La pereza hace caer en profundo sueño, y el alma negligente padecerá hambre. (Proverbios 19:15)
La pereza es un obstáculo común en nuestra vida diaria y espiritual. Nos tienta a postergar nuestras responsabilidades, y nos desvía de la voluntad de Dios. A lo largo de las Escrituras, se nos advierte sobre el peligro de la pereza y se nos exhorta a vivir diligentemente, sirviendo al Señor con todo nuestro corazón.
La pereza no solo afecta nuestro bienestar material, sino que también puede llevarnos a la ruina espiritual. Dice en Proverbios 6:9–11 «Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño? Un poco de sueño, un poco de dormitar, y un poco de cruzar las manos para reposo; así vendrá tu necesidad como caminante, y tu pobreza como hombre armado». Este pasaje es una llamada a la acción. Si no somos diligentes en buscar al Señor y cumplir nuestras responsabilidades, nuestra vida espiritual también caerá presa de la «pobreza».
El trabajo cristiano no es solo cumplir con nuestras obligaciones terrenales; es una forma de adoración, pues dice: «Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres» (Colosenses 3:23). No debemos olvidar que cuando trabajamos diligentemente, no lo hacemos solo para nuestros jefes o para cumplir expectativas humanas, sino para glorificar a Dios. Y la diligencia es una forma de alabar al Señor con nuestras acciones cotidianas.
El llamado de Dios es claro: «En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor» (Romanos 12:11). Dios, en su Palabra, nos hace un llamado a no ser perezosos, especialmente en lo concerniente a nuestra vida espiritual, porque el servicio al Señor requiere constancia y esfuerzo. Así que, si somos diligentes en nuestro caminar cristiano, Dios nos fortalecerá y nos guiará en su voluntad.
Mis hermanos, la pereza es una trampa que puede afectar todas las áreas de nuestras vidas. Como cristianos, somos llamados a ser diligentes y a trabajar no solo para nuestra provisión diaria, sino también para el Señor. Al mantener una actitud de fervor y diligencia, no solo evitamos las consecuencias negativas de la pereza, sino que también glorificamos a Dios con nuestras vidas.
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