Si perdonas a los que pecan contra ti, tu Padre celestial te perdonará a ti; pero si te niegas a perdonar a los demás, tu Padre no perdonará tus pecados. (Mateo 6.14–15 NTV)
Para molestar a un buen cristiano que se apartaba de unos vecinos y sus vidas licenciosas, estas personas buscaron y le pagaron a un pillo para que le esperara cuando saliera de la reunión en la iglesia local y le diera una buena paliza. Aquel malhechor se llamaba Juan. Le esperó una noche fuera de la iglesia y cuando le tuvo cerca le propinó unos cuantos golpes. El herido, volviéndose hacia su agresor, le dijo con paciencia: —¡Ojalá que Dios le bendiga, mi amigo! Juan, maravillado, corrió hacia los que le habían pagado para hacer un trabajo tan bajo; y les gritó: —¡Aquí tienen su dinero! Ni por todo el oro del mundo podría golpear a un hombre así.
Tantas veces pasamos por alto estas palabras del Señor Jesús y no le damos el peso que merecen (versículos del encabezado). Pero ¿podríamos ser como el hermano de la historia de arriba? Digo esto, porque muchas veces guardamos rencor a quien nos ofendió, nos hizo mal, nos defraudó o habló mal a nuestras espaldas; olvidando que en su Palabra no solo nos dice que debemos perdonar para ser perdonados, sino que además se nos dice cómo debemos hacerlo:
Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. (Colosenses 3.13 RVR60)
¿Y cómo nos perdonó el Señor Jesús? Deshaciendo como una nube nuestras rebeliones (Isaías 44.22), pero más importante aún, echó al fondo del mar nuestros pecados y ya no se acuerda de ellos (Isaías 43.25; Miqueas 7.19). Mis hermanos, el perdón que Dios nos demanda conlleva no solo el dejar los sentimientos contra un hermano o un inconverso, sino que además incluye el olvidar lo que se nos hizo. Claro, esto es imposible para nosotros, razón por la cual debemos pedirle a Dios que nos ayude a olvidar, para que de esta forma perdonemos como el Señor Jesús nos perdonó.
Ahora, para quien no desee perdonar a su hermano en la fe o a una persona inconversa que le ofendió, le invito a leer la parábola que relató el Señor en Mateo 18.23–35. En ella se nos recuerda que a nosotros se ha perdonado un sin fin de pecados (y se nos perdona muchísimos pecados cada día). Entonces, el Señor nos dice: «¿No debías tú tener misericordia de tu consiervo, como yo la tuve de ti?» (Mateo 18.33 RVC). Pues si a nosotros se nos perdonan tantos pecados cada día, ¿no debemos nosotros perdonar una, dos o diez faltas de nuestros semejantes?
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