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Cuando los días buenos y malos se entrelazan

  • hace 14 minutos
  • 2 Min. de lectura


Versión en video: https://youtu.be/3tqrtnf-6mA


En el día del bien, goza del bien; y en el día de la adversidad, considera: Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él. (Eclesiastés 7:14)


Hay días que parecen brillar: todo sale bien, el corazón se siente ligero, y la vida parece estar en sintonía perfecta. Otros días, sin embargo, están cubiertos de nubes: problemas inesperados, dolores profundos, cansancio que no se puede explicar.


En Eclesiastés se nos recuerda algo crucial: Dios es Señor tanto de los días buenos como de los difíciles. No es que Él se ausente cuando llega la adversidad ni que nos bendiga solo en los momentos de gozo. Él gobierna sobre ambos, permitiéndolos con un propósito.


Cuando disfrutamos de los días buenos, debemos gozarnos, no desde una postura superficial o egoísta, sino desde un corazón agradecido, reconociendo que todo buen regalo viene de Él. Pero cuando llega el día malo no nos llama a desesperar, ni a quejarnos, ni a cerrarnos en amargura. Se nos llama a reflexionar: Dios también hizo ese día. Y lo permite para que no pongamos nuestra confianza en las circunstancias, sino en Él.


Si nuestra vida solo tuviera días buenos, tal vez nos engañaríamos pensando que somos autosuficientes. Si solo tuviéramos días malos, perderíamos la esperanza. Pero Dios, en su perfecta sabiduría, combina ambos para formar en nosotros un corazón humilde, dependiente, y moldeado según su propósito eterno.


Entonces, si estamos en un día de gozo, alabemos a Dios y disfrutemos con gratitud. Mientras que si estamos en un día de adversidad, detengámonos, consideremos y busquemos a Dios con más profundidad. Mis hermanos, tanto el día bueno como el malo tienen un propósito en sus manos. Y al final, no importa lo que venga después, porque Él ya está allí, sosteniéndonos.

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