Y aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras para los casos de necesidad, para que no sean sin fruto. (Tito 3:14)
Thomas Jefferson, quien en 1776 escribió el primer borrador de la declaración de independencia de los Estados Unidos, dio por sentado que todos poseemos ciertos «derechos inalienables» dados por Dios. Sin embargo, hasta en una democracia hay grandes debates en cuanto a quién tiene cuáles derechos. Hoy es normal que los distintos grupos minoritarios de personas exijan sus derechos.
Los cristianos podemos contemplar el asunto de los derechos desde otra perspectiva. En lugar de preocuparnos por nosotros mismos, podemos pensar en lo que necesitan los demás, por ejemplo, dice en Salmos: «Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará Jehová. Jehová lo guardará, y le dará vida; será bienaventurado en la tierra, y no lo entregarás a la voluntad de sus enemigos» (Salmos 41:1–2). Los creyentes tenemos, por así decirlo, el «derecho» de ayudar a los demás, como lo hizo el buen samaritano (Lucas 10:30–37). Esta parábola es una ilustración del propio ejemplo de nuestro Señor Jesús, porque en Hechos 10:38 leemos que Él «anduvo haciendo bienes».
Los creyentes, al seguir el ejemplo de Cristo, debemos «hacer bienes», ejerciendo nuestro «derecho» de hacer el bien, porque estamos agradecidos por la gracia redentora de Dios, razón por la cual queremos compartir con los demás las buenas cosas que Él nos da y hacer las «buenas obras que Dios preparó de antemano» (Efesios 2:10)
Sabemos que el evangelio es mucho más que un mensaje humanitario de hacer el bien y ser buenos. Es el mensaje de que Dios proporcionó el perdón de pecados por medio de la muerte y resurrección de su Hijo. Al ejercer nuestro «derecho» de ayudar a quienes nos rodean, compartamos también con ellos esa buena nueva en actitud de oración.
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