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Un valor incalculable




De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre. (Juan 14:12)


¿Alguna vez se ha sentido como un sapo? Los sapos se sienten lentos, feos, hinchados, aplastados. Lo sé. Uno me lo dijo. Los sentimientos de sapo surgen cuando uno quiere ser brillante, pero se siente tonto, cuando quiere compartir, pero es egoísta, cuando quiere ser agradecido, pero siente resentimiento, cuando quiere ser grande, no obstante, se da cuenta de que es pequeño, cuando quiere interesarse, sin embargo, es indiferente. 


Cuando nos sentimos inútiles, bajos, como un sapo, inservibles, recordemos que Dios tiene un propósito importante para nuestras vidas (Filipenses 1:6). Por supuesto, podemos vernos tentados a enfocarnos en las razones por las cuales el Señor nos pasaría por alto, tales como nuestros fracasos o nuestros sentimientos de ineptitud. Sin embargo, esto simplemente muestra que estamos mirando en la dirección equivocada, esto es, a nosotros mismos en vez de mirar de al Señor (2 Corintios 4:7). 


No solo valemos la vida de aquel que es la vida, sino que, además, en nuestros cuerpos mora el Espíritu del Dios viviente. Somos un tesoro especial para Dios (Malaquías 3:17), un testimonio vivo de su asombroso poder, sabiduría y salvación, ya sea que lo sintamos así o no. Es cierto que debemos pensar de nosotros con cordura y no tener un concepto más alto de nosotros mismos (Romanos 12:3). No obstante, tampoco podemos despreciarnos a nosotros mismos, me refiero a que considerarnos como alguien sin valor.


Podemos llegar a pensar de nosotros mismos: ¿Cómo Dios va a querer usar a alguien como yo? Cuando, más bien, deberíamos decir como Isaías: «Heme aquí, envíame a mí» (Isaías 6:8). Porque a fin de cuentas, no es por nuestros méritos que fuimos escogidos, sino que fue su amor, misericordia y gracia lo que le hizo escogernos, y al hacernos suyos nos da un valor incalculable. 


Por tanto, no pongamos oído al maligno, cuando nos dice que no valemos nada, que somos inservibles a los ojos de Dios, siendo que Él dio su vida con tal de salvarnos, y somos de un valor incalculable a sus ojos. 

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