Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos. (Jeremías 10:23)
Todo está determinado por Dios, pues todo acontece conforme a sus designios, de la forma y en el tiempo que ha determinado. No existe cosa alguna que podamos decir que «fue el azar» o «la suerte». Así está escrito: «¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó?» (Lamentaciones 3:37). Tantas veces hacemos planes, especialmente en un día como hoy 01 de enero; planeamos ir a tal o cual parte de vacaciones, iniciar un nuevo proyecto o nos ponemos metas para el año que comienza, pero, de repente, todo se nos viene abajo y nos preguntamos: ¿Qué pasó? Sencillamente, olvidamos tomar en cuenta al Soberano Dios. Bien nos enseña su Palabra:
¡Vamos ahora! Los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello. (Santiago 4:13–15)
Además, no debemos olvidar que nuestros planes siempre son a futuro, ya sea cercano o lejano, pues no somos dueños de nuestras vidas, ya que juntamente la vida va de la mano con la muerte y no sabemos cuánto tiempo se nos dio vivir en el cuerpo; todos hemos de morir. Esto se debe al pecado. Dijo Dios: «Porque la paga del pecado es muerte» (Romanos 6:23). Todos somos deudores delante de Dios y tenemos que pagar nuestra deuda. Pero ¿cómo la saldamos? No podemos hacerlo, porque somos incapaces de tal hazaña debido a nuestros pecados. La Biblia dice: «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). ¿Con qué fin murió? Para saldar la deuda de pecado que tenemos con Dios.
Pregunto: ¿Está tu deuda saldada? Porque si no aceptas el regalo de la salvación de Dios, estás bajo condenación: «El que en él [Jesús] cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios» (Juan 3:18). Tu destino está en las manos de Dios, así que, haz las paces con Él, confiesa tus culpas y pide que te perdone, porque Él dijo: «El que a mí viene, no le echo fuera» (Juan 6:37).
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