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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Jesús es mi salvador



Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2:9–11 RVR60)


Dios mismo vino al mundo, se hizo hombre para poder librarnos del mal. Vino como el Hijo del hombre para que nosotros pudiésemos convertirnos en hijos de Dios. Mientras estuvo en el mundo, nunca escribió un libro, sin embargo, ninguna biblioteca podría contener la totalidad de las obras que se han escrito sobre Él. Jamás fundó una escuela, no obstante, ni aun todas las universidades juntas podrían presumir de haber reunido tantos discípulos. Tampoco dirigió un ejército, ni enroló un solo soldado, en cambio incontables rebeldes dejaron las armas de la revolución y sometieron su voluntad a la de Él, sin que diese ninguna orden, sino solo mediante las armas de su amor y de su verdad.


El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Filipenses 2:6–8 RVR60)


Escondió su gloria divina bajo las vestiduras de un humilde carpintero. Pues «por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos» (2 Corintios 8:9 RVR60).


Grandes hombres de la historia han caído en el olvido. Sin embargo, Él permanece para siempre. A diferencia de todos los demás seres humanos, la muerte no pudo destruirlo, tampoco la tumba lo pudo retener, pues en un día domingo se levantó a resucitar de entre los muertos. Él es el Cristo incomparable, aquel Mesías (ungido) anunciado por los profetas con cientos de años de antelación. En su rostro de hombre brilla la gloria de Dios Padre, y con sus actos nos mostró su amor.


En la cruz del Calvario murió como un vil malhechor, siendo Él inocente. Tomó su pecado y el mío haciéndolos suyos para que ni usted ni yo tuviésemos que ir a la condenación eterna. Alabemos al Señor Jesús por la obra tan incomparable que hizo. Adorémosle por la Salvación tan grande que nos da gratuitamente.


Si aún no le conoce como su salvador personal, ¡escúchelo! ¡Y no tarde más! Él sufrió la muerte para darle la vida. Y desea que hoy usted, arrepentido de sus pecados, acuda donde Él y lo pueda llamar: «Jesús mi salvador».


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