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  • Foto del escritorAlexis Sazo

La confianza en la obediencia a Dios



Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud. (Salmos 143:10)


El hijo de cierto guardabarrera era modelo de obediencia. Había sido educado de tal modo, desde su más tierna infancia, que nunca replicaba ni titubeaba en cumplir las órdenes que recibía. Un día, el muchacho venía corriendo y saltando por encima de los durmientes de la línea del tren, hacia el paso a nivel donde su padre estaba poniendo la barrera, cuando este vio con horror que a espaldas del niño bajaba el esperado tren. El convoy se hallaba ya tan cerca que un instante de demora sería fatal. El padre pegó un fuerte grito: —¡Échate! —exclamó. El niño cayó tan largo como era, con las manos extendidas hacia delante. ¿Qué sucedería? El padre corrió hacia el lugar de la escena, dudando de si hallaría el cuerpo de su hijo destrozado. Con gozo vio, tras el paso del postrer vagón, que su hijo se levantaba indemne y continuaba gozoso su carrera saltando hacia él. Su instinto de experto ferroviario no le había engañado. Había suficiente espacio bajo el tren, entre las ruedas, para que el convoy pasara sobre el cuerpo aplanado de su hijo, sin dañarle.


Dios ve cosas que nosotros no, sabe infinitamente más que nosotros (Isaías 55:8–9). A veces nos manda a hacer cosas que no entendemos, pero así como el niño de la ilustración que obedecía a su padre sin cuestionar lo que le mandaba, del mismo modo debemos obrar nosotros. ¿Por qué? Porque al hacer la voluntad de Dios, siempre nos irá bien. Su Palabra nos dice que la voluntad de Dios es «buena, agradable y perfecta» (Romanos 12:2).


A veces, los cristianos, no siempre, estamos acostumbrados a reconocer la voz de nuestro Dios para hacer su voluntad, y por eso claudicamos como el pueblo de Israel en tiempos de Elías (1 Reyes 18:21), mientras que otras veces oímos la voz del Señor, conocemos claramente su voluntad, pero no la obedecemos. Y, otras veces, no tenemos la paciencia para que Dios nos muestre su voluntad. 


No obstante, lo importante es que siempre estemos dispuestos a obedecer la voluntad de Dios, sin importar si la entendemos o no, incluso, aunque esta parezca algo malo, diciendo como Job: «He aquí, aunque él me matare, en él esperaré» (Job 13:15).

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