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Episodio #67: La esclavitud en Cristo

Actualizado: 11 ene 2021



 

Nota: Esta es la transcripción de un episodio del podcast Edificados en Cristo. Para escuchar el episodio del podcast hacer click aquí.

 

¡Sean todos muy bienvenidos a un nuevo episodio más en su podcast, Edificados en Cristo! Mi nombre es Alexis. Y el día de hoy, les traigo un episodio titulado: La esclavitud en Cristo. Pero antes, demos paso a la intro y los veo enseguida.


Entiendo que para muchas personas este tema puede sonar controversial, debido a la historia de esclavitud en sus diferentes países; sin embargo, yo no hablaré de esos temas, ni la abolición de la misma, sino que quiero que veamos en las escrituras cuál es nuestra posición, la cual, como creyentes, nos fue dada por Dios mismo. Todo lo que yo hablaré en este episodio, no guarda relación con la esclavitud humana, sino que tiene que ver con un tema netamente espiritual.


Quizás alguien se está preguntando porqué hablaré de este tema, si en las escrituras se menciona poco; a decir verdad, no es que en las escrituras se mencione poco, pues es todo lo contrario, además, en nuestras Biblias está mal traducida la palabra, pues en muchos versículos donde dice siervo, debería decir esclavo. Las palabras usadas originalmente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento eran ʿeḇeḏ (עֶבֶד) y doúlos (δοῦλος) respectivamente. Pero antes de entrar de lleno en el tema, comenzaré definiendo lo que es la esclavitud.


El Nuevo diccionario de Teología define a la esclavitud como una institución social que justifica la servidumbre involuntaria de individuos a quienes se trata como si fueran propiedad de otros.


Entonces, comencemos por el Antiguo Testamento. La palabra hebrea para esclavo, como ya mencioné, es eḇeḏ. Esta palabra aparece en el Antiguo Testamento 799 veces como sustantivo y otras 290 veces como verbo. Y aunque la idea más básica de eḇeḏ es la de un esclavo, su significado fundamental se pierde en las páginas de las traducciones al español. En la Reina Valera de 1960, por ejemplo, escasamente traduce eḇeḏ como esclavo, sino que la gran mayoría de las veces opta por siervo o criado.


Hermanos, la Palabra de Dios nos enseña que Él no cambia. Y acá quiero hacer hincapié y destacar esto que voy a decir. Cuando el pueblo de Israel fue esclavo en Egipto, Dios los liberó de aquel yugo; sin embargo, la salida de Egipto no le dio autonomía completa a los israelitas. En lugar de eso, Dios los puso bajo un tipo diferente de cautiverio, el de Él. Aquellos que alguna vez fueron propiedad de faraón, pasaron a convertirse en la posesión del Señor. Por eso es que Dios le dijo a Moisés lo siguiente:


Pues los hijos de Israel son mis siervos; siervos míos son, a quienes saqué de la tierra de Egipto. Yo soy el Señor vuestro Dios. (Levítico 25.55 LBLA)


En todas las versiones en español que poseo dice siervo en vez de esclavo, siendo que la palabra es esclavo. Por lo tanto, este versículo debería sonar así: Pues los hijos de Israel son mis esclavos; esclavos míos son, a quienes saqué de la tierra de Egipto. Yo soy el Señor vuestro Dios.


Quizás alguien se pregunte ¿y cuál es la diferencia entre siervo y esclavo, porque en síntesis, significan lo mismo? Es cierto que en español la palabra siervo puede tener esos dos significados, ya que siervo viene del latín servus, la cual, originalmente solo significaba esclavo y no siervo como lo entendemos hoy en día; pero claro, con el paso de los años, al evolucionar el lenguaje, el término adquirió su dualidad.


Es que existe una distinción crucial entre las dos palabras: los sirvientes se contratan, mientras que los esclavos se poseen al comprarlos, pagando un precio por ellos y no un sueldo como en el caso de los siervos. Y a su vez, los siervos tienen la libertad de elegir para quién trabajar y qué hacer. La idea de servidumbre mantiene cierto nivel de autonomía propia y derechos personales. No así los esclavos, quienes carecen de libertad, autonomía y derechos.


Volviendo al punto de lo del pueblo de Israel, quería destacar que al pueblo hebreo se le había liberado de un tiránico amo que los oprimía duramente, para servir a un amo muy diferente, uno tierno y amoroso que solo quería hacerles el bien, pero que pedía a cambio una obediencia absoluta. Los planes de Dios eran que Él sería su único Rey soberano y ellos serían sus leales esclavos. Pero como podemos leer en todo el Antiguo Testamento, esto casi nunca fue así, salvo por períodos muy cortos de tiempo.


Cuando empecé a hablar sobre esto de los israelitas, mencioné el hecho de que como Dios no cambia -y si bien ahondaré más acerca de esto cuando hable del Nuevo Testamento-, nosotros fuimos liberados del pesado yugo del pecado y la muerte para pasar a estar bajo el yugo de nuestro Señor Jesus. Del mismo modo el pueblo de Israel fue libertado de aquel amo cruel para pasar a ser posesión exclusiva de Dios.


Mis hermanos, tenemos que entender muy bien una cosa y es que los esclavos tenían un único objetivo en la vida, complacer a su amo en todo a través de su obediencia fiel.


Ahora, veamos el término en el Nuevo Testamento. Como mencionaba al principio, la palabra en griego es doúlos. Y aunque la palabra esclavo aparece 124 veces en el texto original, la gran mayoría de las veces es traducida como siervo, como por ejemplo:


Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres. (Filipenses 2.5–7 RVR60)


Este versículo debería decir: no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de esclavo, hecho semejante a los hombres.


Y como ya se podrán imaginar, la palabra original aquí es doúlos. Algo muy interesante de mencionar es que en el idioma griego existen al menos media docena de palabras que pueden significar siervo; sin embargo, la palabra doúlos no es una de ellas.


Otra cosa, ¿alcanzamos a dimensionar lo que es esto, que el Dios creador, Rey de reyes y Señor de señores, el Dios de la gloria; vino a este mundo y se humilló hasta la posición más baja, es decir la de un esclavo? Porque bien dijo Él:


Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. (Juan 6.38 RVR60)


Nosotros no podemos ser ni más, ni menos que Él, pues estamos llamados a imitarlo en todo. Y si nuestro amo se humilló hasta la posición de un esclavo por amor de nosotros; por lo tanto, nosotros no podemos hacer algo diferente de lo que hizo el Señor Jesús, es decir, volvernos esclavos.


En el Nuevo Testamento, las escrituras nos describen como forasteros y peregrinos para Dios, ciudadanos del cielo, luz y sal del mundo. Que somos herederos de Dios y coherederos con Cristo Jesús; miembros de su cuerpo, ovejas de su rebaño, embajadores a su servicio y amigos alrededor de su mesa. Se nos llama a competir como atletas, a luchar como soldados, a permanecer como ramas en una vid y hasta a desear su palabra como los niños recién nacidos anhelan la leche. Sin embargo, nuestra posición primordial es la de esclavos al servicio de su amo, el cual nos compró con su propia sangre.


Mis hermanos, tenemos que entender que en la época en la que el Señor Jesús y sus apóstoles vivieron, los esclavos eran algo normal y se les consideraban objetos, no personas, esto es, una posesión comprada sin derechos. Por ejemplo, el filósofo griego Aristóteles definió a un esclavo como un ser humano que se consideraba como un artículo de propiedad, alguien que pertenecía completamente a otra persona. Los romanos antiguos veían la esclavitud de la misma manera, pues decían: “El esclavo no tiene, en principio, derechos, ni status legal en absoluto; sino que era una posesión personal de su amo”.


Ahora, si miramos la relación amo/esclavo, desde la perspectiva del amo, su esclavo era una posesión exclusiva de él. Y si miramos desde la perspectiva del esclavo, él era una propiedad bajo la completa autoridad de su amo, por lo tanto, no poseía voluntad propia, sino que debía hacer todo cuanto su amo quisiera, en el tiempo que este quisiera y de la manera que él lo quisiera.


Precisamente, esta es, mis hermanos, la relación que debemos tener con nuestro Señor. Es que la actitud que tenemos los creyentes de hoy en día es: “Yo obedezco lo que quiero obedecer de las escrituras, porque yo hago lo que quiero y lo que no me gusta, simplemente lo desecho” Y es más, tenemos la desfachatez de proclamarnos cristianos a pesar de pensar y actuar de esta manera. Déjenme hacer una pregunta, ¿reconocemos realmente el Señorío de Cristo cuando pensemos y actuemos bajo la premisa de: Cristo será Señor cuando yo diga que Él es Señor? Me refiero cuando actuamos bajo nuestros propios deseos y objetivos personales, en vez de obedecer los deseos y mandatos de Dios. Porque si nos reservamos la decisión final para nosotros mismos, no considerando la de Dios, no lo estamos honrando en lo absoluto. Esta no es la naturaleza de la relación entre un cristiano y Cristo.


Hermanos, entendamos que Él es el Soberano de todo lo creado, Él es regente y sustentador de todo el universo con todo lo que contiene. Y cuando salva a alguien, lo trae al reino de su autoridad. En otras palabras, nosotros, los que fuimos comprados con su sangre, estamos bajo su completa autoridad y nuestro amo espera que seamos esclavos obedientes y dóciles; no unos que él tenga que castigar para que le obedezcamos.


Permítanme graficar lo que acabo de decir con las escrituras. Pero cambiaré la palabra siervo por esclavo, que sería la traducción correcta. El Señor Jesús dijo las siguientes palabras. Escuche:


¿Quién de vosotros tiene un esclavo arando o pastoreando ovejas, y cuando regresa del campo, le dice: “Ven enseguida y siéntate a comer”? ¿No le dirá más bien: “Prepárame algo para cenar, y vístete adecuadamente, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después comerás y beberás tú”? ¿Acaso le da las gracias al esclavo porque hizo lo que se le ordenó? Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha ordenado, decid: “Esclavos inútiles somos; hemos hecho sólo lo que debíamos haber hecho.” (Lucas 17.7–10 LBLA)


Acá vemos varias cosas, lo primero y lo más importante, es que el esclavo pone los deseos de su amo por encima de los suyos. Pues pone las necesidades de su amo por sobre de las de sí mismo. La voluntad y los deseos del amo están primero, mientras que sus necesidades personales son secundarias.


En los versículos leídos, la obligación del esclavo, después de venir del campo, aunque esté cansado y hambriento, es servir a su amo primero, haciendo lo que su amo quiera que haga primero; que en este caso es servirlo a él antes que cualquier otra cosa; y después velar por sí mismo. Porque en esta relación de esclavo/amo, el amo siempre está primero. Y del mismo modo debemos hacerlo nosotros con el Señor Jesús. Su voluntad y mandatos deben estar primero, sin importar si estamos cansados y hambrientos, los deseos de nuestro amo están primero que todo.


Lo segundo, es que el amo no tiene porqué darle las gracias al esclavo por obedecerlo. Digo esto, porque muchas veces pareciera como si los cristianos estuviéramos esperando a que el Señor nos dé las gracias por ser obedientes; o quizás algún tipo de premio o compensación por ello acá en la tierra. No, mis hermanos, Él no tiene porqué hacerlo, pues es soberano y además es nuestro amo, ya que nos compró con su propia vida y ahora le pertenecemos, completamente, espíritu, alma y cuerpo, todo es de Él; tal como dice Pedro en su primera carta, escuche:


Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable. (1 Pedro 2.9 LBLA)


Y al igual que con el pueblo de Israel, Dios espera que nosotros tengamos un solo dueño. Porque al comprender la diferencia entre siervo y esclavo, podemos entender de mejor manera lo dicho por el Señor Jesús:


Nadie puede servir a dos amos. Pues odiará a uno y amará al otro; será leal a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y al dinero. (Mateo 6.24 NTV)


Esto es muy similar al punto que toca Pablo en Romanos cuando dice:


Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, os hicisteis obedientes de corazón a aquella forma de doctrina a la que fuisteis entregados; y habiendo sido libertados del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia. (Romanos 6.17–18 LBLA).


Lo que Pablo nos trata de decir es que ya no somos posesión del pecado, sino que somos posesión de Dios. Y es aquí es donde podemos ver la relación entre la esclavitud en Egipto, bajo el yugo de farón, con nuestra esclavitud al pecado cuando estábamos en el mundo. Y en ambos casos fuimos libertados a través de prodigios increíbles. En el primero encontramos las 10 plagas y la división del mar rojo; mientras que en el segundo está la encarnación de Dios mismo y la muerte del autor de la vida, muriendo en una cruz como un malhechor, que es lo que encontramos en Hebreos, escuche:


Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. (Hebreos 2.14–15 RVR60)


Y fue a través de su muerte que se parte en dos el velo del templo, permitiéndonos la entrada a su reino; por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne. (Hebreos 10.20 RVR60)


Entonces, retomando lo que estaba diciendo sobre lo de tener dos amos; la Palabra de Dios nos lo deja muy claro que o somos esclavos del pecado o somos esclavos de Dios, no existen puntos intermedios o una dualidad, es decir, tener dos amos; por eso Pablo dice:


Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. (Gálatas 5.1 RVR60)


Bueno, lo que trato de expresar es que bajo ningún punto de vista podemos tener dos amos, porque el antiguo amo, que era el pecado, ya no nos gobierna o se supone que no nos debe gobernar. Lo mismo que nuestro propio yo, es decir, nuestra carne con sus deseos pecaminosos, porque bien dicen las escrituras:


¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1 Corintios 6.19–20 RVR60)


En otras palabras, lo que Dios demanda de nosotros es la obediencia que tenía un esclavo en antaño, uno que estaba completamente privado de su propia voluntad. Esto quiere decir que se nos pide obedecerlo sin preguntas y seguirlo sin reclamos. Porque Jesucristo es nuestro amo, un hecho que estamos reconociendo cada vez que lo llamamos Señor.


Mis hermanos, esto no es opcional, si somos creyentes, somos esclavos, llamados a obedecerlo y honrarlo humilde e incondicionalmente. Porque a fin de cuentas, el evangelio no es una simple invitación a ser un asociado de Cristo, es un mandato a convertirse en su esclavo.


John MacArthur en su libro llamado Esclavo, dice lo siguiente:


Hoy en las iglesias no escuchamos mucho acerca de este concepto. En el cristianismo contemporáneo se habla de cualquiera cosa menos de la terminología esclavo. Se habla del éxito, de la salud, de la riqueza, de la prosperidad y de la búsqueda de la felicidad. Con frecuencia escuchamos que Dios ama a las personas incondicionalmente y quiere que sean todo lo que ellos quieren ser, que quiere que cumplan cada deseo, esperanza o sueño. La ambición personal, la realización personal, la gratificación personal, todo esto ha llegado a ser parte del lenguaje del cristianismo evangélico, y parte de lo que significa tener una “relación personal con Jesucristo”. En lugar de enseñar el evangelio del Nuevo Testamento, donde se llama a los pecadores a someterse a Cristo, el mensaje contemporáneo es exactamente lo opuesto: Jesús está aquí para cumplir todos tus deseos. Equiparándolo a un ayudante personal o a un entrenador particular, muchos asistentes a las iglesias hablan de un Salvador personal que está deseoso de cumplir sus peticiones y ayudarlos en sus esfuerzos de autosatisfacción o logros personales.


Todo lo que dice MacArthur no es más que la triste realidad de nuestros días. Por ejemplo, en lo personal, nunca he escuchado un mensaje sobre ser esclavos de Cristo, siempre he oído hablar de obedecerle, pero no de obedecerle como lo debía hacer un esclavo. Es que este concepto es muy diferente a lo que se nos presenta hoy en día. Por ejemplo, Alexander Maclaren, un pastor escocés contemporáneo de Spurgeon, dijo lo siguiente:


Para los hermanos, tal sumisión, absoluta e incondicional y la fusión y la absorción de mi propia voluntad en su voluntad, es el secreto de todo lo que hace a la madurez gloriosa, grande y feliz. En el Nuevo Testamento estos nombres de esclavo y dueño se transfieren a los cristianos y a Cristo respectivamente.


Es que, hermanos, el cristianismo verdadero no es sumar a Jesucristo a mi vida, más bien, es dedicarme yo mismo por completo a Él, sometiéndome enteramente a su voluntad y procurando agradarle por encima de todo en mi vida. Esto demanda la propia muerte del yo, además de seguir al amo, sin importar el costo. En otras palabras, ser cristianos es ser esclavos de Cristo. Por eso el Señor Jesús dijo:


El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará. (Mateo 10.37–39 RVR60)


Y también dijo:


Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. (Lucas 9.23 RVR60)


En conclusión, sin negación, sin esta sumisión de esclavos demandada por Dios, no podemos seguir al Señor, ni mucho menos podemos ser considerados dignos de Él; ya que si no lo hacemos, no estamos siendo verdaderamente sus esclavos, porque no nos estamos negando a nosotros mismos, sino que persistimos en hacer nuestra propia voluntad. Ahora, para quien le parezca difícil todo lo que he dicho, el Señor Jesús dijo:


Pues mi yugo es fácil de llevar y la carga que les doy es liviana. (Mateo 11.30 NTV)


Mis hermanos, no solo tenemos al Señor Jesús como nuestro ejemplo perfecto, pues como ya vimos Él mismo se hizo como un esclavo; sino que además es Dios quien nos ayuda a llevar este yugo. Escuche:


Pues yo te sostengo de tu mano derecha; yo, el Señor tu Dios. Y te digo: “No tengas miedo, aquí estoy para ayudarte”. (Isaías 41.13 NTV)


Una cosa hermosa de esta relación amo/esclavo es que nos ayuda a entender de mejor manera las palabras dichas por el Señor. En antaño, la esclavitud también ofrecía cierta cuota de protección económica y social para aquellos cuyos amos eran benignos y bien respetados. Los esclavos no tenían que preocuparse por su próxima comida o si tendrían o no un lugar donde dormir. Su única preocupación era velar por los intereses de sus amos. A cambio, el amo se ocupaba de las necesidades de sus esclavos. Cuando entendemos esto, podemos entender lo dicho por el Señor Jesús en el sermón del monte. Escuche:


Por eso les digo que no se preocupen por la vida diaria, si tendrán suficiente alimento y bebida, o suficiente ropa para vestirse. ¿Acaso no es la vida más que la comida y el cuerpo más que la ropa? Miren los pájaros. No plantan ni cosechan ni guardan comida en graneros, porque el Padre celestial los alimenta. ¿Y no son ustedes para él mucho más valiosos que ellos? ¿Acaso con todas sus preocupaciones pueden añadir un solo momento a su vida? ¿Y por qué preocuparse por la ropa? Miren cómo crecen los lirios del campo. No trabajan ni cosen su ropa; sin embargo, ni Salomón con toda su gloria se vistió tan hermoso como ellos. Si Dios cuida de manera tan maravillosa a las flores silvestres que hoy están y mañana se echan al fuego, tengan por seguro que cuidará de ustedes. ¿Por qué tienen tan poca fe? Así que no se preocupen por todo eso diciendo: “¿Qué comeremos?, ¿qué beberemos?, ¿qué ropa nos pondremos?”. Esas cosas dominan el pensamiento de los incrédulos, pero su Padre celestial ya conoce todas sus necesidades. Busquen el reino de Dios por encima de todo lo demás y lleven una vida justa, y él les dará todo lo que necesiten. (Mateo 6.25–33 NTV)


¿Podemos ver la relación entre ser esclavos y depender de un amo para el sustento? Como dije recién, el amo se preocupaba de las necesidades de sus esclavos, de su alimento, su abrigo y el lugar donde podrían descansar. Los esclavos no debían preocuparse de esas cosas, ya que eso le correspondía al amo. A los esclavos solo les debía preocupar obedecer a su amo en todo lo que les mandara, siendo diligentes en ello, nada más. Porque de todo lo demás se encargaba su amo. Y es esto mismo lo que nos dice el Señor acá. Podría parafrasear este sermón diciendo: Ustedes son mis esclavos, así que déjense de preocupar por su comida o su abrigo, eso me compete a mí que soy su amo. Ustedes, solo preocúpense de hacer lo que yo les mando y buscar el reino de los cielos. De lo demás, me ocupo yo.


Agrego solo una cosa más antes de terminar y es en relación con la venida del Señor; el mismo Señor Jesús pronunció una advertencia para que como sus esclavos fuéramos diligentes en esperarlo. Escuche:


Dichoso aquel esclavo a quien, cuando su señor venga, lo encuentre haciendo así. De verdad os digo que lo pondrá sobre todos sus bienes. Pero si aquel esclavo dice en su corazón: “Mi señor tardará en venir”; y empieza a golpear a los criados y a las criadas, y a comer, a beber y a embriagarse; el señor de aquel esclavo llegará un día, cuando él no lo espera y a una hora que no sabe, y lo azotará severamente, y le asignará un lugar con los incrédulos. Y aquel esclavo que sabía la voluntad de su señor, y que no se preparó ni obró conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. (Lucas 12.43–47 LBLA)


Así que, hermanos, aprendamos a ocupar nuestro lugar como sus esclavos, sometiéndonos a su voluntad, la cual es buena y perfecta. Y por sobre todo, permanezcamos constantes y fieles a Él, que es lo que Él desea; así como que solo le sirvamos a Él y no a otros señores.


Que el Señor les bendiga.



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