Libra mi alma, oh Jehová, del labio mentiroso, y de la lengua fraudulenta. (Salmos 120:2)
Hay muchas maneras de decir una mentira. Algunos cristianos se ufanan de que nunca dicen nada falso, porque se guardan de no mentir delante de Dios. Pero nos sorprenderíamos si comenzáramos a contar la cantidad de mentiras que cantamos todos los domingos en la iglesia.
Por ejemplo, cantamos «Dulce oración», pero resulta que con suerte damos gracias por los alimentos antes de comerlos. Cantamos «firmes y adelante», sin embargo, nos tienen que «mover con una grúa» para que vayamos a servir a Dios. Cantamos «venid, cantad de gozo» y jamás cantamos ni una nota de un himno o canción cristiana en nuestra vida diaria. Cantamos «Oh, que tuviera voces mil», pero no usamos la única que tenemos para glorificar a Dios. Cantamos «lluvias de bendición grande» cuando hay un sol hermoso y hace buen tiempo, no obstante cuando el Señor envía lluvias literales, se nos hace imposible acudir a la iglesia, porque está lloviendo. Cantamos «más santidad dame», sin embargo, vivimos casi igual que los mundanos, sin tomar en cuenta el mandamiento de Dios de ser santos (1 Pedo 1:16). Cantamos ¡trabajad! ¡Trabajad! Pero nos quejamos constantemente de todo lo que tenemos que hacer.
Estos son solo algunos ejemplos de las mentiras que cantamos. Entonces, hermanos, recordemos que las mentiras son mentiras, ya sea que las digamos o que las cantemos. Y nuestro Dios las aborrece:
Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa [énfasis añadido]. (Proverbios 6:16–17)
Así que, la próxima vez que abramos un himnario y elevemos nuestras voces, asegurémonos de que las palabras que salgan de nuestras bocas sean verdad y no una mentira, que por mera costumbre ritual cantamos en la iglesia. Tengamos cuidado de cantar mentiras, sino que seamos conscientes de lo que sale de nuestros labios.
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