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Ansiedad



No os afanéis por el día de mañana. (Mateo 6:34).


Cuando Peter Marshall era capellán del Senado de los Estados Unidos, un día dejó boquiabiertos a los miembros de la distinguida institución con su oración inicial, al abrirse la sesión, pues dijo:


—Ayúdanos a hacer lo mejor que podamos este día, y a estar contentos con los afanes del día, sin que pidamos prestadas las tribulaciones de mañana. No nos dejes caer en el pecado de la preocupación, para que las úlceras de estómago no sean la chapa de nuestra falta de fe. Amén.


La ansiedad es la verdadera pandemia de nuestros días, la cual se exacerbó aún más gracias a lo vivido con el COVID-19. Son muchas las personas que padecen esta enfermedad; y un número no menor han tenido que ser tratados por psiquiatras y psicólogos. Lo cierto es que los cristianos tampoco estamos libres de ella. Sin embargo, y a diferencia de las personas del mundo, nosotros no necesitamos batallar solos, pues dice su Palabra:


Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. (Filipenses 4:6)


Por cierto, la palabra «afanoso» en el original griego es: merimnáō, que en este caso significa: estar ansioso, inquieto o preocupado. Ahora, Dios en su Palabra nos da la solución a este problema mundial: La oración. En otras palabras, la solución es aprender a dejarle las cargas a Él, porque bien dijo el Señor: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11:28). Y aquí es donde radica nuestro problema: No descansamos en Él, no le hacemos caso y «preferimos quedarnos con el problema».


Mis hermanos, lo más sabio que podemos hacer, es obedecer a la voz de Dios, que nos dice: «Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo» (Salmos 55:22); porque nada sacamos en limpio con vivir ansiosos si podemos gozar de «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento», la cual «guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Filipenses 4:7). Esta es la paz que nos dejó el Señor antes de irse (Juan 14:27).


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