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La necedad de negar a Dios

  • hace 8 horas
  • 2 Min. de lectura


Versión en video: https://youtu.be/mFZ8LGlKmgk


Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, hacen obras abominables; no hay quien haga el bien. (Salmos 14:1)


En un mundo donde la ciencia, la tecnología y la opinión pública buscan constantemente desplazar a Dios del centro de la vida humana, no sorprende que la negación de su existencia se haya convertido en una postura común. Sin embargo, la Palabra de Dios es clara y directa: necio es quien dice en su corazón que no hay Dios.


No se trata de una ofensa emocional ni de un juicio superficial. La necedad a la que se refiere el salmista no es falta de inteligencia, sino una rebelión moral y espiritual. El necio no es necesariamente quien no ha oído hablar de Dios, sino aquel que, conociendo en alguna medida su presencia y verdad, elige ignorarla. Es una declaración que nace del corazón, es decir, del centro de la voluntad, de los afectos, de la conciencia. No es una conclusión intelectual, sino una decisión voluntaria de vivir sin Dios.


¿Por qué es esto una necedad? Porque niega lo evidente. Toda la creación entera grita la existencia de su Creador. Negarlo es cerrar los ojos ante lo que está frente a nosotros (Romanos 1:19–20). Otra razón es porque corrompe el corazón. El versículo dice que quienes niegan a Dios “se han corrompido” y hacen “obras abominables”. Donde no hay temor de Dios, el pecado se desata. La negación de Dios no es neutral: abre la puerta a una vida sin límite moral ni verdad absoluta, donde el hombre se convierte en su propio dios, con las consecuencias destructivas que eso implica.


Finalmente, negar a Dios es necedad porque lleva a la ruina eterna. Vivir como si Dios no existiera puede dar una ilusión de libertad, pero en realidad es esclavitud al pecado. El fin del necio no es la realización, sino el juicio. Ignorar al Creador no lo hace desaparecer; solo agrava la responsabilidad del hombre delante de Él.


Por lo tanto, la necedad más grande del ser humano es vivir como si no tuviera que rendir cuentas a nadie. Pero la sabiduría comienza cuando reconocemos a Dios y nos postramos ante Él con humildad. El temor de Jehová es el principio de la sabiduría (Proverbios 9:10), y quien lo busca con corazón sincero no solo encuentra verdad, sino también perdón, propósito y vida eterna.

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