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  • Foto del escritorAlexis Sazo

La diferencia de Dios con nosotros




Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. (Mateo 11.29 RVR60)


El Señor se definió como uno que vino a servir (Marcos 10.45), uno que no vino a hacer su propia voluntad, sino la de quien lo envió (Juan 6.38). Mientras que nosotros buscamos ser independientes, que otros estén al servicio nuestro y siempre queremos hacer lo que se nos antoja. Pero cuando leemos las palabras del Señor y su ejemplo, podemos ver su humildad, siendo Él el creador y dueño de todo lo que existe.


Por ejemplo, en su nacimiento, no tuvo ni siquiera una cama o una habitación en donde ser recostado, sino que estuvo en los brazos de su madre que le dio a luz en un pesebre, lleno de animales de granja. Mientras que la mayoría de nosotros nació en un hospital, bajo cuidados médicos.


Durante su vida careció de comodidades materiales, ya que Él mismo declaró:


Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza. (Lucas 9.58 RVR60)


Mientras que nosotros no solo tenemos bienes materiales, sino que nos afanamos por adquirir y acumular más.


Incluso en su genealogía, Él, a pesar de ser de la línea real del país, no vivió como uno, sino que vivió de manera contraria a la realeza. Pero esto va más allá. Déjenme compartir con ustedes algo que escuché hoy en la mañana.


Cuando miramos la genealogía del Señor, vemos frutos de este árbol genealógico que estaban verdaderamente podridas, por ejemplo, tenemos al rey Manasés, que fue tan malo que por causa de Él Dios ya no quiso perdonar a su pueblo y cayó sobre ellos el juicio:


Habló, pues, Jehová por medio de sus siervos los profetas, diciendo: Por cuanto Manasés rey de Judá ha hecho estas abominaciones, y ha hecho más mal que todo lo que hicieron los amorreos que fueron antes de él, y también ha hecho pecar a Judá con sus ídolos; por tanto, así ha dicho Jehová el Dios de Israel: He aquí yo traigo tal mal sobre Jerusalén y sobre Judá, que al que lo oyere le retiñirán ambos oídos. (2 Reyes 21.10–12 RVR60)


Él no fue el único, en la genealogía del Señor hay cuatro mujeres: Tamar, Rahab, Rut y Betsabé. La primera se disfrazó de prostituta y tuvo un hijo con su suegro; la segunda era una prostituta de la ciudad de Jericó que escondió a los espías de Israel cuando este cruzó el Jordán. Rut, si bien no era como las dos anteriores, sí era moabita, un pueblo cargado de idolatría, cuyo origen es una relación incestuosa (Génesis 19.31-38). La última era mujer de Urías heteo y tuvo una relación extramarital con el rey David.


A diferencia de nosotros, nuestro Señor no trató de ocultar estos frutos podridos de su genealogía. Por ejemplo, si nosotros tenemos un familiar drogadicto o que es delincuente; no queremos que nadie nos relacione con él o ella; mientras que la genealogía del Señor es una llena de gracia.


Por estas y por muchísimas otras razones, nuestro Señor es muy diferente a nosotros. Pero lo importante es que nosotros como sus redimidos, deseemos de todo corazón parecernos más y más a Él.


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