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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Jesucristo, aquel que venció



Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo este anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. (Hechos 10:38)


Antes de siquiera comenzar su ministerio, el Señor Jesús tuvo un encuentro con Satanás, pero aquel día, luego de haber ayunado durante 40 días (Mateo 4:1–11), el Señor resistió a Satanás citando la Palabra tres veces. Ninguno de los ataques del diablo prevaleció contra Él. Si miramos esta victoria y la comparamos con nuestros primeros padres, vemos cómo Eva cedió fácilmente frente al tentador, al desobedecer la Palabra de Dios y luego su esposo Adán cediendo cuando su esposa le dio a comer del fruto prohibido. 


Esta es la gran diferencia entre el Señor Jesús y nosotros, ya que desde su nacimiento hasta el final de su vida, como hombre, jamás pecó, pero no fue por falta de tentaciones, pues nos dice la Biblia que fue tentado en todo, pero sin pecado (Hebreos 4:14–15). Esto es, porque Cristo siempre estuvo exento de todo mal, pues nunca formó parte del fracaso generalizado de la humanidad, ni de los cautivos de Satanás, los que tenía presos del miedo a la muerte (Hebreos 2:14–15). 


Nuestro Señor Jesús entró en la casa del hombre fuerte (Satanás) y saqueó sus bienes (Mateo 12:29), haciéndonos libres de la esclavitud del pecado (Juan 8:32–36) y de la muerte (Apocalipsis 20:6). Jesús vino y habitó entre los hombres para sanar «a todos los oprimidos por el diablo» (Hechos 10:38). Y fue en la cruz del Calvario, en donde Jesucristo consiguió la victoria completa y definitiva sobre el mal. Hirió la cabeza de la serpiente, tal como fue profetizado miles de años antes (Génesis 3:15). 

 

Estas son las etapas de la victoria de nuestro gran Libertador Jesucristo, comenzando con un cuerpo físico debilitado, hasta mostrarnos su gloria y su poder, como nunca lo hemos visto, en aquel día glorioso cuando vuelva por su iglesia. Así que, ¡adoremos a nuestro glorioso Señor! ¡Elevemos alabanzas a su Nombre, porque Él es el vencedor y digno de toda honra por lo que hizo!


Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? Pues solo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado. (Apocalipsis 15:3–4)


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