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  • Foto del escritorAlexis Sazo

El chivo expiatorio



Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. (1 Juan 1:7)


A menudo oímos hablar del chivo expiatorio para designar a alguien inocente que paga por los demás. Pero ¿conoce el origen de esta expresión? La respuesta la hallamos en el capítulo 16 de Levítico.


Una vez al año, el pueblo de Israel celebraba el día de la expiación. El sacerdote degollaba a un chivo (o macho cabrío) y presentaba su sangre ante Dios, mientras que un segundo chivo (llamado azazel), cargado simbólicamente con los pecados del pueblo, era abandonado en el desierto.


Estos dos animales son una imagen de una única y misma persona, es decir, del Señor Jesucristo, quien derramó su sangre, ya que «la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados» (Hebreos 10:4). Por esta causa, el Hijo de Dios, vino a ofrecerse a sí mismo. Él era absolutamente puro, sin pecado alguno, pero quiso cargar los pecados de todas sus criaturas para así ofrecerles la salvación de sus almas gratuitamente por medio de la fe.


El Señor Jesús sufrió en la cruz todo el castigo de la ira de Dios, sufriendo los horrores de la condenación eterna que usted y yo merecíamos. Y mediante el sacrificio de su vida, puede otorgar perdón de los pecados a todos aquellos que reconocen su culpabilidad, se arrepienten y creen en Él como el único salvador de sus vidas.


La historia honra a personas excepcionales que se sacrificaron por su familia, sus amigos, su pueblo o su nación; sin embargo, ¿quién honra al Señor Jesús «el cual se dio a sí mismo en rescate por todos» (1 Timoteo 2:6)? Cada uno de nosotros debe dar una respuesta personal ante este sacrificio. Pero cuidado, no hacerlo conlleva una terrible consecuencia:


El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él. (Juan 3:36)


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