Abandonaron al Señor, Dios de sus antepasados, quien los había sacado de Egipto. Siguieron y rindieron culto a otros dioses —los dioses de los pueblos vecinos— y así provocaron el enojo del Señor. (Jueces 2:12 NTV)
Sabemos que Egipto representa la corriente de este mundo desde donde fuimos sacados por el Señor (Efesios 2:1–2). El mundo está lleno de egoísmo, indiferencia e insensibilidad, pero también ofrece toda clase de comodidades, entretenciones, avances en la ciencia y la tecnología. Y con cada día que pasa, las sociedades se vuelven más libertinas, pues todo está permitido, pervirtiendo todo, llamando a lo bueno, malo y viceversa (Isaías 5:20).
Para nadie es un misterio que el tiempo cada día se hace más corto. Además, la vida de los hombres de este mundo está cada vez más colapsado por el ritmo de vida tan acelerado. Y al igual que la gente del mundo, muchos cristianos han sido atrapados por lo mismo. Pareciera ser que estamos corriendo en una rueda de hámster, donde solo nos cansamos, pero jamás avanzamos, sin importar cuánto nos esforcemos.
Satanás ataca a la base fundamental de la sociedad: La familia. Busca, por todos los medios, destruirla. Y una de sus estrategias es mantenernos ocupados, disgregados como familia, pero por sobre todas las cosas, sin tiempo para las cosas de Dios. En su Palabra, Dios nos dejó el ejemplo de Israel, quienes, habiéndose alejado de Él, siguieron a otros dioses. Aparentemente, los cristianos de hoy estamos haciendo lo mismo. Los padres les enseñan a sus hijos a amar al mundo y no a Dios. Se les enseña que está bien vivir inmersos en las cosas del mundo y no en las de Dios, que «basta» con que le demos las sobras de nuestras vidas a Él.
Mis hermanos, estamos viviendo en los últimos tiempos, y son tiempos peligrosos (2 Timoteo 3:1), debemos estar alerta, velando y orando para no caer en tentación (Mateo 26:41), sometidos a Dios para poder resistir al diablo (1 Pedro 5:8). Si hemos caído presos de los afanes de este mundo, o si es que sin darnos cuenta hemos comenzado a «venerar» un ídolo, pidámosle ayuda a Dios para salir de este estado. Seamos sabios y no como el pueblo de Israel. Obedezcamos lo que Dios les mandó a ellos, que es lo mismo que nos manda a nosotros:
Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos. (Deuteronomio 4:9)
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