El deseo de Dios
- 27 mar
- 1 Min. de lectura

Versión en video: https://youtu.be/djpgjr3Fs5c
¡Quién diera que tuvieran tal corazón, que me temieran y guardaran todos mis mandamientos siempre, para que a ellos y a sus hijos les fuera bien para siempre! (Deuteronomio 5:29)
Este versículo refleja el profundo anhelo de Dios por su pueblo: que tuvieran un corazón dispuesto a temerle y obedecerle siempre. No se trata de un temor que paraliza, sino de una reverencia amorosa, un respeto que nace del reconocimiento de quién es Dios y de su fidelidad.
Dios no da mandamientos arbitrarios ni busca restringir nuestra libertad. Al contrario, cada uno de sus preceptos está diseñado para nuestro bien. Su deseo es que nos vaya bien, no solo a nosotros, sino también a las generaciones futuras. Cuando vivimos en obediencia, nuestra vida refleja su gloria y transmitimos bendición a quienes nos rodean.
Sin embargo, el problema no es la voluntad de Dios, sino la dureza del corazón humano. A menudo queremos hacer nuestra propia voluntad, confiando en nuestra sabiduría limitada en lugar de someternos a la perfecta voluntad de Dios. Pero si realmente entendiéramos que sus caminos son más altos que los nuestros (Isaías 55:8–9), nos rendiríamos a Él con gozo y confianza.
Hoy es un buen día para examinar nuestro corazón. ¿Anhelamos obedecer a Dios con un temor reverente? ¿Buscamos guardar sus mandamientos por amor, no por obligación? Pidámosle a Dios que nos conceda un corazón sensible a su voz, dispuesto a seguirle en todo momento.
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