Cristo, nuestro único santuario
- 22 abr
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Versión en video: https://youtu.be/dRDep5xsvyA
Sino que el lugar que Jehová vuestro Dios escoja de entre todas vuestras tribus para poner allí su nombre y habitar en él, ése buscaréis, y allí iréis. (Deuteronomio 12:5)
Desde los tiempos del desierto, Dios ha enseñado a su pueblo que la adoración no es algo disperso, informal o a conveniencia. No se trata de seguir nuestros propios deseos, sino de buscar el lugar que Él ha escogido, donde ha decidido hacer habitar su nombre. En Deuteronomio 12, el énfasis es claro: no adoren como las naciones paganas, sino como Dios ha establecido. El pueblo no debía ofrecer sacrificios en cualquier colina o bajo cualquier árbol frondoso, sino en el lugar escogido por Dios.
Hoy, en la era del nuevo pacto, ese lugar ya no es físico, sino una persona: Jesucristo. Él es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5), y en Él habita toda la plenitud de la Deidad (Colosenses 2:9). El Señor Jesús mismo dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.” [...] Pero Él hablaba del templo de su cuerpo” (Juan 2:19, 21).
Cristo es ahora nuestro único y verdadero santuario. No necesitamos subir a Jerusalén ni encontrar un altar de piedra, porque el acceso al Padre está abierto por medio de su sangre (Hebreos 10:19–22). Ya no adoramos en un monte ni en Jerusalén, sino como le dijo el Señor Jesús a la mujer samaritana: “Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4:23).
Adorar en espíritu y en verdad significa hacerlo a través de Cristo, guiados por su Espíritu y según su Palabra. Mis hermanos cualquier forma diferente de adoración no le agrada al Señor, no es como nosotros pensamos, creemos o sentimos, sino como Él nos lo dice. Dios ha provisto un único camino, un único mediador, un único santuario: Su Hijo Jesucristo. Buscar otras formas, otros “lugares” otras figuras, es desviarnos del “santuario único”, es ir en contra de los designios de Dios.
Entonces, ¿estamos adorando verdaderamente en espíritu y en verdad?
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