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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Episodio #52: Acerca de juzgarnos los unos a los otros



 

Nota: Esta es la transcripción de un episodio del podcast Edificados en Cristo. Para escuchar el episodio del podcast hacer click aquí.

 

¡Sean todos muy bienvenidos a un nuevo episodio más en su podcast, Edificados en Cristo! Mi nombre es Alexis. Y el día de hoy les traigo un episodio titulado: Acerca de juzgarnos los unos a los otros. Pero antes, demos paso a la intro y los veo enseguida.


En general como cristianos, hacemos cosas que la Biblia nos dice que no deberíamos hacer, mientras que otra veces, no hacemos las cosas que nos dicen las escrituras que deberíamos hacer. Aunque, claro, todos nosotros estamos en un camino de crecimiento continuo en las cosas de Dios. En donde, idealmente, debemos ir dejando las cosas de la carne y el mundo, para ir tomando la forma de Cristo con cada día que pasa, que es tal como Dios nos manda a través del apóstol Pedro cuando dice:


Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén. (2 Pedro 3.18)

Entonces, me gustaría que hoy habláramos acerca de juzgar a otros. Y para ello, quiero comenzar definiendo el término juzgar para que todos entendamos lo mismo. El diccionario de la Real Academia de la Lengua, dice lo siguiente:


1. tr. Dicho de un juez o un tribunal: Determinar si el comportamiento de alguien es contrario a la ley, y sentenciar lo procedente.

2. tr. Dicho de un juez o un tribunal: Determinar si un hecho es contrario a la ley, y sentenciar lo procedente.

3. tr. Formar opinión sobre algo o alguien.

4. tr. Considerar a alguien o algo de la manera que se indica.

5. tr. Creer u opinar algo.

6. tr. Fil. Afirmar, previa la comparación de dos o más ideas, las relaciones que existen entre ellas.


Entonces, en cuanto a lo de juzgar, la Palabra de Dios nos dice:


Por lo cual no tienes excusa, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas, pues al juzgar a otro, a ti mismo te condenas, porque tú que juzgas practicas las mismas cosas. (Romanos 2.1 LBLA)

Quiero hacer una observación aquí, juzgar a otros no es algo malo, porque si fuera algo malo o pecaminoso, como algunos proclaman; Dios, que es el único bueno (Marcos 10.18), no podría juzgar o decir de sí mismo que es un juez justo (Salmos 7.11) o que es el juez de toda la tierra (Génesis 18.25). Es más, todos los días hacemos juicios, por ejemplo, en algo tan sencillo como decir si la ensalada que preparamos quedó bien condimentada o nos quedó desabrida. Muy diferente es que nos pongamos en la posición de un juez en un tribunal para dictar sentencia, pues eso le pertenece exclusivamente al Señor Jesús, tal como él mismo lo dice en Juan 5.22.


Entonces, a lo que se refiere este versículo no es que está mal hacer juicio a otro, sino que está mal hacerlo con hipocresía. Y en cuanto a esto el Señor Jesús nos dijo:


¿Por qué te fijas en lo malo que hacen otros, y no te das cuenta de las muchas cosas malas que haces tú? Es como si te fijaras que en el ojo del otro hay una basurita, y no te dieras cuenta de que en tu ojo hay una rama. ¿Cómo te atreves a decirle a otro: “Déjame sacarte la basurita que tienes en el ojo”, si en tu ojo tienes una rama? ¡Hipócrita! Primero saca la rama que tienes en tu ojo, y así podrás ver bien para sacar la basurita que está en el ojo del otro. (Mateo 7.3–5 TLA)

Si nos fijamos bien, lo que el Señor Jesús condena es la hipocresía, pero no el hacer juicio. Por lo tanto, antes de juzgar a cualquier persona, debemos mirarnos a nosotros mismos para ver si nosotros estamos haciendo lo mismo o no. Vuelvo a reiterar, lo interesante es que él nunca dijo que estuviera mal sacar esta basurita del ojo ajeno, es decir, juzgar al otro, sino que lo que está mal es hacerlo con hipocresía; tal como él le decía a los religiosos de su época. Escuche:

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad. (Mateo 23.27–28).

Podemos decir, entonces, que no es un pecado juzgar cuando no somos hipócritas, de hecho, es algo correcto de hacer. Digo esto, porque, por ejemplo, si vemos que un hermano está haciendo el mal, que se ha desviado de las cosas de Dios o está cometiendo un pecado y no se ha dado cuenta, la misma Palabra de Dios nos manda a no quedarnos callados. Dice así:

Y cuando un justo se desvíe de su justicia y cometa iniquidad, yo pondré un obstáculo delante de él, y morirá; porque tú no le advertiste, él morirá por su pecado, y las obras de justicia que había hecho no serán recordadas, pero yo demandaré su sangre de tu mano. Sin embargo, si tú has advertido al justo para que el justo no peque, y él no peca, ciertamente vivirá porque aceptó la advertencia, y tú habrás librado tu vida. (Ezequiel 3.20–21 LBLA)

En otras palabras, no decirle nada a aquel hermano, como dicen algunos, “por amor”, es consentir el pecado y eso no es amar, sino que es ser cómplices de la maldad del hermano. Lo que Dios nos manda en su Palabra es que debemos mostrarle a ese hermano, con mucho amor y mansedumbre, que está errando. Eso no es juzgarlo con una connotación negativa, como muchos lo miran, sino que es una expresión de amor. O acaso cuando usted si ve a su hijo pequeño que va a meter los dedos en una toma de corriente en su casa, ¿usted lo deja para que se electrocute porque “lo ama” y por eso no le dice nada? ¡Obviamente que no! Precisamente porque lo ama no permite que haga tal cosa. Y en este caso es lo mismo, si es que usted verdaderamente ama a su hermano no permitirá que continúe haciendo el mal; y por amor a él es que le dirá algo, pues es por amor que tratará de sacarle la paja de su ojo.

Vuelvo a reiterar que el versículo que puse de Romanos 2.1 no es un pasaje que indique que esté mal juzgar a otros, sino que, como dije antes, está mal cuando lo hacemos con hipocresía, porque ese verso al final dice: “porque tú que juzgas practicas las mismas cosas.” Eso es lo malo, no el juicio, sino el condenar a otro cuando nosotros mismos hacemos exactamente lo mismo que estamos juzgando y apuntando con el dedo.

Ahora bien, quizás alguien se esté preguntando, ¿entonces, cómo debo juzgar? El Señor Jesús nos dijo:

No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio. (Juan 7.24)

De este mismo versículo, me gusta la versión de la Traducción al lenguaje actual que dice:

No digan que algo está mal sólo porque así les parece. Antes de afirmar algo, deben estar seguros de que así es.

Mis hermanos, acá vemos que el Señor Jesús nos dice que antes de emitir un juicio debemos tener todos los antecedentes y no hacer el juicio por lo que nosotros pensamos, creemos e incluso por lo que vemos. Hago hincapié en lo que acabo de decir, porque como seres humanos somos muy dados a pensar y suponer acerca de las supuestas intenciones o razones que tenía la otra persona al momento de decir tal o cual cosa o de hacer esto o aquello. Por lo general, asumimos cosas, sobre todo si estas están escritas, pues tendemos a leer entrelíneas cuando muchas veces desconocemos si es que siquiera había o no una intención oculta detrás. Por eso es que el Señor nos dice esto de juzgar con un juicio justo. Esto significa que debemos indagar cuidadosamente antes de emitir un juicio y debemos hacerlo con amor, considerando al hermano, primeramente, como superior a uno mismo (Filipenses 2.3) y mirándonos a nosotros mismos en todo momento, para así no caer en el mismo error cometido por el hermano o en caer en un pecado de hipocresía. Con respecto a esto, el apóstol Pablo habla en Gálatas cuando dice:

Hermanos, en caso de que alguien se encuentre enredado en alguna transgresión, vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. (Gálatas 6.1 RVA)

Acá vemos que Dios nos manda a tomar acción cuando nuestros hermanos están cometiendo algún pecado reiterativo. Y vemos que no se nos llama a tomar posición de jueces para condenarlos o apuntarlos con el dedo, sino que es nuestro deber juzgar lo que está haciendo el hermano, indagando en ello y en base a eso tomar cartas en el asunto, con el fin de que ese hermano sea restaurado en la fe; aunque siempre mirándonos a nosotros mismos para no ser tentados y cometer el mismo error que el hermano.


No obstante, tantas veces, lo que los creyentes hacemos en estos casos, es quejarnos de tal o cual hermano que hace o deja de hacer tal cosa, juzgandolo por ello, pero desde una posición de jueces de un tribunal, ya que muchas veces hasta dictamos sentencia, en vez de buscar el bien de ese hermano. Por eso la Palabra de Dios nos dice:


No se quejen unos de otros, para que Dios no los castigue, pues él es nuestro juez, y ya pronto viene. (Santiago 5.9 TLA)

Muchas veces estas quejas entre nosotros, nos hacen hacer diferencias entre el cuerpo de Cristo, porque debido a algo que no nos agrada de tal o cual hermano, lo excluimos o nos apartamos de él. Pero recordemos lo que nos dicen las escrituras:


Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. Pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. (Santiago 2.1 y 9)

Como seres humanos, somos dados a resaltar lo negativo, así como a quejarnos los unos de los otros. Sin embargo, a lo que Dios nos manda es a que nos soportemos unos a otros en amor (Efesios 4.2) y que nos ayudemos a llevar las cargas, tal como dice Pablo en Gálatas. Escuche:


Ayúdense a llevar los unos las cargas de los otros, y obedezcan de esa manera la ley de Cristo. Si te crees demasiado importante para ayudar a alguien, sólo te engañas a ti mismo. No eres tan importante. (Gálatas 6.2–3 NTV)

Esto es lo que debemos hacer como creyentes, buscar el bien de nuestros hermanos (1 Corintios 10.24), pues nuestro Señor nos mandó a amarnos los unos a los otros (Juan 13.34) y en este amor es que deberíamos buscar el ayudarnos mutuamente para evitar los tropiezos y el caer en nuestra carrera espiritual.

Mis hermanos, volviendo al tema central, en estos últimos años, esto de juzgarnos entre nosotros como creyentes -de la manera que he estado explicando-, ha tomado una connotación bastante negativa, casi que prohibitiva; pero como hemos visto, esto no es malo, sino más bien es necesario. Pues verlo de esta manera negativa, no puede ser más que obra de nuestro enemigo el diablo, ¿saben por qué digo esto? Porque juzgar justamente es una parte crucial de amar a nuestros hermanos, ya que de otra forma, por ejemplo, caeríamos en el error que estaba cometiendo la iglesia de Corinto, que no juzgaba una situación de pecado grave que ocurría allí. Dice su palabra:

Me cuesta creer lo que me informan acerca de la inmoralidad sexual que hay entre ustedes, algo que ni siquiera los paganos hacen. Me dicen que un hombre de su iglesia vive en pecado con su madrastra. Ustedes están muy orgullosos de sí mismos, en cambio deberían estar llorando de dolor y vergüenza y echar a ese hombre de la congregación. Aunque no estoy con ustedes en persona, sí lo estoy en el Espíritu; y como si estuviera ahí, ya emití mi juicio sobre ese hombre en el nombre del Señor Jesús. Ustedes deben convocar a una reunión de la iglesia. Yo estaré presente en espíritu, igual que el poder de nuestro Señor Jesús. Entonces deben expulsar a ese hombre y entregárselo a Satanás, para que su naturaleza pecaminosa sea destruida y él mismo sea salvo el día que el Señor vuelva. (1 Corintios 5.1–5 NTV)

Acá vemos como el apóstol Pablo emite un juicio sobre este hermano que estaba cometiendo un pecado escandaloso, pero ¿por qué Pablo les exhorta acerca de esto? Porque el no sacar a ese hombre sería algo muy peligroso para la iglesia, ya que fomentaría el pecado en la congregación y, como he dicho, eso no es amar, sino que es ser cómplices de los pecados de otro hermano. Además, estaba el hecho del testimonio para con los inconversos, ya que el mundo siempre está viendo a los cristianos con el afán de criticarnos o desacreditarnos de alguna manera; claro, todo esto inducido y estimulado por el maligno.


No se nos dice cómo es que este hermano llegó a tal extremo en la iglesia local de Corinto, pero es importante que nosotros como creyentes podamos contar con algún hermano maduro a quien podamos acudir y contarle nuestras luchas espirituales e incluso confesarle nuestros pecados, no para el perdón de los mismos, sino para que ese hermano esté orando por nosotros para que así no nos deslicemos y terminemos en una situación tan deplorable como la que relata Pablo. En relación con la confesión de pecados, su Palabra nos dice lo siguiente:


Por tanto, confesaos unos a otros vuestros pecados, y orad unos por otros de manera que seáis sanados. La ferviente oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho. (Santiago 5.16 RVA)

Como dije, esta confesión no es en busca del perdón, sino que es buscando apoyo en oración para no ser vencidos por algún pecado que se levanta en nuestras vidas. Pero para que eso sea posible, debemos pedirle a Dios que nos provea de un hermano que sea lo suficientemente maduro en la fe para que sepa juzgar de manera correcta, no como un neófito que toma la posición de un juez en el tribunal para condenar, sino que reconozca sus propias faltas delante de todos, tal como hacía el apóstol Pablo cuando decía:


Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. (2 Corintios 12.9–10)

El juzgar correctamente a un hermano conlleva mucha humildad de parte de uno. Pues lo primero que debemos hacer, como ya hemos visto, es mirarnos a nosotros mismos, además de reconocer delante de Dios y de los hermanos, cuáles son nuestras debilidades; porque de esta forma el diablo no tendrá lugar para atacarnos tan fácilmente, y nosotros no tomaremos la posición de jueces de un tribunal para condenar al hermano. Esto último que dije, no es más que una expresión de la soberbia que hay en nuestros corazones.

Mis hermanos, todos sufrimos en la carne y todos tenemos batallas diarias contra el viejo hombre que mora en nosotros; sin embargo, eso no nos convierte en pecadores, sino que nos hace ser creyentes que hemos nacido de nuevo y que buscamos negarnos a nosotros mismos para poder seguir al Señor Jesús (Marcos 8.34). Por eso es tan importante esto, pues debemos ser obedientes al mandato del Señor Jesús cuando nos dijo:

Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. (Mateo 11.29)

Cada uno de nosotros debe aprender del Señor Jesús a ser humildes de corazón. Pero esto solo se logra pidiéndole a Dios Padre que nos transforme a la imagen de su Hijo; aunque para ello, debemos estar dispuestos a ser moldeados y transformados por Dios, porque de otra manera, Dios no actuará en nuestras vidas.

Entonces, para concluir, no es un pecado, ni es malo que como creyentes nos juzguemos entre nosotros, lo malo, tal como vimos, es cuando lo hacemos con hipocresía o cuando tomemos el lugar que le corresponde al Señor Jesús. Del mismo modo, siempre debemos mirarnos a nosotros mismos, antes de emitir cualquier juicio. Pues todo debe ser hecho con amor (1 Corintios 16.14), porque el amor cubre multitud de pecados (1 Pedro 4.8). Asimismo, todos debemos reconocer nuestras faltas y errores con humildad, para que así no tomemos el lugar de jueces de un tribunal para dictar sentencia; lugar que, como ya dije, solo le pertenece al Señor Jesús.

Que el Señor les bendiga.


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Episodio #52 Acerca de juzgarnos los uno
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