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La esperanza del corazón



(Abraham) Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios. (Romanos 4:20)


Alguien dijo que las promesas son la esperanza de nuestros corazones. Por ejemplo, la seguridad de un niño depende de la promesa de sus padres de mantenerlo seguro. Una persona casada puede vivir con confianza gracias a la promesa que le hizo su cónyuge de serle fiel en lealtad y amor. Los negocios dependen de las promesas de los empleados, proveedores y clientes. Los países permanecen seguros cuando sus vecinos cumplen su promesa de respetar las fronteras, etc.


Desafortunadamente, los corazones y las relaciones se rompen en todas esas situaciones a causa de promesas que no se cumplen. Sin embargo, hay uno que hace promesas en quien se puede confiar completamente y sin temor, y es Dios. Él nos ha dado cientos de promesas en su Palabra y cumple todas y cada una de ellas, ¿por qué? La respuesta la hallamos en su Palabra:


Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará? (Números 23:19)


Ahora, si hubo alguien que tuvo razones para preguntarse si Dios cumpliría sus promesas fue Abraham. No obstante, «él creyó en esperanza contra esperanza» (Romanos 4:18). Y sabemos que lo que Dios le prometió —que él y su esposa tendrían un hijo cuando ambos tuvieran más de 90 años— no podía haber sucedido sin intervención divina.


¿Buscamos esperanza? Entonces escudriñemos las Escrituras diligentemente y reclamemos las promesas de Dios que se aplican a nuestras vidas. Porque las promesas son realmente la esperanza del corazón, y Dios siempre cumple su Palabra.


Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. (Hebreos 10:23)


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Cristian Vidal

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