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  • Foto del escritorAlexis Sazo

¿Nos creemos grandes?



No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu verdad. (Salmos 115.1 RVR60)


Durante la segunda guerra mundial, Harry Truman se convirtió en presidente de los Estados Unidos cuando murió Fanklin Delano Roosevelt. Truman dijo que se sentía como si le hubiera caído un gran peso encima, y pidió a la gente que orara por él. Se dice que su viejo colega Sam Rayburn trató de mantenerlo humilde cuando le dijo: «Te van a decir lo grande que eres, Harry, pero tú y yo sabemos que no lo eres».


En 2 Crónicas 26 leemos acerca del rey Uzías, quien fue un gran rey. LLegó al poder cuando solo tenía 16 años y gobernó la nación de Judá durante 52 años (vv. 1-3). Temía a Dios y condujo a la nación a una larga era de prosperidad. Su fama se difundió mucho, pero aparentemente escuchó a los que le decían que era grande. En su orgullo entró al templo, asumiendo el papel de un sacerdote; papel que Dios había guardado exclusivamente para los descendientes de Aarón. Debido a esta osadía y desobediencia del rey, Dios le hirió con lepra (V.19).


Ahora, si miramos en el Nuevo Testamento, podemos ver cuando los apóstoles, unas cuantas veces discutieron sobre quién de ellos sería el mayor y frente a eso el Señor les dijo:


En este mundo, los reyes y los grandes hombres tratan a su pueblo con prepotencia; sin embargo, son llamados «amigos del pueblo». Pero entre ustedes será diferente. El más importante de ustedes deberá tomar el puesto más bajo, y el líder debe ser como un sirviente. ¿Quién es más importante: el que se sienta a la mesa o el que la sirve? El que se sienta a la mesa, por supuesto. ¡Pero en este caso no!, pues yo estoy entre ustedes como uno que sirve. (Lucas 22.24–27 NTV)


Mis hermanos, no existen los hombres ni las mujeres que sean verdaderamente grandes, solo hay un gran Dios que permite a algunos ser líderes eficaces y benefactores extraordinarios de la humanidad. El darnos cuenta de esto nos va a ayudar a superar la envidia cuando los demás reciban mucha alabanza, y nos va a impedir enorgullecernos si alguien nos dice lo grande que somos; porque bien nos dicen las escrituras: «Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo» (Filipenses 2.3 LBLA).


Jamás olvidemos que solo Dios es verdaderamente grande y digno de toda nuestra alabanza.


El Señor es grande, y digno de alabanza; ¡es temible, más que todos los dioses! (Salmos 96.4 RVC)


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Cristian Vidal

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