En mi angustia invoqué al Señor, y clamé a mi Dios. Él oyó mi voz… y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos. (Salmos 18:6)
Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido. (Juan 16:24)
En el Nuevo Testamento, específicamente en el libro de Hechos, los que creyeron en el Señor Jesús son designados desde el principio como «los discípulos» (Hechos 6:1), «los hermanos» (Hechos 9:30), los «de este camino», es decir, los que seguían el camino del Señor (Hechos 9:2). Y luego fueron llamados «cristianos», que significa uno que se identifica con la vida y con las enseñanzas de Cristo (Hechos 11:26).
Cuando el evangelio penetró en la isla de Madagascar, los cristianos fueron llamados «los que oran». Porque a pesar de las persecuciones, estos creyentes adoraban abiertamente a Jesús y oraban tanto en casa como fuera de ella, así como en todas partes adonde iban. Su fe no se limitaba a simples costumbres, sino que era una viva, activa. Durante las persecuciones, sus enemigos los identificaban preguntando: —¿Ora usted? Solo una respuesta afirmativa bastaba para detenerlos.
Amados hermanos, les hago una pregunta ¿somos de los que oran continuamente y todos los días? ¿Nos levantamos y nos acostamos orando a Dios? Porque en su verdadero sentido, orar es el acto más intenso de la vida del cristiano, pues en ella está en contacto directo con su Padre, su Señor y con el Santo Espíritu. Orar es hallarse en la presencia de Dios y dirigirse al Todopoderoso, a quien el creyente puede llamar tierna y confiadamente Padre.
Recordemos lo que nos dicen las Escrituras: «Orad sin cesar» (1 Tesalonicenses 5:17). Orar no es opcional, no es si yo quiero oro, sino que orar es un mandamiento de Dios, uno que por nuestro propio bien nos ha sido dado. Además, es a través de la oración que podemos adorar a Dios: «Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (Juan 4:23–24).
Hermanos, además de lo anterior, necesitamos de la oración diaria para poder mantenernos firmes en esta guerra espiritual en la que nos encontramos; por eso tenemos que estar «orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos» (Efesios 6:18). Y tampoco podemos olvidar lo que nos dijo el Señor: «Velad y orad, para que no entréis en tentación» (Mateo 26:41). Así de importante es la oración en nuestras vidas. Entonces, ¿es de los que oran?
Comments