Cuando la batalla no es tuya
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Versión en video: https://youtu.be/N5_JGppHcmk
No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios (2 Crónicas 20:15).
¿Qué haces cuando no tienes salida? ¿Cuándo lo que tienes delante es un ejército numeroso y lo que tienes dentro es puro temor? Josafat, rey de Judá, se enfrentó a esa situación. Tres naciones poderosas venían contra él con intención de destruir. ¿Y qué hizo él? No reunió sus armas, tampoco llamó a sus aliados, sino que buscó al Señor.
Josafat tuvo temor, sí, pero encauzó su temor hacia la oración. Convocó a todo el pueblo para buscar a Dios en ayuno, y allí, en medio de la congregación, se humilló delante de su Señor. Su oración es un modelo de dependencia absoluta: “No sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (v. 12). ¡Cuánto agrada a Dios esa confesión! No lo impresiona nuestra fuerza, sino nuestro corazón rendido.
La respuesta del Señor no se hizo esperar. A través del profeta Jahaziel, Dios habló con poder: “No es vuestra la guerra, sino de Dios”. ¡Qué palabras más gloriosas para los que ya no tienen recursos! Así que, si la batalla es de Dios, la victoria también lo será.
Y aquí está lo más impresionante: Dios peleó por ellos sin que ellos levantaran una sola espada. Mientras el pueblo cantaba y adoraba, el Señor mismo puso emboscadas entre sus enemigos. ¡Se destruyeron entre ellos! Cuando Judá llegó al campo de batalla, lo único que quedaba era recoger los despojos.
¿Lo vemos? Dios libra a los suyos cuando se humillan ante su presencia y confían plenamente en Él. Él no necesita nuestra fuerza; pide nuestra fe. No busca soldados valientes, sino adoradores rendidos.
La historia de Josafat nos recuerda que la verdadera fortaleza del pueblo de Dios no está en sus números, ni en sus armas, sino en su dependencia del Señor. Cuando el corazón se rinde en humildad y fe, Dios se levanta para pelear. Y cuando Él pelea, la victoria está asegurada.
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