Esta generación es mala; demanda señal, pero señal no le será dada, sino la señal de Jonás. (Lucas 11:29)
Woody Allen dijo una vez: «¡Si tan solo Dios me diera una señal clara! Como por ejemplo, depositar una gran cantidad de dinero a mi nombre en un banco de Suiza». Por el tono en cómo lo dice, este hombre se mofaba de Dios, aunque expresaba una actitud muy común de los seres humanos. Pero Dios no responde a retos tan frívolos para probarle a sus criaturas su existencia. De hecho, si cualquier persona descubriera que en su cuenta bancaria hay unos cuantos millones de dólares, lo primero que pensarían es que hubo un error del banco y no que fue Dios.
Esto no es nuevo, porque muchas personas en la época del Señor Jesús persistían en negar su deidad, a pesar del sin fin de milagros de los que eran testigos. Es más, hasta querían que les demostrara que era Dios:
Entonces respondieron algunos de los escribas y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de ti señal. El respondió y les dijo: La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. (Mateo 12:38–39)
El problema de estas personas no era la falta de evidencia de parte del Señor en lo relacionado a su deidad, sino que era la obstinada incredulidad de ellos. Y tal incredulidad perdura hasta el día de hoy. Aunque de hecho, Dios no tiene ninguna obligación de darnos evidencia alguna de su existencia, pero el ser humano en su arrogancia se cree con el derecho de decirle al Creador qué debe y qué no debe hacer.
A pesar de lo anterior, Dios sí nos ha dejado una evidencia amplísima de su existencia y poder. Por ejemplo, está el testimonio de la naturaleza misma (Romanos 1:21; 2:14–15); las evidencias históricas de la vida del Señor Jesús, además de su Palabra, la cual es obra del Espíritu Santo, quien además actúa en la vida de los que somos creyentes en Cristo (1 Juan 3:24; 4:13). Y la verdad es que exigir más ¡es pecaminoso!
Así como todo en la vida, la incredulidad tiene consecuencias terribles, las que más encima son eternas; así que, tengamos cuidado y creamos en el Hijo de Dios, porque de lo contrario seremos condenados por la eternidad:
El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él. (Juan 3:36)
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