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  • Foto del escritorAlexis Sazo

El varón de dolores



Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. (Isaías 53:3)

¿Quién pudo llevar semejante título? El Mesías anunciado por los profetas, Jesucristo, el Salvador. Los hombres no lo amaban, porque su vida perfecta y su enseñanza hacían resaltar las malas acciones de ellos (Juan 3:19). A cambio de su amor le dieron odio (Salmo 109:4).

Jesús tuvo que enfrentarse a la incredulidad de los hombres y al rechazo de su pueblo. Lloró, se conmovió al ver el poder de la muerte sobre los hombres (Juan 11:33, 35). Sufría constantemente viendo los pecados de la gente. No obstante, cargó con las tristezas de la humanidad, tal como dice su Palabra: «Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias» (Mateo 8:17). Era sensible a los insultos, al desprecio, a las burlas, pero eso no lo detuvo en su deseo de salvar a sus criaturas. Y a pesar de que soportó todo con una paciencia infinita, sin embargo, lo sentía con una intensidad extrema. Sus palabras resuenan a través de los siglos:

¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido; porque Jehová me ha angustiado en el día de su ardiente furor. (Lamentaciones 1:12)

En la cruz Dios mismo lo sujetó «a padecimiento» por amor de nosotros. Lo que sufrió de parte de los hombres no se compara con la inmensa ira de Dios contra el pecado. En la cruz Jesús sufrió por nosotros, «el justo por los injustos» (1 Pedro 3:18), debido a nuestros pecados. En la cruz nos dio todo: «Se dio a sí mismo por nosotros» (Tito 2:14). Resucitado y glorificado desde entonces a la diestra de Dios, Jesucristo lleva eternamente en su cuerpo de gloria las marcas de los sufrimientos padecidos en nuestro lugar (Apocalipsis 5:6).


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