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  • Foto del escritorCristian Vidal S.

Dios es amor



«Dios es amor», es la frase cliché típica que algún vándalo arrepentido escribió en una que otra pared a modo de grafiti pobre. Personalmente me pregunto el efecto que esta pequeñísima frase ha tenido en la cultura, popularizada en Latinoamérica, gracias a la horda de tele evangelistas de los años 70, 80 y 90; tiempo en que se popularizó esta frase cual «eslogan» de marca de dulces o helados callejeros.


El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. (1 Juan 4.8 RVR60)


La verdad es que esta frase en su contexto, está dirigida a los cristianos; y más que una frase bonita o motivacional, es la amonestación del apóstol Juan a todos los cristianos a amar, a obedecer el mandamiento nuevo dado por el Señor: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros (Juan 13.34–35 RVR60). Pero el apóstol agrega algo más, pues nos dice que quien carezca de este atributo -y se dice que está en la fe-, realmente miente, porque la naturaleza de Dios es amor y quien está en comunión con Él, ama a su semejante como a sí mismo.


¿Se imaginan si Dios fuera sola y estrictamente justicia? De ser así, seguramente habría abandonado al hombre a su suerte; lo habría dejado para que recibiera las consecuencias de sus propios pecados, sin hacer nada por su criatura caída. No obstante, porque Él es amor, dejó su eterno lugar glorioso en las alturas (Fil. 2.6–8) para proveernos el remedio para el flagelo del pecado en la humanidad.


Por esto me cuesta entender al «Dios doctrinal», ese Dios «predecible» con el cual los teólogos afirman exageradamente que es un ser de infinita justicia, santo, puro, inmutable y, por lo tanto, tan distinto del Padre amoroso y dispuesto a perdonar del que nos enseña el Señor Jesús, no solo con sus Palabras, sino con sus actos, ya que Él fue el reflejo de su Padre: Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? (Juan 14.8–9 RVR60). Dios es amor, aunque, claro, no olvidemos todos los demás atributos de su divino ser (santidad, justicia, eterno, etc.). Sin embargo, tampoco olvidemos la verdad esencial de este popular pasaje: Dios es amor y el que no ama, no ha conocido a Dios.


Quizás, ese vándalo arrepentido escribe el sentir de Latinoamérica, en tiempos donde el amor se ha reducido a una experiencia «desechable» de uso y consumo, ya que se le relaciona con un simple arrebato de deseo carnal; nada más lejos del verdadero significado del amor divino. Y en donde la justicia se asocia con la corrupción y el privilegio de quienes puedan pagarla; lo cual no guarda relación alguna con la justicia divina. En estos tiempos tan exiguos del verdadero amor se nos hace urgente encontrar a ese Dios de amor, pues Él está dispuesto a rodearnos con sus brazos de amor, pues dice: —y al que a mí viene, no le echo fuera (Juan 6.37 RVR60)


Vuelvo a decir que quizás sea el grito revolucionario de aquel remanente de personas que hemos creído a ese Dios de amor, abandonando a los ídolos del poder, el mercado y la sociedad de consumo.


Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. (1 Juan 3.1 RVR60)


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