Esperar pacientemente en Dios
- 6 jun 2024
- 2 Min. de lectura

En Dios solamente espera en silencio mi alma; de Él viene mi salvación. (Salmos 62:1 LBLA)
Al crecer, pensaba en mi maestra de primer grado de primaria, recordándonos repetidas veces que nos detuviéramos, miráramos y escucháramos antes de cruzar las vías férreas. Eso fue antes de que tuviéramos luces rojas intermitentes, campanas de advertencia y aquellos largos brazos que bajan e impiden la entrada a las vías del tren.
Aquella advertencia era para la seguridad de esos niños. Pero si lo pensamos bien, esas palabras estaban llenas de sabiduría, porque, sin duda alguna, como seres humanos, nuestro impulso es a apurarnos, es de tratar de hacer todo lo más rápido posible, en lugar de evaluar una situación con detenimiento, especialmente cuando se es joven. No meditamos si es que la situación presente, por ejemplo, podría hacernos daño. Su Palabra nos dice: «El entusiasmo sin conocimiento no vale nada; la prisa produce errores» (Proverbios 19:2 NTV).
Mis hermanos, es necesario que seamos cuidadosos, porque con cada año que pasa pareciera que la vida se acelera un poco más. Sí, el medio que nos rodea nos obliga a andar más rápido, lo vemos en los trabajos, todo es para ayer, y lo mismo pasa en un sinfín de situaciones cotidianas. No obstante, todo creyente debería ir creciendo en la paciencia y en la mansedumbre, como manifestaciones del fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22–23).
A veces nos olvidamos de que no debemos seguir el ritmo del mundo, que este no nos marca el paso, sino que lo hace Dios. Así que, cuando estemos apurados, detengámonos, y hagámonos la pregunta: ¿Qué me estoy perdiendo al moverme con tanta prisa? Porque al andar tan apurados por la vida, tal vez estamos dejando a un lado lo mejor de lo que Dios tiene para nosotros, como las bendiciones de su presencia, amistades santas y una familia fuerte.
Mis hermanos, detengámonos a esperar su presencia, buscando su guía y dirección, así como la paz que trae aquel que es un Dios de paz (1 Tesalonicenses 5:23). Y digamos como David:
Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. (Salmos 40:1–2)
Comentarios