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Felicidad de confiar en Dios



Bienaventurado el hombre que puso en el Señor su confianza. (Salmo 40:4)


Cuando leemos en la Biblia algún salmo, descubrimos los sentimientos experimentados por el autor. Muchos salmos, como por ejemplo, el Salmo 40 citado en el encabezado, eran anuncios proféticos de los padecimientos del Mesías, es decir, del Señor Jesús. Pero al mismo tiempo, al leerlos nos sentimos identificados en las diversas circunstancias de nuestra vida presente, ya sea en la tristeza o en el gozo.


En el Salmo 40 David evoca situaciones extremas de las que Dios lo sacó. Y es a través de estas experiencias que David nos habla anticipadamente de «los sufrimientos de Cristo» en la cruz (1 Pedro 1:11). Y ese es el verdadero sentido de este salmo.


Pero, por otro lado, nuestras vidas también encuentran su sentido a la luz de la vida de Cristo. Porque, por ejemplo, cuando atravesamos situaciones de angustia, podemos decir: «el Señor Jesús me precedió y estuvo allí conmigo». Por supuesto, Él nunca pecó, pero sí sufrió el peso y el castigo por nuestras faltas, y lo podemos leer en el salmo 40: «Me han rodeado males sin número; me han alcanzado mis maldades» (Salmo 40:12). Por esta razón es que Él puede comprendernos y consolarnos, incluso cuando lloramos debido a nuestras faltas.

Dice el salmista: «Dios se inclinó a mí, y oyó mi clamor» (Salmos 40:1). Así que, no dudemos en invocar a Dios, y en expresar ese clamor de la fe cuando estemos en «el pozo de la desesperación» (Salmos 40:2). ¿Por qué? Porque Dios responde a sus hijos que oran a Él. Entonces brotará en nosotros esa dulce exclamación: «Bienaventurado el hombre que puso en el Señor su confianza». (Salmos 40:4).


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