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Cuando el corazón atesora el primer lugar

  • hace 1 día
  • 1 Min. de lectura


Versión en video: https://youtu.be/c7uhbmeGwkk


El corazón humano es lo más engañoso que hay, y extremadamente perverso. ¿Quién realmente sabe qué tan malo es? (Jeremías 17:9 NTV)


Hay momentos en nuestra vida cuando el Señor Jesús, en su gracia, nos coloca en lugares de responsabilidad o influencia. Puede ser un cargo en la iglesia, una función dentro del ministerio, o un lugar de liderazgo que nunca buscamos, pero que nos fue dado como un regalo de su soberanía. Al principio, lo tomamos con humildad, reconociendo que todo proviene de Él. Sin embargo, con el tiempo, algo sutil puede comenzar a crecer en el corazón: el apego.


Sin darnos cuenta, el puesto empieza a definirnos. No es que lo digamos en voz alta, pero cuando se nos retira —ya sea por cambios, circunstancias, o la voluntad directa de Dios— sentimos un vacío profundo. Es en ese momento cuando nos damos cuenta de que habíamos atesorado el “primer lugar”, el puesto, más que la presencia.


El Señor Jesús nunca llamó a sus discípulos a posiciones, sino a seguirlo. Él, que siendo Dios, se despojó de toda gloria y tomó forma de siervo (Filipenses 2:5–8), nos dejó el ejemplo supremo. Si hay un trono en nuestra vida que no puede ser compartido, es el del corazón, y solo Él debe ocuparlo.


Hoy, tomemos un momento para recordar: ¿Qué lugar tenía más peso en mi corazón —el privilegio de servir, o el privilegio de conocer al Señor Jesús?  Y si estamos en una etapa de “haber sido quitado”, no lo veamos como pérdida, sino como una poda amorosa del Padre, que prepara nuestra alma para dar más fruto, uno eterno.

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