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Episodio #49: Amemos de verdad

Actualizado: 23 sept 2020



 

Nota: Esta es la transcripción de un episodio del podcast Edificados en Cristo. Para escuchar el episodio del podcast hacer click aquí.

 

¡Sean todos muy bienvenidos a un nuevo episodio más en su podcast Edificados en Cristo! Mi nombre es Alexis. Y el día de hoy, les traigo un episodio titulado: Amemos de verdad. Pero antes, demos paso a la intro y los veo enseguida.


Dijo el Señor Jesús:


Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros. (Juan 13.34–35)

Cuando usted escucha estas palabras del Señor, ¿qué piensa? ¿Verá el mundo el amor que nos tenemos como creyentes? O quizás ¿ve algo diferente? Creo, sin temor a equivocarme, que hoy en día lo que el mundo ve no es amor, sino que es todo lo contrario. Basta con que cualquier persona no creyente entre en algún grupo cristiano en Facebook y podrá ver las incontables discusiones entre creyentes; literalmente verá una antítesis de lo que Dios nos mandó que hiciéramos. Siendo que su Palabra nos dice:


Recuérdales esto, exhortándoles delante del Señor a que no contiendan sobre palabras, lo cual para nada aprovecha, sino que es para perdición de los oyentes. (2 Timoteo 2.14)

En vez de estar unidos en amor, hoy en día, estamos más desunidos que nunca. Unos a otros nos despreciamos y rechazamos por no seguir cierta doctrina, por creer una cosa en vez de otra o por alabar a Dios de cierta forma, etc. Si bien es cierto que la Palabra de Dios nos enseña cómo debemos conducirnos, también nos dice lo siguiente:


Reciban bien a los cristianos débiles, es decir, a los que todavía no entienden bien qué es lo que Dios ordena. Si en algo no están de acuerdo con ellos, no discutan. (Romanos 14.1 TLA)

Lo triste es, que como creyentes, nos expresamos más desamor que amor; y asimismo, hay otros que solo aman de palabra y no de hecho. Se preguntará alguien ¿y cómo se manifiesta este tipo de amor? Por ejemplo, en algo tan sencillo como evitar saludar a un hermano que no me cae bien o hacer diferencias en el saludo entre uno y otro, es decir, que a uno apenas y lo saludo, mientras que al otro le saludo con gran afecto, abrazándole fuerte y expresándole todo mi cariño.


Otro ejemplo es cuando me limito solo a en un saludo fraternal hacia mis hermanos en alguna de las reuniones en la iglesia local donde me congrego, pero jamás oro por esos hermanos, nunca les visito, ni mucho menos me preocupo si tienen algún tipo de necesidad. Por eso es que su Palabra nos dice:


Queridos hijos, que nuestro amor no quede solo en palabras; mostremos la verdad por medio de nuestras acciones. Nuestras acciones demostrarán que pertenecemos a la verdad, entonces estaremos confiados cuando estemos delante de Dios. (1 Juan 3.18–19 NTV)

Nuestro amor debe ser demostrado a través de acciones. De nada sirve si yo le diga a un hermano que lo amo si no hago nada por él, bien lo grafica Santiago cuando dijo:


Supónganse que ven a un hermano o una hermana que no tiene qué comer ni con qué vestirse y uno de ustedes le dice: “Adiós, que tengas un buen día; abrígate mucho y aliméntate bien”, pero no le da ni alimento ni ropa. ¿Para qué le sirve? (Santiago 2.15–16 NTV)

El apóstol Juan nos dijo algo similar:


Si alguien tiene suficiente dinero para vivir bien y ve a un hermano en necesidad pero no le muestra compasión, ¿cómo puede estar el amor de Dios en esa persona? (1 Juan 3.17 NTV)

Además, mis hermanos, debemos tener en claro que cada una de las cosas que hacemos por nuestros hermanos -aunque nos parezca que es algo insignificante- es como si se la hiciéramos al Señor. Sí, así lo dijo él en Mateo capítulo 25 del evangelio, entre los versos 31 al 46, en donde nos reveló un poco de cómo habría de ser el juicio final delante de él:


Entonces los justos le responderán, diciendo: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos como forastero, y te recibimos, o desnudo, y te vestimos? ¿Y cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?”. Respondiendo el Rey, les dirá: “En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis.” (Mateo 25.37–40 LBLA).

Como decía, cada acción hecha por y para nuestros hermanos, se la estamos haciendo directamente al Señor Jesús, pero ojo, sea esta buena o sea mala. Por ejemplo, cuando hablamos mal de un hermano, cuando lo criticamos por lo que hizo o lo que no, cuando andamos contando chismes de tal o cual hermano; todo esto también se lo hacemos al Señor. La palabra de Dios nos dice:


El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. (Romanos 12.9)

Así que, cada una de las cosas que les hacemos a nuestros hermanos, se las estamos haciendo al Señor también. Por eso el llamado de Pablo: Todas vuestras cosas sean hechas con amor (1 Corintios 16.14); porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley (Romanos 13.8). Y también nos dice su Palabra: Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros (1 Juan 4.12 RVC).


Digo todo esto, porque, por ejemplo, muchas veces oímos un sermón de un hermano y en vez de meditar en lo que escuchamos, lo único que hacemos es centrarnos en los errores, lo que nos parece mal o en lo que sabemos de aquel hermano en contraste con lo que él acaba de enseñar.


Cuando nos centramos en el hermano que entrega el mensaje y no en el mensaje mismo, no estamos haciendo lo que Dios nos dice en su Palabra: Antes bien, examinadlo todo cuidadosamente, retened lo bueno. (1 Tesalonicenses 5.21 LBLA). Vuelvo a reiterar, una vez más, que todo lo que le hacemos a otro hermano, se lo hacemos al Señor y de ello se nos pedirá cuenta, porque bien le dijo Pablo a los corintios:


Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. (2 Corintios 5.10)

Ahora, cómo expresamos el amor a nuestros hermanos cuando han pecado, no necesariamente contra nosotros, pues en ese caso el Señor Jesús nos dejó bien claro que aunque un hermano peque contra nosotros siete veces en un día y nos pida perdón, debemos perdonarle (Lucas 17.3-4). Pero imaginemos la siguiente situación: Un familiar muy cercano suyo se enferma gravemente durante la noche y usted corre con él o con ella a la urgencia del centro asistencial más cercano. Pero mientras va de camino a aquel lugar ve a un hermano en la fe saliendo de una discoteca a altas horas de la madrugada; entonces, ¿cómo le demostraría el amor a aquel hermano una vez que se encuentra con él?


La Palabra de Dios nos dice que lo primero que debemos hacer es orar por ese hermano. Escuche: Si alguno ve que su hermano está cometiendo un pecado, que no sea de muerte, debe pedir por él, y Dios le dará vida. (1 Juan 5.16 RVC)


Y también nos dice lo siguiente: Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. (Gálatas 6.1 LBLA)


Acerca de esto mismo, el apóstol Pedro nos dice: Sobre todo, sed fervientes en vuestro amor los unos por los otros, pues el amor cubre multitud de pecados (1 Pedro 4.8 LBLA). Pues debemos recordar que ninguno de nosotros es mejor que el otro, así como tampoco, ninguno de nosotros está libre de cometer algún pecado.


Esto que acabo de decir, no es más que una manifestación de amor y que es lo que Dios espera que nosotros hagamos. Sin embargo, lo que nosotros habitualmente hacemos es comenzar a criticar al hermano, generamos chismes acerca del pecado que comete, nos apartamos de él o de ella, etc.


Es que hermanos, la Palabra de Dios es clara, no podemos decir que amamos a Dios, si es que no amamos de hecho a nuestros hermanos. Escuche:


Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano. (1 Juan 4.20–21)

Mis hermanos, el mandamiento del Señor Jesús que mencioné al principio, no es opcional. Su palabra nos enseña que si somos verdaderos creyentes, el amor a los hermanos será una manifestación del cambio ocurrido en nosotros. Dice así la Palabra de Dios:


Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. (1 Juan 3.14–15)

Digo esto con mucho pesar, porque veo que existen tantos creyentes y tantas denominaciones que al atribuirse el tener la sana doctrina o la doctrina más pura, los lleva menospreciar a aquellos que no pertenecen a su denominación; ya hablé sobre este tema en el episodio 44 llamado, el pecado del sectarismo, por tanto, no me voy a extender en él. Pero es este tipo de cristiano que hace separación en el cuerpo del Señor, porque olvida que somos un solo cuerpo en Cristo o ¿acaso el dedo pulgar desprecia al meñique por no ser pulgar? o ¿nuestro ojo izquierdo desprecia a nuestra oreja derecha por no ser ojo? ¡No! Vuelvo a reiterar, somos un cuerpo en el Señor Jesús y todos somos partícipes de lo mismo, llamados a guardar la unidad del Espíritu Santo, tal como dice el apóstol Pablo:


Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. (Efesios 4.1–6)

Mis hermanos, no podemos estar menospreciándonos o haciendo diferencia entre nosotros, porque eso tiene un nombre y se llama hacer acepción de personas; y en las escrituras tenemos mandato de no hacer eso, porque es un pecado. Escuche:


pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. (Santiago 2.9)

Por qué mejor no proponemos en nuestro corazón obedecer a Dios en esta área, porque, como ya mencioné, es un mandamiento de Dios amar a nuestros hermanos y no podemos estar desunidos como cuerpo, porque todas estas cosas se las hacemos al Señor, como ya he repetido varias veces.


Ahora, si por abc no sentimos este tipo amor que Dios espera que tengamos por nuestros hermanos, pidámosle a Dios Padre que cambie nuestros corazones (Salmos 51.10), para así poder ser fieles reflejos de nuestro Señor Jesús. Porque como bien dijo él:


Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. (Mateo 7.7–8)

Que el Señor les bendiga.


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