Nota: Esta es la transcripción de un episodio del podcast Edificados en Cristo. Para escuchar el episodio del podcast hacer click aquí.
¡Sean todos muy bienvenidos a un nuevo episodio más de su podcast, Edificados en Cristo! Mi nombre es Alexis. Y el día de hoy, les traigo un episodio titulado: Cuando somos como el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo. Pero antes, demos paso a la intro y los veo enseguida.
En Lucas capítulo 15 encontramos que el Señor Jesús relató tres parábolas, la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. Acerca de esta última, dijo:
Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. (Lucas 15.11–13 RVR60).
Quizás esta sea una de las historias más conocidas de la Biblia y una de las más predicadas también. Seguramente ha escuchado predicar esta parábola un sin fin de veces, pero en este episodio me gustaría que nos centráramos, principalmente, en el hijo mayor, porque en toda iglesia local existen este tipo de creyentes, los “hijos mayores”.
Todos nosotros, en algún momento de nuestras vidas, hemos tomado una decisión equivocada de la que luego nos arrepentimos. No obstante, no todos los creyentes han transitado por un camino que les llevó lejos del Padre, ni tampoco se han quedado a vivir en la provincia apartada; por eso quiero centrar la mirada en el hijo mayor, ese que siempre está al lado de su padre.
El Señor nos habla en esta parábola de este hombre con dos hijos. Y nos cuenta que el menor ya no quería estar bajo la voluntad de su padre, sino que quería vivir su vida a su manera y sin que nadie le dijera nada. Y como mencionaba anteriormente, nosotros como creyentes, muchas veces somos como este joven, pues no solo queremos alejarnos de Dios para hacer nuestra propia voluntad, sino que tomamos lo que el Padre nos ha dado y lo despilfarramos con un estilo de vida desenfrenado. Quienes nos hemos ido a vivir a la “provincia apartada”, conocemos esto de primera mano. Así como la misericordia y el perdón de Dios Padre cuando nos recibe de nuevo.
Pero como ya mencioné, quiero que hablemos del hijo mayor. Dice así la Palabra de Dios:
Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. (Lucas 15.25–32 RVR60)
En esta parte de la parábola, vemos al hijo mayor quien vuelve a casa después de un arduo día de trabajo. Cuando ya está cerca oyó que había una celebración y, entonces, pregunta qué era toda esa algarabía. Claro, cualquiera habría esperado que (como buen hermano) soltara el azadón, se uniera a la fiesta y dijera: ¡Gracias a Dios, mi hermano ha vuelto! Pero en lugar de hacer eso, se enojó tanto que se negó a entrar a la casa. Aunque estaba ocupado con el trabajo que le había encomendado su padre, nos podemos dar cuenta que no le preocupaba para nada la salud de su hermano.
¿Alguna vez se han topado con algún hermano o hermana que actúa así? Son esos típicos hermanos que cuando llega alguien a la iglesia local, ya sea un hermano o hermana que no había asistido hace un tiempo, en vez de alegrarse y recibirlos con gozo, los miran de lejos con ojos llenos de crítica y recelo. Porque al igual que el hermano mayor, no les interesa la salud espiritual de sus demás hermanos, solo se preocupan por ellos. Esta clase de “hermanos mayores” son aquellos que creen (consciente o inconscientemente) que nuestra relación con Dios se basa en nuestras acciones y méritos y no únicamente en la gracia otorgada a través del Señor Jesús. Estos hermanos pueden decir frases como:
“Yo no creo que él sea creyente, porque los creyentes no se vuelven al mundo desde donde nos sacó el Señor”. O ¿Cómo se atreve a volver acá después de lo que hizo?
Algo que tenemos que entender es que Dios nos ama y nos ofrece de su gracia de manera gratuita, es decir, sin que nuestros actos tengan algo que ver con eso; en otras palabras, no somos más aceptables a los ojos de Dios porque hagamos o dejemos de hacer algo, sino que todo es por obra y gracia del sacrificio del Señor Jesús en la cruz del calvario. Por eso nos dice su Palabra:
Dios los salvó por su gracia cuando creyeron. Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios. La salvación no es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho, así que ninguno de nosotros puede jactarse de ser salvo. (Efesios 2.8–9 NTV)
Erwin Lutzer en su libro Después de la caída, dice lo siguiente:
“Así que, después que el hijo menor había exigido su herencia con una gran falta de respeto, y después la había despilfarrado en una provincia apartada, ¿por qué pareció interesarse tanto el padre en aquel joven? Yo creo que esto se debe en parte a que por fin había hallado alguien dispuesto a usar la túnica especial y el anillo que tenía guardado en el cofre de sus tesoros. Había hallado un candidato para las sandalias que habían estado esperando en un estante del portal de su casa.
Básicamente, el hermano mayor había rechazado esas bendiciones, porque no se veía a sí mismo como hijo, sino como esclavo. El trabajo en el campo era solo faena pesada, sin deleite alguno. Se había acostumbrado tanto a trabajar para el padre, que había perdido el encanto del amor que este le tenía y el gozo de servirle. No veía a su padre como generoso, sino como tacaño, y se negaba a disfrutar de las bendiciones que ese padre le tenía apartadas”.
Estos creyentes “hermanos mayores”, son personas secas, mustias; me refiero a que no reflejan gozo ni vida, porque para ellos la vida cristiana es una vida de reglas interminables, de un montón de noes y de trabajar arduamente para ser aceptables a los ojos de Dios. Y si lo pensamos bien, lo mismo nos puede pasar a cualquiera de nosotros, especialmente, a aquellos hermanos que jamás se han ido a vivir a la provincia apartada despilfarrando los bienes que les dio su Padre Celestial. Cuando comenzamos a pensar como el hermano mayor, nos olvidamos que nuestro actuar, como creyentes, debe ser dirigido por el amor, pues tenemos mandato de ello en las escrituras. Escuche:
Todas vuestras cosas sean hechas con amor. (1 Corintios 16.14 LBLA)
Y, claramente, vemos que el hijo mayor no hacía las cosas por amor, sino que las hacía por obligación y esperando una recompensa de parte de su padre. Así que, hermanos, tengamos cuidado para hacer con amor y no por obligación, las obras que Dios Padre preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Efesios 2.10).
Bueno, prosigamos con el análisis del texto bíblico. Dice en los versículos 29 y 30:
Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.
En estos versículos, nos podemos dar cuenta que el hijo mayor comienza a decirle a su padre que él es muy buen hijo, por así decirlo, “le muestra sus credenciales”. En otras palabras, este hermano mayor se tenía en muy alta estima, obviamente, muy por sobre su hermano menor; porque claro, según sus propias palabras, jamás había desobedecido a su padre. Además, vemos que el hermano mayor servía a su padre por lo que él le pudiera dar y no por amor. En otras palabras, él estaba trabajando a la espera de una recompensa por lo que hacía, ya que le dice: “y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos”.
Además, podemos ver que este hermano mayor era bastante envidioso, pues le dice a su padre que a él jamás le había dado ni un cabrito, mientras que le dice despectivamente: para ese mataste el becerro gordo. En otras palabras, le dice que cómo se le ocurre hacer ese gasto en alguien que no “vale la pena”, porque es como si le dijera: ¿acaso no ves que yo soy el que merece tales agasajos? ¡No ese!
Es que, básicamente, estos cristianos “hermanos mayores” creen que no necesitan de la gracia divina, ya que son lo suficientemente dignos a sus propios ojos, pues hacen obras que los hacen “perfectos”. Cuando ellos se comparan con otros, ven que están por sobre el estándar (claro, según ellos mismos, obvio) y se sienten conformes con ellos mismos, despreciando de este modo a todos los demás que no son como ellos. Pero cuando hacemos esto, nos volvemos iguales al fariseo de la parábola del fariseo y el publicano. Escuche:
Refirió también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como justos, y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro recaudador de impuestos. El fariseo puesto en pie, oraba para sí de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. “Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano.” Pero el recaudador de impuestos, de pie y a cierta distancia, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, ten piedad de mí, pecador.” Os digo que éste descendió a su casa justificado pero aquél no; porque todo el que se ensalza será humillado, pero el que se humilla será ensalzado. (Lucas 18.9–14 LBLA).
Cuando nos comportamos de esta manera, es decir, llenos de soberbia, orgullo y autosuficiencia, lo que hacemos es rechazar el bondadoso abrazo del Padre, porque para eso ellos hacen cosas, para que Dios los acepte o los ame más. Es que a fin de cuentas, mientras parezcan ser fieles ante los ojos de los otros, todo lo demás está de sobra.
Bueno, voy a continuar con el análisis de las escrituras. Luego vemos la respuesta del padre ante las palabras de este hijo mayor, cuando le dice:
Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.
Esta palabra que usa el padre al decirle “hijo” en el original griego es τέκνον (téknon) y se usa metafóricamente cuando se dice de alguien que es objeto de amor y cuidado paterno. Que es como seguramente le habló el padre a este hijo egoísta. Y acá podemos ver el actuar de Dios quien ama a sus hijos aunque ellos no quieran aceptar a sus hermanos y hermanas que han recibido su perdón. Él ama a aquellos que son difíciles de amar y esto incluye a los que se creen justos y critican a los demás y que además se incomodan por las bendiciones que se les conceden a los hijos pródigos.
Es que a estos cristianos “hermanos mayores”, Dios Padre les está diciendo: ¡Vengan a la fiesta; mañana seguiremos trabajando, ahora hay que regocijarse! ¡Esta es una noche de celebración, porque tu hermano ha vuelto a casa! Pero ya hemos visto que los “hermanos mayores” no son capaces de alegrarse por el regreso de los descarriados, sino que solo los desean criticar.
Esta actitud de superioridad que hay entre los “hermanos mayores”, hace que muchos hijos pródigos no sean capaces de regresar al Padre, ¡menos a la iglesia local! Porque sienten temor y vergüenza de enfrentarse a esta clase de creyentes, pues saben que los van a juzgar de inmediato, ya que, como dije, estos los criticarán en cuanto los vean y “les disparan a los heridos” mientras aún estén en el suelo. Sin embargo, nosotros como creyentes, no podemos hacer este tipo de cosas, porque, básicamente, estaríamos haciendo acepción de personas y bien se nos advierte en las escrituras a que no hagamos tal cosa. Escuche:
Mis amados hermanos, ¿cómo pueden afirmar que tienen fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo si favorecen más a algunas personas que a otras? Por ejemplo, supongamos que alguien llega a su reunión vestido con ropa elegante y joyas costosas y al mismo tiempo entra una persona pobre y con ropa sucia. Si ustedes le dan un trato preferencial a la persona rica y le dan un buen asiento, pero al pobre le dicen: «Tú puedes quedarte de pie allá o bien sentarte en el piso», ¿acaso esta discriminación no demuestra que sus juicios son guiados por malas intenciones? (Santiago 2.1–4 NTV)
Es que, mis hermanos, Dios está esperando ansioso a todos aquellos hijos pródigos que se encuentran en la provincia apartada para que se vuelvan a él; y los está esperando con los brazos abiertos y nosotros no podemos ser un estorbo para que ellos regresen. Es que, Dios Padre, nos dice a todos el mismo mensaje: “Tengo mis brazos abiertos, vuelve, que acá estoy esperando tu regreso; no importa lo que hayas hecho”.
Mis hermanos, todos nosotros pecamos muchas veces a diario y no importa qué mal hayamos hecho, el Padre nos está esperando con sus brazos de amor y misericordia abiertos de par en par. A lo que me refiero es que no debemos sentir temor para acercarnos al Padre, porque el Señor Jesús es nuestro intercesor, pues bien dicen las escrituras:
Hijitos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Y si alguno peca, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. (1 Juan 2.1 LBLA)
Claro, esto no es una excusa para pecar deliberadamente, porque bien nos dice el Espíritu Santo a través del apóstol Pablo:
Ahora bien, ¿deberíamos seguir pecando para que Dios nos muestre más y más su gracia maravillosa? ¡Por supuesto que no! Nosotros hemos muerto al pecado, entonces, ¿cómo es posible que sigamos viviendo en pecado? ¿O acaso olvidaron que, cuando fuimos unidos a Cristo en el bautismo, nos unimos a él en su muerte? Pues hemos muerto y fuimos sepultados con Cristo mediante el bautismo; y tal como Cristo fue levantado de los muertos por el poder glorioso del Padre, ahora nosotros también podemos vivir una vida nueva. (Romanos 6.1–4 NTV)
Lo hermoso de esto, es que no importa qué tanto fallemos día a día o cuánto nos cueste mantenernos en la santidad demandada por Dios, porque cuando el Padre nos mira, no nos ve a nosotros, sino que ve a su Hijo, nuestro Señor Jesús, pues bien dice su Palabra:
Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. (Colosenses 3.3 RVR60)
Es como si cada uno de nosotros estuviera oculto detrás del Señor cuando el Padre nos mira con su ira santa debido a nuestro pecado. Lo que encuentra el Padre al mirarnos es a su amado Hijo en quien tiene todo contentamiento; porque cuando nos mira a nosotros, ve la perfección de su Hijo sobre nosotros y no a nuestras imperfecciones.
Entonces, hermanos, ya para concluir, si alguno de nosotros es como este hermano mayor, pidámosle a Dios que cambie nuestros corazones; porque somos llamados a amarnos entre los hermanos. Escuche:
Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano. (1 Juan 4.20–21 RVR60)
Así que, no seamos más como este hermano mayor, sino que seamos más como el padre que se alegra que ha vuelto su hijo pródigo. Porque a fin de cuentas, como seres humanos, todos somos falibles y propensos a los errores, pues únicamente Dios es perfecto y, por lo tanto, no podemos apuntarnos los unos a los otros, porque ninguno es mejor que el otro. Además, el Señor Jesús nos dijo en Lucas 6.36: Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.
Y a los hijos pródigos les digo, vuélvanse al Padre, que los está esperando con los brazos abiertos y no se preocupen de los hermanos mayores, pues ellos tendrán que dar cuenta a Dios de sus propias acciones.
Que el Señor les bendiga.
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