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Palabras sazonadas con sal

  • 6 jun
  • 2 Min. de lectura


Versión en video: https://youtu.be/7CqOBj0qW8M


Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno. (Colosenses 4:6)


A diario usamos miles de palabras: en conversaciones familiares, laborales, con amigos, hermanos en la fe e incluso con desconocidos. Pero ¿cuántas de esas palabras han sido sazonadas con sal? ¿Cuántas han reflejado la gracia del Señor Jesús y han bendecido a quienes nos escucharon?


Si nos tomamos un minuto y analizamos qué es lo que hablamos con mayor frecuencia, ¿serán, quizás, los chismes? ¿Quizás una crítica de todos y por todos? ¿Serán las quejas lo que llenan nuestros labios? 


La imagen que usa Pablo en esta carta no es casual. Así como la sal preserva y da sabor, nuestras palabras deben preservar la paz, edificar la fe y dar sabor de esperanza y verdad al corazón del que escucha. No deben ser palabras vacías, ni ásperas, ni hirientes, sino llenas de gracia. ¿Por qué? Porque representamos al Señor Jesús en cada conversación, y nuestras palabras son una extensión de su carácter.


Cuando criticamos sin amor, cuando hablamos sin pensar, cuando levantamos la voz para herir, en lugar de construir, corremos el riesgo de apagar la obra del Espíritu Santo en los demás y hasta de contristar al Espíritu mismo que mora en nosotros. Pero cuando dejamos que nuestra boca sea un canal de su gracia, entonces nuestras palabras se convierten en bálsamo para el alma herida, en guía para el que duda, y en estímulo para el que cae.


El apóstol no dice que nuestras palabras deban ser “a veces” con gracia, sino siempre. Y añade que estén sazonadas con sal, es decir, con sabiduría, prudencia, claridad y verdad. No se trata de adular ni de evitar la verdad, sino de hablar con amor lo que edifica, corrige y guía, tal como lo haría nuestro Señor.

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