En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos. (Efesios 4:22)
La historia de la resurrección de Lázaro es bien conocida por los creyentes. Este relato lo encontramos en el capítulo 11 del evangelio de Juan. El capítulo comienza diciéndonos que Lázaro estaba enfermo y que sus hermanas (Marta y María) enviaron a decirle al Señor: «Señor, he aquí el que amas está enfermo» (Juan 11:3). Se nos dice que el Señor en vez de acudir inmediatamente a sanar a Lázaro, a quien amaba –al igual que a sus hermanas– (Juan 11:5), se quedó dos días más en el lugar donde estaba (V6).
En los siguientes versículos se nos relata cómo el Señor llega a Betania, que es donde vivían estos hermanos, y encuentran que Lázaro está muerto desde hace cuatro días (Juan 11:39). Entonces, el Señor Jesús hace quitar la piedra que cubría la tumba y llama afuera a Lázaro; y leemos: «Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir» (Juan 11:44). En aquel tiempo era costumbre envolver a los muertos con vendas, en donde ponían especias aromáticas y ungían el cuerpo del muerto con perfumes oleosos. Esto se hacía con el fin de enmascarar el hedor del muerto.
Cuando el Señor «nos llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pedro 2:9), quitó todos nuestros pecados y nos dio vida nueva, sin embargo, no nos perfeccionó inmediatamente, sino que eso es parte de nuestro andar en esta carrera espiritual (Efesios 4:12). Figurativamente hablando, los creyentes somos como este Lázaro que fue devuelto a la vida, pero que aún arrastraba sus vendajes de muerte. Cada uno de nosotros, tal como dice el versículo del encabezado, debemos «despojarnos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos».
Esta acción de despojarnos de la vieja naturaleza comunica la idea de quitarnos un trozo de ropa putrefacto, sucio e inservible. Dios nos dio la vida, nos salvó y limpió nuestros pecados, pero es tarea nuestra despojarnos a diario de estos vendajes de muerte, aunque esto no lo podemos hacer solos, sino que se debe hacer con la ayuda de Dios. No obstante, no podemos quedarnos en la tumba y esperar a que Dios haga todo el trabajo, porque nosotros también tenemos la responsabilidad de despojarnos de estos vendajes de muerte y pecado.
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