porque todo lo que Satanás nos ofrece es eso, un simple sucedáneo efímero de lo que Dios nos pueda dar, así lo dicen las escrituras: Y el mundo pasa, y sus deseos (1 Juan 2.17 RVR60). Mientras que lo que Dios nos ofrece es eterno, porque bien dijo el Señor: El que cree en mí, tiene vida eterna (Juan 6.47 RVR60). Además, el hambre y la sed del mundo son por los placeres físicos, las riquezas y las cosas materiales. Básicamente, solo cosas efímeras y ridículamente estúpidas cuando pensamos en que nada de eso sirve para la eternidad, pues ninguna de las cosas que el mundo tanto busca pueden ser siquiera llevadas a la tumba.
Ahora, volviendo a lo que el Señor decía del hambre y la sed de justicia; se puede decir de manera resumida, que la justicia denota el estado de ser justos. Y bíblicamente hablando, significa estar en perfecta concordancia con las leyes de Dios en cada aspecto de nuestras vidas: Pensamientos, palabras, acciones e incluso en nuestras motivaciones. En este estándar de justicia no hay espacio para las excepciones, ni tampoco hay margen para desviarse. Este es el tipo de hambre y sed debemos desear; porque vuelvo a repetir, es vivir en perfecta armonía con las leyes de Dios.
Aunque, claro, alcanzar la perfección de Dios nos es imposible. Porque sabemos lo que nos dice en su Palabra: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno (Romanos 3.10–12 RVR60). Y de nuevo en este mismo capítulo, pero en el versículo 20, dice: ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.
Entonces, si ninguno de nosotros puede alcanzar tales estándares, ¿por qué debemos anhelarlo? ¿Acaso no es ese un ejercicio inútil? La respuesta yace en el doble significado de la justicia en la Biblia. Primero, la justicia que Dios demanda, es una perfecta obediencia a su Ley. Pero como ya vimos, ninguno puede cumplir su ley a cabalidad, ya que como dice Pablo, el solo hecho de fallar en el cumplimiento de la ley ya consiste en una maldición. Escuche:
Sin embargo, los que dependen de la ley para hacerse justos ante Dios están bajo la maldición de Dios, porque las Escrituras dicen: «Maldito es todo el que no cumple ni obedece cada uno de los mandatos que están escritos en el libro de la ley de Dios». (Gálatas 3.10 NTV)
En otras palabras, ninguno de nosotros está a la altura del estándar de Dios. Ninguno excepto nuestro Señor Jesús; porque como bien dijo Él en Juan 8.29: porque yo hago siempre lo que le agrada. Dijo esto hablando de su Padre celestial.
Y tanto los evangelistas como Pablo, Pedro y el autor de Hebreos, fueron unánimes al decirnos que el Señor Jesús fue perfectamente justo (ver 2 Co 5.21; He 4.15; 1 P 2.22 y 1 Jn 3.5). Esto implica que Él fue perfectamente obediente a las leyes divinas, sin desobedecer ni siquiera una durante toda su vida. Y esta es una prueba más de que el Señor Jesús es Dios hecho carne, porque tal como nos dice David en el salmo 18 versículo 30: En cuanto a Dios, perfecto es su camino. Por lo tanto, el testimonio que Dios dejó en su Palabra acerca de su Hijo, es que Él fue total y absolutamente perfecto y sin pecado. Pero esto es más que un simple testimonio, sino que es una realidad, ya que de no haber cumplido con toda la ley, el Señor Jesús jamás podría haber muerto en la cruz tomando nuestro lugar. Ya hablaré más sobre esto, pero ahora quiero ahondar un poco en la perfección del Señor.
Porque durante sus treinta y tres años, nuestro Señor Jesús vivió en lo que es imposible para nosotros, esto es, cumpliendo a cabalidad toda la ley de Dios sin falta alguna. Por eso Él es nuestro sustituto perfecto; y por eso todas las escrituras apuntan hacia Él y la salvación que consumó en la cruz del Calvario. Y es debido a esta perfección del Señor Jesús, que nosotros, al estar unidos a Él (1 Co 6.17), somos considerados por Dios como justos, así como Cristo mismo.
Quizás alguien se pregunte, ¿y qué pasa con nuestros fracasos personales para vivir una vida perfectamente justa? Ya hemos visto que ninguno es considerado justo de manera natural a los ojos de Dios. Entonces, ¿qué pasa con nuestros pecados y nuestras fallas en obedecer perfectamente la ley de Dios? ¿Acaso se desvanecen en el aire? La respuesta es no; porque la perfecta justicia de Dios demanda el pago de nuestras faltas y errores. Por eso es tan hermoso meditar en la cruz de Cristo, porque todos nuestros desaciertos en cuanto a ley de Dios, el Señor los tomó y los clavó en la cruz; tal como nos dice el apóstol Pedro; escuche: quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia (1 Pedro 2.24 RVR60).
El Señor Jesús padeció bajo la ira de Dios, una ira santa contra el pecado; pecado nuestro que era merecedor del castigo eterno. Por eso Pablo dice: Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. (2 Corintios 5.21 RVR60)
Y que es lo que leemos también en Isaías cuando dice:
Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. (Isaías 53.5 RVR60)
Nuestro Señor Jesús, satisfizo los justos requerimientos de la ley de Dios, por eso es que pudo pagar por el pecado derramando su sangre, ya que conforme a la ley de Dios, para poder expiar los pecados de una persona debía ser derramada sangre de un ser inocente a quien se le imputaban los pecados del culpable, tal como leemos en Levítico 17.11 y en Hebreos 9.22.
Por eso se dice regularmente que «Él vivió una vida que nosotros no podíamos vivir y padeció una muerte que nosotros merecíamos morir». Como resultado de esto, todo aquel que confía en Cristo como su salvador es justificado, esto significa que es contado y tratado como perfectamente justo a los ojos de Dios.
Así que, podríamos llamar a esta justicia del Señor, «una justicia posicional». Es decir, que nuestra posición delante de Dios es una de perfecta justicia gracias al sacrificio del Señor en la cruz del Calvario. Pero para explicarlo de manera más gráfica, es como si el Señor nos hubiera cubierto y además cobijado bajo su manto de justicia, en la cual, al mirarnos el Padre, no ve nuestras injusticias, sino que solo ve este manto de justicia perfecta de su amado Hijo Jesucristo cubriéndonos. ¿Acaso no es esto maravilloso? ¿No nos llena esto de gratitud, moviéndonos a adorarle, tal como Él se lo merece?
Es que esto es tan maravilloso, porque desde el momento en que confiamos en el Señor como nuestro Salvador, fuimos hechos justos delante de Dios. Y nunca seremos menos justos delante de sus ojos, como desde el momento en que pusimos nuestra confianza en nuestro amado Salvador. Lo que quiero decir es que el Padre no nos verá más o menos justos, sino que siempre verá la perfecta justicia de Dios que nos cubre. De ahí que la ira de Dios no caiga sobre nosotros, porque tal como dice su Palabra: ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. (Romanos 8:33)
Ahora, una pregunta bastante lógica que quizás alguien se pudiera estar haciendo, ¿si ya poseo la justicia perfecta de Cristo, por qué debería tener hambre y sed de justicia? Porque dejé en claro que la justicia divina nos fue atribuida en Cristo Jesús desde el momento de la conversión. Y la respuesta a la pregunta formulada es que mientras más crecemos y maduramos en la vida cristiana, más sensibles nos volveremos al pecado y a las fallas que vemos en nuestras vidas. Es cierto que recibimos la justicia de Cristo Jesús, pero eso no quita que nosotros debemos practicarla también; y es en esa práctica que nosotros no alcanzamos la perfección; de ahí el hambre y sed de justicia, que es el deseo de ser como el Señor Jesús.
Porque a medida que avancemos en la carrera que tenemos por delante (He 12.1), más seremos conscientes de nuestras fallas, más nos dolerá pecar y más hambre y sed tendremos por aquella justicia que practicó nuestro Señor. Por eso debemos tener hambre y sed de justicia.
Déjenme tratar de aclarar esto que dije; pensemos en lo siguiente, Dios mora en lo alto y nosotros estamos acá en la tierra, pero debemos anhelar aquellos lugares celestiales en Cristo Jesús (Efesios 2.3), poniendo cada día nuestra mirada en las cosas de arriba (Colosenses 3.2). Deseando vivir conforme a los estándares de Dios y no a los nuestros o a los del mundo.
Por ejemplo, cuando los aeronautas suben en un globo, llevan consigo bolsas de arena llamadas lastre. Cuando se quieren elevar, las arrojan fuera del globo. Así es en la vida cristiana. Si deseamos elevarnos más cerca del cielo, debemos arrojar aquella arena y desprendernos de todas los pesos inútiles; tal como decía el autor de Hebreos: Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante (Hebreos 12.1 RVR60). Porque mientras no lo hagamos, no podremos elevarnos jamás.
Existe entonces (o debería existir), un sentido legítimo de hambre y sed de justicia en cada creyente. Me explico, la justicia perfecta del Señor, solo hace resaltar nuestras injusticias, pero al mismo tiempo nos lleva a refugiarnos en Él y a desear ser justos como nuestro Salvador. Esta hambre y sed de justicia debería ser algo continuo en nuestras vidas, una actitud diaria de todo creyente crecido y no crecido; porque todos pecamos a diario.
Permítanme poner otro ejemplo: El evangelio, es decir, las buenas nuevas de Dios, son como el maná que Él les proveyó a los israelitas en el desierto. Este maná debía ser recolectado a diario, porque no se podía acumular o guardar, porque le salían gusanos (Éxodo 16.16-21). Y de manera similar, cada uno de nosotros necesita apropiarse de estas buenas nuevas cada día, en la medida que continuamos pecando a diario. No las podemos acumular, sino que «debemos salir a recogerlas a diario».
Ojo que esta no es una justificación para que pequemos por el hecho de estar justificados debido al sacrificio del Señor, o por estar en la gracia, como tanto les gusta decir a los liberales; sino que de lo que estoy hablando, es que como pecadores que somos, debemos reconocer que tristemente no podemos alcanzar la perfección requerida por Dios (Mateo 5.48). Porque, por ejemplo, aunque hoy cometa solamente tres pecados; mañana puede que cometa quinientos. Lo que estoy diciendo, es que cada día necesitamos de esta justicia de Cristo para ser considerados justos a los ojos de Dios Padre.
Hay un himno en inglés que me gusta muchísimo, aunque desconozco si está traducido al español o no, pero se llama «The Solid Rock», la roca sólida. El himno parte diciendo: «Mi esperanza está construida en nada menos que en la sangre de Jesús y su justicia». La melodía va algo así. Esa misma declaración debería ser la manera de cómo pensamos y nos conducimos en la vida diaria, cimentando toda nuestra esperanza únicamente en Cristo Jesús. ¿Por qué deberíamos hacer tal cosa? Se preguntará alguien. Porque nosotros somos inútiles y completamente imperfectos.
Ahora, el segundo aspecto de la justicia por la que deberíamos sentir hambre y sed, es la justicia experiencial o vivencial, o sea, vivir la justicia, que debemos buscar cada día. Nuestro Dios ha ligado inexorablemente la justicia que tenemos en Cristo con la justicia que debemos perseguir a diario. Él no da una sin la otra. Por lo tanto, quien tenga hambre y sed de la justicia que tenemos en Cristo, también deberá tener hambre y sed de ser justo en su vida diaria para poder ser saciado. Pablo escribió lo siguiente a los corintios: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2 Corintios 5.17 RVR60).
En otras palabras, lo que quiso decir el apóstol es que si algo está posicionalmente en la justicia de Cristo, es una nueva creación de Dios. Es decir, que esta nueva creación está dispuesta a perseguir la justicia vivencial que Dios nos demanda, esto de vivir en justicia, haciendo actos de justicia. Este cambio tan radical en nuestros corazones y mentes tiene que ver con lo profetizado por Ezequiel cuando dijo:
Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes. Les quitaré ese terco corazón de piedra y les daré un corazón tierno y receptivo. Pondré mi Espíritu en ustedes para que sigan mis decretos y se aseguren de obedecer mis ordenanzas. (Ezequiel 36.26–27 NTV)
En esta porción de las escrituras, Dios prometió dos cosas, la primera es que nos daría un corazón nuevo; cosa que hizo cuando nos adoptó como hijos; y la segunda, es poner su Espíritu dentro nuestro, el cual le dio vida a este nuevo corazón; permitiendo de esta forma que seamos capaces de perseguir esta justicia divina en nuestras vidas.
En otras palabras, lo que quiero decir, es que incluso esta hambre y sed de justicia provienen de Dios y no de nosotros, porque nuestros corazones iban de continuo solamente al mal (Génesis 6.5). Por eso leemos en su Palabra que dice: porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad (Filipenses 2.13 RVR60).
Además, en su Palabra encontramos el claro llamado a seguir la justicia. Escuche:
Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor. (2 Timoteo 2.22 RVR60)
Y también dice: En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. (1 Juan 3.10 RVR60)
En este último versículo vemos algo interesante, si no hacemos justicia, no podemos decir que somos de Dios, porque en Él no existe injusticia, es más, Él está sentado sobre un trono cimentado en la justicia y en el juicio (Salmos 89.14); además Él es un juez justo (Salmos 7.11), por lo tanto, jamás hará injusticia, pues al hacer algo así, se estaría negando a sí mismo; y por las mismas escrituras sabemos que eso es imposible (2 Timoteo 2.13). En consecuencia, quien diga ser hijo de Dios, debe andar como Él anduvo (1 Juan 2.6); y nuestro Señor Jesús anduvo en una perfecta justicia durante toda su vida.
Así que, para perseguir la justicia, debemos vivir en justicia, practicarla a diario y además, debemos luchar por ella en este mundo tan cargado de injusticia y maldad; es decir, debemos ser luz en la oscuridad del mundo (Mateo 5.14). Y según vimos en las escrituras, está claro que debemos procurar seguir esta justicia vivencial, es decir, vivir en justicia.
Pero ¿y qué pasa si no tengo hambre y sed de justicia? ¿Qué hace que tengamos este tipo de hambre y sed? Bueno la respuesta es doble.
Primero, como ya hemos visto, la nueva naturaleza está inclinada a las cosas de Dios debido al Espíritu Santo, razón por la cual podemos perseguir esta justicia. Claro, este anhelo puede que sea una pequeña chispa en los recién convertidos y quizás esa sea la duda de algunos que dicen que no sienten hambre y sed de justicia; aunque también está el hecho de que muchos cristianos viven de una manera que no es compatible con las exigencias de Dios, pues tienen, por así decirlo, un pie en el mundo y otro en las cosas de Dios; en otras palabras, viven en estado de tibieza espiritual. Cuando vivimos de esa forma, solo le causamos asco y repulsión a Dios. Escuche:
Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. (Apocalipsis 3.15–16 RVR60)
Aunque, ojo mis hermanos, algo que tenemos que entender es que si nos acercamos a Dios, Él se acercará a nosotros, ya que dice su Palabra: Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes (Santiago 4.8 RVC).
Esta hambre y sed de justicia irán creciendo con el paso de los años y en la medida que nos mantengamos cerca de Dios. Es como cuando estamos en una fogata, el calor y la luz no nos llegan a menos que nos acerquemos al fuego; porque si permanecemos lejos de él, nos dará frío, pero estaremos abrigados si permanecemos cerca de las llamas. Y en consecuencia, esa pequeña hambre y sed de justicia que parecía una diminuta chispa, con el paso del tiempo y en la medida que permanezcamos cerca de Dios, irá creciendo cada vez más hasta volverse una gran llama.
Lo segundo, es la gratitud a Dios por la justicia que nos ha dado en su Hijo Jesucristo. Porque en la medida que vamos persiguiendo la justicia vivencial más y más, nos iremos dando cuenta de cuán cortos nos vamos quedando de alcanzar la meta que debemos conseguir. Esto causa que nos volvamos más agradecidos de la justicia que tenemos en Cristo con la cual nos mira el Padre, porque de no tenerla, jamás podríamos entrar en su presencia y lo único que nos esperaría, al partir de este mundo, claro, sería la condenación eterna.
Ahora, Dios nos manda a perseguir esta justicia vivencial, pero ¿qué significa esto de en el día a día? ¿cómo se ve esto de perseguir la justicia vivencial? Básicamente, es la obediencia a los mandamientos morales de la Biblia, a los que el Espíritu Santo dirige nuestra atención. Obviamente, Él no nos dirige la atención a todo de una sola vez, porque al igual que el crecimiento físico, el espiritual es lento, acumulativo y a veces difícil de observar.
En mi experiencia personal, podría decir que el Espíritu Santo se enfoca sobre un área cada vez, a lo mucho dos, pero por lo general pone su lupa en una sola área. Ahora, cuando dije que el Señor dirige nuestra atención, me estaba refiriendo a la exposición a su Palabra. Esto implica que para que el Espíritu haga esto, nosotros debemos pasar tiempo leyendo, meditando y estudiando las escrituras; así como el escuchar sermones de hermanos con mayor experiencia y conocimiento bíblico que nos guíen y nos enseñen sobre su Palabra. Lo que quiero decir es que no habrá crecimiento en la justicia vivencial sin una ingesta regular de la Palabra de Dios.
Puede que alguno considere que todo esto que he estado diciendo es algo abrumador; quizás le causó angustia y lo desánimo. Quizás se pregunte ¿y cómo se supone que voy a ser perfectamente obediente a todos los mandamientos de Dios? La verdad es que ninguno de nosotros puede. Y tal como ya he dicho, en la medida que vamos creciendo en la gracia y en el conocimiento de Dios y su Palabra, vamos aprendiendo a obedecer más y más; porque tal como el ejemplo del globo y el lastre, a medida que nos elevamos, menos lastres vamos llevando con nosotros, pues el Espíritu Santo se ha encargado de ir removiéndolos.
Jerry Bridges en su libro «The Blessing of Humility» (La bendición de la humildad), con relación a esto último dije, puso el siguiente ejemplo; dice así:
«En la pared de una tienda de automóviles, en donde llevé mi coche para ser reparado; había un gran letrero con estas palabras: La perfección es imposible de alcanzar, pero si la buscamos, lograremos la excelencia. El principio expresado en este cartel es uno muy bueno para nosotros. La justicia perfecta que perseguimos es inalcanzable en esta vida; sin embargo, si sentimos hambre y sed de ella, y diligentemente la perseguimos, con el tiempo, creceremos más y más para volvernos la persona que Dios quiere que seamos.
Mis hermanos, algo que tenemos que tener muy en mente es que nosotros somos absolutamente dependientes del Espíritu Santo para todo, especialmente para nuestro crecimiento. Ya que, Él trabaja en nosotros, lo cual nos permite trabajar a nosotros; voy a repetir esto que dije: Él trabaja en nosotros, lo cual nos permite trabajar a nosotros. Porque no podemos conseguir ni un ápice de progreso espiritual hacia esta justicia vivencial, sin la ayuda divina del Espíritu Santo. En otras palabras, la realización de la justicia que tenemos en Cristo, nos motiva a vivir en aquella justicia de Dios; la cual perseguimos, pero que nunca podremos obtener completamente.
La imposibilidad de conseguir esta verdadera justicia divina en nuestra experiencia diaria, nos devuelve siempre a la justicia que tenemos en Cristo Jesús; lo cual nos torna humildes, porque hace que reconozcamos nuestra pobreza en espíritu; que sin importar cuánto nos esforcemos, jamás podremos alcanzar la perfección de Dios, pues finalmente, nuestro único recurso es y será el Señor Jesús.
Es que solo los que son pobres en espíritu pueden lamentarse profundamente por su pecado y sentir esa hambre y sed de justicia que tenemos en Cristo, para así no tener que volver a caer en el pecado. Y solo aquellos que son pobres en espíritu reconocerán cuán cortos nos quedamos al tratar de obtener esta justicia perfecta demandada por Dios.
Una vez más podemos ver la conexión entre las bienaventuranzas expresadas por nuestro Señor. Porque es esta pobreza en espíritu la que da inicio a la humildad, la que nos hace hacer un auto análisis honesto, reconociendo nuestras faltas constantes e incapacidades delante de Dios, ya que nos hace mirarnos en el espejo de la perfección de Cristo; lo cual a su vez producirá el hambre y la sed por la justicia que tenemos en Cristo Jesús y nos hará perseguir con ahínco la justicia por la que debemos vivir. Es que no podemos quedarnos satisfechos con ser un poco justos o más justos que tal o cual hermano, y peor aún, creer que somos justos, porque eso era lo que hacían los fariseos y bien dijo el Señor Jesús: Porque os digo que si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos (Mateo 5.20 LBLA). De ahí que el Señor Jesús dijo: Esfuércense por entrar por la puerta angosta del reino de Dios, porque muchos tratarán de entrar pero fracasarán. (Lucas 13.24 NTV)
Mis hermanos, en conclusión, no podemos vivir bajo los estándares de justicia del mundo, bajo ningún motivo; tampoco de los que nos rodean, ni del pastor o de nosotros mismos, sino que debemos vivir bajo los estándares de Dios. Y no porque estos sean inalcanzables debemos darnos por vencidos, sino que debemos seguir procurando obedecer a nuestro Dios, corriendo tal como decía Pablo:
¿No se dan cuenta de que en una carrera todos corren, pero sólo una persona se lleva el premio? ¡Así que corran para ganar! Todos los atletas se entrenan con disciplina. Lo hacen para ganar un premio que se desvanecerá, pero nosotros lo hacemos por un premio eterno. (1 Corintios 9.24–25 NTV)
Lo que Dios nos dice, es que debemos esforzarnos por alcanzar la perfecta justicia que Él nos demanda. Y he aquí lo hermoso de la bienaventuranza, que si nosotros tenemos hambre y sed de esta justicia, Él promete saciarnos.
Que el Señor les bendiga.
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