
En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (Efesios 4:22–24)
En nuestra vida, antes de conocer a Cristo, vivíamos conforme a deseos que nos engañaban. Estos deseos nos apartaban de la verdad de Dios y nos llevaban a decisiones que dañaban nuestra relación con Él y con los demás. Pero ahora, como creyentes, somos llamados a un cambio radical: despojarnos de nuestro «viejo hombre».
Este «viejo hombre» representa a nuestra carne, que incluye actitudes, pensamientos y acciones, etc. antes de recibir la luz del evangelio. Para despojarnos de él, necesitamos reconocer lo dañino de esos deseos que nos esclavizaban. Sin embargo, no basta con esto, porque no es algo que podemos hacer por nuestras propias fuerzas, sino que requiere el poder del Espíritu Santo obrando en nuestro interior. De ahí que se nos diga que debemos «renovar el espíritu de nuestra mente». Esto significa que nuestro pensamiento debe alinearse con la Palabra de Dios. Es un proceso continuo donde nuestra mente es transformada, permitiéndonos discernir la voluntad de Dios en cada área de nuestra vida. Esta renovación nos lleva a la tercera parte del versículo: «vestirnos del nuevo hombre»
Este «nuevo hombre» es la nueva identidad que recibimos en Cristo. Esto significa que ya no vivimos conforme a nuestros viejos deseos, sino conforme a la justicia y santidad que Dios nos ha otorgado a través de su Hijo. Este nuevo ser, está formado a la imagen de Dios, reflejando su carácter en todo lo que hacemos.
Mis hermanos, nuestro Dios nos llama a vivir en esa nueva naturaleza. Es un llamado diario a despojarnos del pasado, renovar nuestra mente con su Palabra, y vestirnos de la justicia y santidad que solo Él puede darnos. De ahí que el Señor dijo: «Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lucas 9:23). Pues así como Cristo murió en la cruz, nuestra carne debe ser crucificada cada día para poder seguirlo.
Y, a medida que permitimos que el Espíritu Santo guíe nuestras decisiones, comenzaremos a ver cómo nuestras actitudes y comportamientos cambian, reflejando más y más la imagen de Cristo en nosotros. Así que, hermanos, pidámosle a nuestro Dios que nos ayude a vivir de esta manera, mortificando al viejo hombre y viviendo en el nuevo.
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