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Un fuego inextinguible



Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude. (Jeremías 20:9)


El profeta Jeremías, quien sufrió rechazo por parte de su pueblo debido a las palabras que Dios le mandó a hablar, expresa en este versículo el dilema de un corazón consumido por el llamado de Dios. Jeremías quería rendirse, dejar de proclamar el mensaje que Dios le había dado debido al constante rechazo y al dolor que esto le causaba. Sin embargo, cuando intentó callar, algo, más fuerte que él, lo empujaba a hablar: la presencia de Dios en su interior, como un «fuego ardiente» imposible de apagar.


A veces, en nuestra vida de fe, enfrentamos momentos en los que parece más fácil callar, evitar la incomodidad o el rechazo que puede traer hablar de Dios. Sentimos que el peso de nuestra misión es demasiado, y quizá queremos rendirnos. Pero cuando Dios ha puesto su Espíritu en nuestro interior, su amor y verdad no pueden ser sofocados.


El «fuego» que ardía en Jeremías es ese mismo impulso que Dios enciende en cada uno de nosotros. Su Espíritu nos llena de pasión por su Palabra y de amor por Él y por nuestros semejantes. Y aunque a veces las circunstancias intenten apagarlo, el amor de Dios siempre es más fuerte. Su fuego nos empuja a compartir su mensaje, aun en tiempos difíciles, para que otros conozcan el amor y la salvación que hay en Cristo.


¿Nos sentimos desanimados o tentados a callar? Pidamos a Dios que renueve su fuego en nuestro corazón y nos dé la fortaleza para seguir proclamando su nombre y el evangelio de Cristo. Pidamos también que el amor de Cristo arda en nuestro interior con tal poder que nos sea irresistible e imposible de evitar compartirlo con otros.

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