Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos. (1 Timoteo 2:3–6)
A algunas personas les cuesta entender –o mejor dicho– conciliar la voluntad soberana de Dios, quien «quiere que todos los hombres sean salvos» (1 Timoteo 2:4) con el hecho de que no todos los hombres serán salvos.
Una cosa debemos tener muy en claro: el sacrificio de Cristo Jesús en la cruz del Calvario quita los pecados de todo aquel que cree en Él, sin distinción de origen racial, cultura, idioma, conducta pasada, etc. Ya que Dios, quien da la vida eterna (Juan 3:16), llama a todos los hombres para que se beneficien de esta gran salvación.
Tenemos una imagen de esto en la parábola de la gran cena (Lucas 14). Ella muestra la grandeza de Dios, su generosidad, su deseo de bendecir a todos los hombres: todos están invitados. Pero también subraya que muchos convidados a las bodas rechazaron (con pésimas excusas) la invitación gratuita que se les ofrecía.
Numerosos textos bíblicos confirman esta ilustración que enseña que hay unos seres humanos salvos y otros perdidos; un juicio para justos e injustos; el cielo y el infierno. En concordancia con esto, el Señor dijo:
Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. (Mateo 7:13–14)
Así que Dios, al darnos a su Hijo Unigénito, lo hizo con el fin de que todos los seres humanos fuésemos salvados de la condenación eterna debida al pecado (Juan 5:24). Y asimismo, para ser adoptados como hijos suyos (Efesios 1:5) e introducirnos en su propia gloria (1 Pedro 5:10). Esta era la prueba de amor más grande que Él podía dar a los hombres. No obstante, es a nosotros a quienes nos toca aceptar el don y creer en Jesucristo.
El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él. (Juan 3:36)
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